177dEste es un post para no economistas. El propósito es explicar los problemas que genera el dólar barato en la economía, para que se entienda el debate respecto del valor del billete verde en nuestro país y evitemos en lo sucesivo el recurrente error de apreciar artificialmente nuestra moneda, que tanto daño nos ha hecho en nuestra historia.

Pero primero quiero establecer un punto de crucial importancia; el tipo de cambio es un precio más, probablemente uno de los más importantes de la economía, junto con la tasa de interés, pero un precio al fin.

Ahora bien, la función de los precios en la economía es la de dar señales a los productores y consumidores, indicando la escasez relativa de los bienes y servicios, para que los fabricantes se dediquen a hacer lo que falta, dejando de producir lo que abunda, al tiempo que las familias dejen de gastar en lo que no hay y compren en cambio, aquello que sobra.

Así, si falta energía por ejemplo, subirá su precio aumentando el margen de ganancia de los fabricantes de electricidad y combustibles, pero al mismo tiempo diciéndoles a los consumidores que hay un problema en ese producto y que lo mejor que pueden hacer es ahorrar en su consumo, declarar el “boicot” a la nafta la luz y el gas y no consumir de esos bienes hasta que desaparezca el problema de faltantes y bajen los precios nuevamente.

Por esta razón los precios de la economía los debe fijar siempre la oferta y la demanda, porque esa es la única manera de que los productores y los consumidores reciban las señales correctas de escasez y abundancia.

Si el Gobierno, en cambio, reemplaza al mercado y fija el precio de la energía artificialmente por debajo de su valor de escasez, les está diciendo a los productores que no es necesario que produzcan más luz, gas y naftas y que es preferible que se dediquen a otra cosa. El precio bajo, es una excelente noticia para los consumidores, pero es en realidad una ilusión, porque los invita a derrochar un recurso que en verdad no abunda. Lo mismo ocurre en el mercado del dólar.

Por supuesto, si el mercado de divisas no es transparente, las autoridades deben intervenir para garantizar que sea competitivo y neutralizar cualquier cambio de precio que no se corresponda con un problema de escases permanente (un shock transitorio o un movimiento especulativo o de abuso de posición dominante, por ejemplo), pero ello no justifica jamás que el Estado reemplace al mercado en la fijación de los precios ni mucho menos que establezca precios políticos que nada tengan que ver con la realidad del mercado.

El precio del dólar

En condiciones normales de mercado, el valor de la divisa norteamericana nos indica si sobran o faltan dólares en la economía.

Si el precio del billete verde es muy barato, la señal a productores y consumidores es que sobran dólares. Los empresarios entonces dejan de producir bienes que se pueden cambiar por dólares (productos agropecuarios, mineros, pesqueros y manufacturas industriales) y las familias reorientan su gasto comprando más bienes y servicios transables, que son todos aquellos que se puede exportar o importar y que por lo tanto fijan su precio de acuerdo al dólar, como por ejemplo electrónicos, electrodomésticos, autos y viajes al exterior.

Por el contrario, cuando sube el dólar, el mensaje ahora es que los productores tienen que dejar de fabricar servicios que no generan dólares y volcar sus inversiones y sus decisiones de contratación de trabajadores, para fabricar más bienes transables, que son los que fundamentalmente produce el campo y la industria. Del mismo modo, un dólar alto es un incentivo fuerte para que los consumidores dejen de gastar en celulares, motos, autos y viajes a Brasil, y vuelquen su consumo a los servicios que no escasean.

La señal rota en la historia

En el siguiente gráfico vemos el precio del dólar ajustado por inflación, comúnmente conocido como “tipo de cambio real”, durante los últimos 116 años de historia.

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Nótese como entre 1930 y 1944 sube el dólar por encima del promedio histórico, porque se cierra el comercio mundial por la crisis del ’30 y nuestro país empieza a enfrentar escasez de divisas. En 1945 en cambio, el dólar empieza a bajar, porque a la salida de la segunda guerra se recuperan los mercados mundiales y los precios de los productos que nuestro país le vendía al mundo (agropecuarios) suben de manera notable. De hecho, entre 1946 y 1948 Argentina disfrutó de los mejores términos de intercambio de su historia, lo que quiere decir que con cada tonelada de granos que exportábamos podíamos comprar más productos importados; sobraban los dólares.

Pero desde el año 1950 los precios externos dejan de favorecernos. Ya no sobraban dólares y sin embargo el Gobierno no permite que el precio de la divisa refleje el fin de la fiesta. Obviamente, la consecuencia de no dejar que la oferta y la demanda muestren la escases de dólares, es que el precio artificialmente bajo les quita incentivos a los productores agropecuarios e industriales y funciona como un anabólico para el consumo de bienes cuyo precio se fija en dólares. La economía profundiza así su escasez de dólares, hasta que la crisis cambiara estalla en una devaluación.

La historia se repitió luego entre 1971 y 1975 (terminó en el Rodrigazo), otra vez en el período que va entre 1976 y 1981 (la tablita de Martinez de Hoz) y nuevamente entre 1991 y 2001 (la Convertibilidad).

Por último, el fenómeno de apreciación cambiaria se vuelve a manifestar con fuerza desde el 2008 en adelante, alcanzando en 2015 un dólar ridículamente bajo.

Ese dólar artificialmente barato es el responsable de que caiga la producción agropecuaria e industrial, al tiempo que se infla como una burbuja el consumo de manufacturas y turismo al exterior. Digámoslo en castellano; buena parte del consumo de bienes durables (autos, por ejemplo) y viajes afuera, es tan insostenible en el tiempo, como el lomo de un fisicoculturista anabolizado.

La última prueba de las consecuencias negativas del atraso cambiario es en la creación de empleo. En el siguiente gráfico vemos lo que ocurrió desde que comenzó a apreciarse nuestra moneda en 2008.

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Nótese que mientras que en el comercio (que no genera dólares) se crearon 150.000 empleos, mientras que en la industria que produce las manufacturas que compiten con las importaciones, solo fue posible incorporar 27.000 nuevos trabajadores. De un millón de empleos creados, menos del 3% fue en sectores que generan dólares.

No debiera sorprendernos entonces que falten divisas en la economía y por esa razón debe subir su precio, para que aumente la producción industrial, agropecuaria, pesquera, minera y energética, que son los sectores que generan (o ahorran) dólares