El precio del dólar, en un contexto de libertad cambiaria, depende de la oferta y la demanda

La demanda obedece a factores fundamentales, asociados a los usos transaccionales de las divisas; pagar bienes importados, girar utilidades de multinacionales a sus casas matrices, mandar dinero a los familiares que viven en otro país, abonar intereses y capital de las deudas contraídas tanto por el sector público, como el privado, realizar inversiones en el exterior, etc.

Pero también compran dólares quienes lo quieren como reserva de valor, toda vez que suponen que mantener su riqueza en moneda local les hará perder dinero y no tienen inversiones alternativas en otros activos financieros. Esto puede deberse o bien a la desvalorización del peso producida por la inflación, o bien a la expectativa de que el dólar subirá pronto.

Por el lado de la oferta, también hay factores fundamentales asociados a la necesidad de hacer operaciones en pesos, por parte de agentes que tienen su dinero en divisas, como por ejemplo los exportadores, los que toman deuda en el exterior, los que habiendo prestado dinero reciben el pago de intereses, o la devolución de su capital, los argentinos que ahorraron en dólares, pero necesitan pesos para pagar cuentas, los extranjeros que quieren invertir en el país, etc.

Pero también venden dólares todos los que tenían parte de su riqueza en esa moneda y piensan que la moneda argentina se va a valorizar, o se ven tentados por los intereses que pueden conseguir prestando su dinero en pesos, siempre que crean que esos pagos no solo compensarán las devaluaciones esperadas en el futuro, sino que, incluso teniéndolas en cuenta y descontando todos los demás riesgos, ganaran más dinero que invirtiendo directamente fuera del país.

Las causas reales de la devaluación

Obviamente, los factores fundamentales juegan. Si el gobierno financia el déficit fiscal con deuda externa, el ingreso de dólares aumenta su oferta y, salvo que sean comprados por el banco central, deprimen su precio.

Es verdad, no obstante, que, por la misma lógica, el día que haya que devolver esas deudas, saldrán dólares y su precio subirá ineluctablemente, salvo que otra vez se meta el banco central y entregue parte de sus reservas. 

Si la productividad del país crece menos que la de sus socios comerciales, o pierde mercados, obviamente el dólar será más escaso y por lo tanto su precio acusará recibo, del mismo modo que si se abre la economía y aumentan las importaciones ineluctablemente habrá un dólar de equilibrio que será más alto.

Si los inversores prefieren invertir en Brasil, Perú o Chile, saldrán dólares y concomitantemente subirá su precio.

Si ponemos impuestos a los capitales, o agregamos regulaciones que bajan su rentabilidad o aumentan su riesgo, pues lógicamente esos fondos se irán a otros países más seguros, o donde ganen más dinero.

Los factores psicológicos

Puesto que el dólar además de ser una moneda de pago internacional, es utilizado como reserva de valor, tanto su demanda, como su oferta se verán afectadas por las expectativas de devaluación vis a vis la rentabilidad esperada en pesos.

Es muy importante entender que, en la demanda de activos financieros, como el dólar, no importa el pasado. O mejor dicho; importa, pero solo en su capacidad para aportar información que pueda iluminar el futuro. Por ejemplo; cualquiera que tenga pesos corre al dólar si se espera una devaluación la semana que viene, pero paradójicamente si el gobierno devalúa fuerte hoy, ya no tiene sentido comprar dólares, por más que la devaluación te haya hecho perder el 50% de tu riqueza. Solo se justifica comprar dólares después de una devaluación si existe la sospecha de que no fue la última, de que el Banco Central se quedó corto, y que volverá a devaluar.

Es justamente en este sentido que la expresión “el dólar está en tu mente” se torna 100% cierta, porque el precio del día de mañana depende de las expectativas futuras y no de la historia.

Se supone que cualquier dato histórico que pudiera impactar en el dólar ya impactó. Por esa razón no tiene sentido leer los diarios financieros buscando información que nos permita ganar dinero, porque los diarios que salen publicados hoy se escribieron ayer y si por ejemplo se sabe desde ayer que YPF descubrió más petróleo en un área sobre la que tiene derechos, es lógico pensar que ayer mismo los inversores se volcaron a esa acción e hicieron subir su precio en la bolsa, si es que no se les adelantó el ingeniero que hizo el descubrimiento y los amigos con los que habló.

Por eso hay que desconfiar de cualquier analista financiero o supuesto economistas que diga que el dólar va a subir mañana, primero porque simplemente no hay manera de saberlo, pero segundo, porque si el tipo tiene la fórmula para ganar en el casino, no tiene lógica pensar que la comparta con todos, en vez de guardársela y hacerse millonario.

Volviendo a las expectativas,  si creo que el gobierno va a tener problemas para financiar un déficit tan grande colocando deuda externa el año que viene, es probable que elija comprar dólares hoy, porque el día que los inversores de afuera, que le prestan dinero, sospechen de su capacidad de devolver la plata, dejarán de prestarle y ya no entrarán tantos dólares a la economía. Eso haría subir el dólar en 2019 y entonces ya sería tarde para comprar. El mercado siempre se adelanta.

Por esta razón, el Banco Central sube las tasas, porque aún si yo tuviera la certeza de que el dólar va a subir el 7 de mayo del 2019, me conviene dejar la plata en pesos, si los intereses que me pagan por ese tiempo superan la devaluación esperada. Ejemplo; tengo 22.000 pesos con los que podría comprarme 1000 dólares, pero si de acá hasta el 7 de mayo me dan 40% de interés y me quedo en pesos, obtendré 30.800 pesos. Entonces salvo que espere para dentro de un año un dólar de $30.80, me conviene quedarme en pesos.

En la práctica, obviamente, nunca existe esa certeza y entonces siempre hay un riesgo de equivocarse. De allí que, a nuestras estimaciones, según sea nuestra tolerancia al riesgo, les agreguemos un margen de error. Entonces Incluso suponiendo que dentro de un año el dólar esté a solo $28, puede que de todos modos elija comprarlos hoy, porque no estoy seguro de que efectivamente acabe a ese valor, sino que mi estimación tiene un margen de error de, por ejemplo, $5, y con ese margen es probable que cierre entre $23 y $32. Más vale pájaro en mano que cien volando.

Por supuesto, si se espera una devaluación en el corto plazo, es más difícil de frenar con una suba de tasas, puesto que si yo creo que el dólar que hoy cuesta $22, mañana va a valer $24,20 tendrían que darme una tasa (¡diaria!) de 10% para que me quede en pesos.

De ahí que una corrida cambiaria, por recomposición de cartera de inversores que ahora eligen dejar su dinero afuera, o por gente que sospecha que el Gobierno tendrá problemas fiscales en 2019 o 2020, resulta manejable con una suba sensible de la tasa de interés.

Pero una corrida bancaria como la que se produjo en el 2001, donde los depositantes saquen sus plazos fijos y se vuelquen masivamente al dólar, sería mucho más delicada, porque para frenar una burbuja hay que tener instrumentos financieros que permitan apostar contra esa expectativa irracional y hacerla sucumbir.

Resulta fundamental entonces que el Banco Central empiece a operar en los mercados de futuros, para que pueda anticiparse a una eventual corrida bancaria. Al mismo tiempo es fundamental desarrollar el mercado de capitales, para que existan múltiples alternativas de protección de los ahorros, que operen como canales que permitan evacuar una desconfianza en el peso, sin que el agua tape al dólar.

A Jorge Lanata le gusta decir que la Economía es una rama de la Psicología y la verdad que, en materia de activos financieros, eso es absolutamente cierto. La batalla de la confianza se juega en la cabeza del público.