La NBA es uno de los deportes más taquilleros del mundo, no solo por las entradas que vende y el merchandising que rodea el juego, sino por los 2.400 millones de dólares anuales de derechos de televisación de sus partidos en vivo.

Por si ese ingreso no alcanzara, acaban de lanzar a la venta los derechos sobre la versión original de jugadas puntuales que los fanáticos pagan desde un puñado de billetes hasta 200.000 dólares y que lleva recaudados 230 millones en el primer año de vida.

A diferencia de la remera que usó Messi en un partido puntual o de los botines con que Maradona salió campeón en el 86, que son únicos e irrepetibles, los productos digitales tienen la desventaja de que son muy fáciles de copiar y no hay modo de distinguir una captura de pantalla, de una foto sacada por primera vez con un celular.

Por eso el ecosistema de los blockchain generó derechos de propiedad para certificar la originalidad de arte digital e incluso el primer tuit escrito por Jack Dorsey, el creador de la red social del pajarito, fue subastado por 2,9 millones de dólares.

Los derechos de las jugadas

Pero la gente de la liga más importante del básquet mundial dio un paso más, porque con Top Shots vende los derechos de propiedad de las jugadas más espectaculares, lo que permite no solo que un fanático se lleve a casa un triple de LeBron James, sino que poseyendo la propiedad sobre esa jugada puede exigir a YouTube que le paguen cada vez que una cuenta sube ese video y lo monetiza con publicidad.

Lo más interesante es que el mercado encontró una forma de estructurar derechos sobre novedosas creaciones de valor que no exigen trabajo como contrapartida y tienen por lo tanto costo marginal cero, en el sentido de que producir una copia más para que otro hincha disfrute de aquel quinto gol de Mársico para Gimnasia, en la reinauguración de La Bombonera, que a pesar de haber sido de penal, terminó con una ovación de la hinchada de Boca al 10 por su humildad y respeto evitando festejar la conversión, no tiene ningún costo adicional, pero vale mucho para cualquiera que haya estado esa tarde en la tribuna visitante.

El nombre puede sonar extraño: NFT es la sigla de “non fungible tokens” que en castellano sería algo así como monedas no fungibles, pero que más estrictamente refiere a un activo financiero de características únicas, a diferencia de lo que pasa con las monedas fungibles como el Bitcoin, que no se distinguen unas de otras, como también ocurre con las acciones de una misma clase, o con los bonos.

Las formas de creación de valor de la economía tradicional, que exigen dedicar nuevos recursos a cada unidad fabricada, como cuando una empresa elabora un auto y necesita insumos, desde el caucho de los neumáticos, hasta el acero de la carrocería, admiten la posibilidad de una teoría del valor que dependa del trabajo, habilitando el debate marxista sobre la apropiación de la plusvalía, pero si las nuevas tecnologías crean valor sin trabajo adicional, pues ya no hay lugar para ese debate.

La estructura de los derechos de propiedad de la nueva economía no solo permite multiplicar la creación de valor sino que funciona como activos financieros que pueden ser transados en mercados internacionales operando sobre redes sociales que facilitan el acceso al financiamiento para nuevos proyectos y generan tantos ingresos que harán que las preocupaciones del francés Thomas Piketty sobre la desigualdad de hoy sean ridículas en veinte años. Vamos hacia un mundo mucho mas rico que el actual, pero extraordinariamente desigual, sin que esas diferencias sean necesariamente motivo de conflicto, toda vez que se hayan generado en oportunidades abiertas a todos por igual, como exigía John Rawls en su principio de justicia distributiva.

Hace pocos años, cuando el sistema empezó a mutar hacia una fisonomía basada en lo que Jeremy Rifkin denominó “la economía del costo marginal cero”, pensadores como Slavoj ZiZek anunciaron el fin del capitalismo, porque la facilidad para copiar las creaciones de la mente humana -Sean diseños, ideas, fórmulas o marcas- amenazaba la capacidad de garantizar su propiedad, dado que una cosa era asegurar los derechos sobre un bien material, para lo que el poder de la policía de los estados modernos alcanzaba y sobraba, pero otra cosa muy distinta es prohibir que los chinos copien descaradamente un iPhone y lo vendan incluso con el mismo nombre.

Pero si el regulador mundial no es un Estado sino Google, que exige en YouTube los derechos sobre una pieza para transferir el resultado de su monetización, entonces es posible encontrar mucha gente dispuesta a pagar por un activo financiero cuyo flujo de fondos se corresponda con los derechos de autor de un tema musical, un video casero, o el gol de un campeonato.

De hecho, Baby Shark Dance, el video más visto del mundo con 8.450 millones de reproducciones, es una pieza producida por Pinkfong, la marca del estudio coreano de contenidos infantiles Smart Study, que de haber estructurado la pieza como un NFT probablemente tendría hoy el activo financiero más caro de la historia, lo que le permitiría mover el valor de su creación con mucha mayor facilidad.

Por supuesto, hay una moda y ciertamente una burbuja asociada a los NFT que certifican caritas de gatos diseñados por inteligencia artificial u obras de artistas como Mike Winkelmann, más conocido como Beeple, que acaba de ser vendida por más de 69 millones de dólares en Christie´s, pero la tecnología llegó para quedarse y pavimentar las rutas de la nueva economía.

nota publicada en ELDÍA.com