Fuente: ELDIA.COM

Palabra más, palabra menos, lo dijo el jueves pasado en “El Timón de la Economía”, Gabriel Rubinstein: “Si un Gobierno que tenía superávit fiscal, baja inflación, resultado positivo en sus cuentas externas, crecimiento a tasas chinas y creación de empleo, pierde todas esas cosas y pasa a tener déficit fiscal crónico, problemas en el sector externo, alta inflación, crecimiento nulo o directamente recesión y caída en la tasa de empleo, lo más lógico sería pensar que ese Gobierno pierda el apoyo popular y termine sus días sin respaldo electoral”

Sin embargo eso no parece ser lo que está ocurriendo. Según el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) que elabora la Universidad Di Tella, en base a una encuesta de 1.200 casos representativos de todo el país, en una escala de 0 a 5, la gente le pone en promedio una nota de 2,09 a la gestión gubernamental. Para ver el indicador en perspectiva, pensemos que si bien es cierto que en el primer gobierno de Néstor Kirchner la popularidad osciló entre el pico de 2,78 puntos de enero del 2004 y el más modesto 1,68 de octubre del 2007, en lo peor de la crisis del 2009 el ICG llegó a caer hasta 1,04 para recuperarse, junto con la reactivación económica, y tocar 2,62 en octubre del 2011.

En castellano y traducido en términos electorales, esto quiere decir que el Gobierno está más cerca de hacer una elección como la del 2007, que de repetir las catástrofes del 2009 y 2013. Más precisamente, si se computa la relación matemática que existió entre el Índice de Confianza del Gobierno y los resultados de las últimas cuatro elecciones y se proyecta esa relación teniendo en cuenta el nivel actual del ICG, da que el oficialismo hoy obtendría el 43,5% de los votos.

¿Y SI MIRAMOS SOLO LA ECONOMÍA?

Si en vez de evaluar la gestión integral del Gobierno, miramos el Índice de Confianza del Consumidor (ICC), que elabora la misma Universidad y que muestra la “sensación térmica” que tiene la gente sobre el presente y el futuro de la economía, los resultados no son muy distintos. Después de haberse derrumbado en febrero del año pasado, luego de la devaluación, el índice se recuperó notablemente y presenta hoy un valor intermedio entre el éxtasis del 2011 y el que prevalecía en octubre del 2013. Repitiendo el ejercicio que hicimos con el otro índice y proyectando la relación matemática que existe entre el Índice de Confianza del Consumidor y el resultado de las últimas cuatro elecciones, hoy el Gobierno de acuerdo al valor del ICC del último mes, podría sacar el 46,2% de los votos.

EL EFECTO HABITUACIÓN

Lo que parece estar ocurriendo, tiene que ver con uno de los hallazgos más notables descubiertos por la Psicología Cognitiva, denominado “efecto habituación”.

Este acostumbramiento a las nuevas condiciones es en realidad una característica fundamental que permitió a lo largo de los años nuestra supervivencia como especie, tal y como lo demostró uno de los primeros científicos en estudiar este tema, el profesor Richard Thompson del Departamento de Psicobiología de la Universidad de California.

La idea es que los cambios en el estado de ánimo que llevan a que nos sintamos más o menos satisfechos con la situación en la que estamos, son respuestas de nuestro organismo ante una novedad que exige de nuestra parte cierta acción compensadora, para restaurar el balance con el ambiente, del mismo modo que lo haría un termostato. Estamos diseñados entonces para reaccionar solo ante los cambios significativos del contexto y nos acostumbramos rápidamente al estado de las cosas cuando no se producen modificaciones importantes.

Por esta razón, en tanto y el cuanto las principales variables de la economía no presenten cambios bruscos, como ocurrió con la devaluación de enero del año pasado, o con la crisis del 2009, la gente se acostumbra a un nivel de inflación alto, pero estable, al tiempo que ya nos parece natural que la economía no crezca al 7 u 8% como lo hacía en 2010 ó 2011 y deja de sorprendernos el estancamiento económico y las restricciones al dólar, como lo hicieron en 2012 y 2013.

Hace unos años hicimos una investigación con Guillermo Cruces, del CEDLAS, en la que demostramos que incluso muchas personas que por sus ingresos bajos son considerados técnicamente como pobres, no se sientes subjetivamente pertenecientes a esa categoría. Es probable conjeturar que esto también tenga que ver con que se han habituado a su condición estructural de marginación.

El problema es que aunque la pobreza, la inflación y el estancamiento económico no sean disruptivos en términos de estabilidad social ni generen cambios electorales, porque la gente se acostumbra, van erosionando las estructuras económicas y sociales, como la gota que horada la piedra, consolidando el subdesarrollo y distanciándonos cada vez más de un país donde la fragmentación social y el deterioro de instituciones básicas como la moneda y la confianza, nos parezcan una cosa que está mal y que debemos cambiar.