La noticia fue tapa de los principales diarios la semana pasada; a un chico de 15 años de Jesús María le propinaron una golpiza en el patio de la escuela por querer jugar al fútbol, con el argumento de que “estaba gordo y solo podía ser aguatero”.
El bulling, o acoso escolar, es un fenómeno extremadamente preocupante que incluso algunas veces ha terminado con el suicidio de quien lo sufre, por no poder aguantar la presión. No pasa solo en Argentina, ni en determinadas clases sociales; es un fenómeno universal que pone de manifiesto la naturaleza discriminatoria del ser humano y la falta de reglas de juego que protejan a las víctimas en un contexto específico de la vida social; la escuela.
Cuando esa estructura de relaciones sale de la escuela y llega al trabajo, al boliche, a la política o al mundo del espectáculo las formas de discriminación se tornan un poco más sofisticadas y ya no pasan por la agresión física sino que se materializan vedando el acceso a oportunidades en esos ámbitos, o lisa y llanamente reconociendo menores remuneraciones a quienes poseen algún atributo que pueda ser objeto de trato diferente.
El fenómeno ha sido ampliamente estudiado y documentado. Por ejemplo, las investigaciones de Alexander Todorov de la Universidad de Princeton mostraron que la gente era capaz de predecir los resultados electorales basándose solo en la comparación de las fotos de los candidatos y uno de sus últimos experimentos probó que necesitamos ver las fotos solo una décima de segundo para aventurar opiniones de cuan competente creemos que puede ser un candidato basándonos solo en su aspecto. Por si faltaran confirmaciones, Michael Spezio y colegas acaban de publicar un estudio de neuroimagen en un prestigiosos Journal de la Universidad de Oxford, mostrando que cuando los participantes veían fotos de candidatos perdedores se activaban tanto la ínsula, como la corteza cingulada anterior ventral, que para traducir al castellano son áreas del cerebro asociadas a emociones negativas que disparan comportamientos de evitación.
No conozco investigaciones en el mundo del espectáculo, pero me cuesta imaginarme a un Luis Miguel o a una Shakira vendiendo millones de discos o llenando un estadio si hubieran sido menos favorecidos por la naturaleza y lucieran como Carlitos Tevez o Graciela Ocaña.
La discriminación en los boliches tampoco necesita evidencia científica, puesto que todos hemos visto (o sufrido en carne propia) el abuso del “derecho de admisión” o el manejo discrecional de las colas cuando el cliente tiene sobrepeso o aparenta ser nacional de algún país limítrofe, al mismo tiempo que está bastante aceptada la discriminación positiva de no cobrarle entrada, regalarle tragos o facilitarle el acceso al VIP, a la gente linda (sobre todo si se trata de mujeres 90-60-90).
El mercado laboral, por supuesto, es la estrella de la sofisticación en materia de discriminación, puesto que resulta relativamente fácil para quien contrata seleccionar sesgadamente a las personas, promocionarlas de manera discrecional, pagarles distinto o simplemente otorgarle menos beneficios no monetarios, como viajes pagos, tickets, un buen espacio en la oficina, etcétera.
La principal causa de discriminación laboral parece ser el género; sistemáticamente las mujeres ganan menos que los hombres y acceden en menor medida a los cargos directivos o gerenciales. Pero no es la única ni mucho menos. Las investigaciones del Profesor Harper muestran que las personas obesas ganan, en promedio, 5% menos que los no obesos, mientras que Anne Case y Christina Paxson, de Princeton y Harvard respectivamente han descubierto que cada 10 centímetros de altura se incrementan los salarios un 4%.
La discriminación debida al atractivo físico de las personas está ampliamente probada en el mundo entero e incluso en una investigación del año 2009 a partir de una encuesta a 929 Jefes de Hogar en el Gran La Plata, se demostró que cada punto adicional de atractivo físico percibido por el encuestador (los encuestadores asignaban un puntaje de 1 a 10 al entrevistado) implicaba un 2,9% más de salarios.
A medida que las sociedades evolucionan y se tornar más civilizadas, generan reglas para proteger a las minorías o a grupos particulares de las distintas formas de discriminación y acoso en el mercado laboral, estableciendo por ejemplo cupos de género en determinadas profesiones o prohibiendo directamente el pago de distintos salarios a hombres y mujeres. La protección social de otros grupos que son discriminados en el empleo, como el caso de los obesos, los bajos, los inmigrantes, o los viejos, no está lamentablemente tan difundida.
Daniel Hamermesh, probablemente la máxima autoridad mundial en el estudio de las distintas formas de discriminación en el mercado de trabajo, fue más lejos esta semana y en el popular blog de Freakonomics propuso que el Estado debía proteger también a los feos, dado que después de todo tener un rosto poco atractivo es tan aleatorio como haber nacido mujer, ser negro, tener propensión a la gordura, haber crecido poco o poseer cualquier atributo físico que no tiene absolutamente nada que ver con la capacidad e idoneidad de una persona para un empleo, pero que lo penaliza a la hora de ser seleccionado o cuando hay que pagarle.
Recibir una paliza en la escuela por ser gordo, o ver vedado el acceso a un empleo por no lucir como Brad Pitt o Angelinea Jolie son dos caras de la misma moneda; una forma de agresión social que no hemos sabido aún regular, ni en el aula, ni en la oficina.