Robert Shiller ganó el Premio Nobel de Economía en el 2013 por demostrar, entre otras cosas, que las series de precios de las acciones tienen más volatilidad que los dividendos, o puesto en castellano; que los precios sobre reaccionan.

A horas del cierre de las elecciones presidenciales en Argentina, la inesperada performance de la oposición generó un éxtasis; la bolsa local subió 4,4%, los bonos vivieron una fiesta y el dólar paralelo cayó 30 centavos. Los mercados ven en Mauricio Macri una más rápida eliminación del cepo, un acuerdo con los acreedores externos judicializados y una consiguiente lluvia de inversiones.

La lógica es que el cepo funciona como un impuesto para las inversiones, porque quien desea ingresar dólares a la argentina recibe $9,50 por cada billete que trae, pero debe abonar 14 para poder sacarlo, e incluso en el caso que use el mecanismo de contado con liquidación inverso (comprar papeles argentinos en Estados Unidos en moneda de ese país y venderlos en Argentina en pesos), lo cierto es que debe enfrentar costos de transacción y el riesgo de cotización de los bonos.

El conflicto con los buitres, por su parte, no solo encarece y restringe el financiamiento del Estado, sino que prácticamente duplica el costo financiero de las grandes empresas como YPF.

La remoción del cepo generaría mayor inversión extranjera directa (IED) y permitiría que reingresen al mercado los dólares que los Argentinos tienen en cajas de seguridad o “debajo del colchón”. El acuerdo con los hold out, por su parte, podría mejorar la calificación crediticia de Argentina. Los analistas calculan  que si el país lograra la nota de Investment Grade, podría emitir cerca de 25.000 millones de nueva deuda, porque los fondos comunes de inversión tienen por regla de portafolio un porcentaje fijo de activos de países emergentes que tienen que cubrir y luego de que Brasil perdiera esa categoría, hay espacio para que Argentina ocupe posición en esas carteras.

Una transición delicada

Pero en cualquier escenario la transición económica no será fácil. El gobierno tiene que mostrar primero capacidad para resolver el déficit fiscal y bajar la inflación, quebrando las expectativas de los agentes para que las paritarias de marzo y abril no convaliden el piso de inflación inercial con el que vienen indexándose los salarios.

En simultáneo a resolver la inconsistencia fiscal de los flujos, con su correlato en financiamiento inflacionario, deberá abocarse a encontrarle una salida al stock de pesos sobrantes en la economía, que son todos los que desde el 2011 quieren salir de la moneda local, pero no pueden hacerlo por las restricciones a la compra venta de divisas.  Sin un plan para absorber una suma que muchos estiman cercana a los 200.000 millones de pesos, la salida del cepo no podrá hacerse para los stocks en el corto plazo, porque si la apuesta del nuevo gobierno es a que la credibilidad en el cambio mantenga a raya ese sobrante monetario, cualquier incertidumbre que nuble ligeramente el horizonte podría generar una huida en manada, con efecto de “puerta 12”, que catapultaría el tipo de cambio haciendo fracasar el plan.

Devaluación e inflación, una relación conflictiva

La otra amenaza para la normalización cambiaria es el efecto en precios; el famoso “passthrough”.

Si se entra en las páginas de internet de los supermercados de las grandes cadenas en Chile, Uruguay, Brasil o Colombia, se comprobará que con un dólar cercano a los $14, los precios en Argentina serían similares a los del resto de la región, de modo que si el tipo de cambio se libera con apertura comercial, en ese nivel se tendría que estacionar el dólar, sin que se modifiquen los precios en pesos en las góndolas argentinas.

Por otro lado, por el atraso cambiario, hoy la canasta básica alimentaria, está compuesta aproximadamente, en un 10% por transables y 90% de no transables, dado que de un producto que sale $10 en góndola, por ejemplo,  los productores solo reciben en promedio $1 en la tranquera, siendo la mayor parte del precio en el super explicado por los costos de transporte, almacenamiento, distribución y comercialización, todos componentes no transables que no deberían sufrir remarcaciones por la devaluación.

Pero claro, como los precios de oferta se forman por costo de reposición y no por costo de compra de las mercaderías, si los comerciantes esperan una mayor devaluación se cubrirán cargándola por anticipado en los estantes. Por eso la clave está en que la devaluación se haga de shock, de una sola vez y que rápidamente los agentes se formen la expectativa de que el dólar ya alcanzó su nivel de equilibrio y no subirá en lo sucesivo.

Además, si se demora la devaluación, la única variable que puede detener la huida del peso es la tasa de interés, que deberá ponerse en un nivel tan alto que paralizaría la reactivación. Si por el contrario, la devaluación ocurre rápido, la expectativa de apreciación monetaria recuperará la demanda de moneda local ayudando a bajar la inflación,  en un equilibrio compatible con una tasa de interés tan baja, que hará más posible el fuerte crecimiento de la economía, como ocurrió a partir de agosto del 2002.

La mala noticia es que el trabajo es complejo y debe hacerse sin descuidar ninguno de los temas mencionados.

La buena noticia es que la sobrerreacción de los mercados puede deprimir el dólar paralelo y el contado con liquidación, al tiempo que recupera la demanda de pesos por parte de los agentes. Esa combinación bajaría la inflación (por expectativas y por demanda relativa de pesos) y achicaría la brecha, facilitando la salida.

fuente: El punto de equilibrio