De acuerdo a los datos geolocalizados que proporcionan las distintas aplicaciones de los teléfonos celulares y que releva la gente de grandata.com, en la primera semana de la cuarentena la movilidad se redujo un 74% en todo el país y un 83% en la Ciudad de Buenos Aires, pero aunque se mantuvieron las restricciones, en la última semana (datos al 16 de abril) la caída en la movilidad (siempre en relación a la primera semana de marzo) fue del 54% en Argentina y 64% en CABA, lo que significa que se relajo la movilidad casi 20 puntos porcentuales.

Ese dato duro se corrobora con el aumento del transito en autopistas porteñas, que según el gobierno creció un 25% en la última semana, al tiempo que los accesos a la ciudad captados por el anillo digital crecieron un 135% y la utilización del subte trepó 34% aunque desde un piso muy bajo. Así y todo la movilidad está muy reducida en relación a la semana anterior a la cuarentena (semana 0 del cuadro); el uso de autopistas urbanas está en un 38%, los ingresos a la ciudad en un 41% y el subte en un 3% del trafico de una semana normal (la primera semana completa de aislamiento social es la numero 2 del cuadro)

Si bien el nuevo decreto que prorrogó la cuarentena agregó algunas actividades a las excepciones, como los bancos y los talleres mecánicos, todo parece indicar que asistimos a un relajamiento de facto del aislamiento social producto del hartazgo que produce el encierro y del aparente control que el gobierno ha logrado sobre la curva de contagios.

Mirando la experiencia de Chile, que puso en cuarentena solo a una parte de Santiago, o de Montevideo que suspendió todas las actividades sociales de aglomeración, en sintonía con lo que había hecho Argentina en la semana previa al aslamiento obligatorio, daría la sensación de que hay lugar para relajar un poco las restricciones, pero la vuelta desordenada puede producir un rebrote difícil de controlar si, como sostienen muchos especialistas, los casos asintomáticos contagian al resto.

Por esa razón habíamos sugerido que se anunciara un cronograma de liberación de actividades dando prioridades a las que por la forma de su trabajo (minería al aire libre o construcción en espacio. abierto, por ejemplo) o por su localización (en regiones más aisladas y sin casos declarados), tienen bajo riesgo de contagio y alta contribución al PBI, garantizando siempre que no desborde la capacidad de cuidados intensivos del sistema de salud, que hoy tienen menos de un 5% de ocupación de las camas reservadas al COVID19.

El gobierno cayó en una trampa cognitiva. 

En 1981 el (a la postre) premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman, junto con Amos Tversky publicaron un influyente artículo titulado “The framing of decisión and the psychology of choice” en el que demostraron que la gente toma distintas decisiones si un mismo problema es planteado en términos de vidas salvadas o de vidas perdidas.

Concretamente, los psicólogos hicieron un experimento en el que se presentaba el siguiente ejercicio:

“Imaginen que los Estados Unidos se están preparando para un brote de una inusual enfermedad asiática que se espera que mate a 600 personas y que hay dos programas alternativos (A y B) para combatir la enfermedad:

Bajo el programa A) se salvan 200 vidas

Bajo el programa B) hay un 1/3 de probabilidades de salvar a los 600 y 2/3 de probabilidades de no salvar a nadie

¿Qué decisión tomaría usted?”

Resulta que un 72% de los participantes elijen la opción A, que tiene un resultado sin incertidumbre, aparentemente menos arriesgado

A otro grupo de estudiantes elegidos al azar se les presentaba exactamente el mismo problema, pero se les pedía que eligieran entre dos programas (C y D)) expresados con la siguiente variante

Bajo el programa C) mueren 400 personas

Bajo el programa B) hay 1/3 de probabilidades de que no muera nadie y 2/3 de probabilidades de que mueran los 600

Lo notable es que, aunque los programas son idénticos en sus resultados esperados, en este caso se invierten las proporciones y solo el 22% de los participantes prefiere adoptar el programa C, que produce 400 muertes.

Cuarenta años después la clase política enfrenta un dilema similar porque al haber entrado en cuarentena, ahora cualquier planteo de salida se enfoca en los muertos que traería aparejado, como si la actividad económica no produjera muertes en condiciones normales. Cada obra que se construye, cada litro de bebidas alcohólicas que se produce, cada cigarrillo que se fabrica, cada desarrollo turístico que pone gente en las rutas, cada producto con grasas saturadas, cada gramo de azúcar en las bebidas sin alcohol, cada moto ensamblada, cada pileta que se abre, cada arma que se manufactura, cada hora que un empleo nos atornilla en una silla, cada garrafa que se llena con gas y prácticamente cada uno de los bienes y servicios que se generan en una economía aumenta el riesgo de que muera gente.

Como la alternativa es que nos vayamos a vivir a la montaña y que cada uno sobreviva de la caza y de la pesca, la sociedad acepta los riesgos porque nos enfocamos en los beneficios y no en los costos.

Por supuesto, no podemos permitirnos ni una sola muerte por no haber hecho las cosas de la manera correcta, por no haber tomado todas las precauciones, por dejar gente desamparada sin acceso al sistema de salud. Pero no podemos evitar todas las muertes.

Como quedó en evidencia cuando el gobierno cedió la responsabilidad a los gobernadores, nadie quiere tomar una decisión que quedará enmarcada en términos de vidas perdidas, pero si no lo hacen y no planifican una salida ordenada de la cuarentena corremos el riesgo de que se relaje el aislamiento de manera espontánea y el gobierno pierda autoridad cuando se demuestre su incapacidad para hacer cumplir la norma. O que quedemos atrapados demasiado tiempo en la trampa cognitiva de no animarnos a salir, aún cuando todos nos demos cuenta de que nos pasamos de rosca con las restricciones.

El peor de los mundos es que el virus desborde la capacidad del sistema de salud y muera gente por no tener cuidados intensivos. Pero el segundo peor de los mundos es que sigamos perdiendo el 40% del PBI de cada día durante un largo tiempo, con capacidad ociosa en el sistema de salud.