Fuente: ELDIA.COM

El golcito modelo 2009 tenía destino de 60.000 pesos, que idealmente ayudados por un ahorro adicional se iban a transformar en un modelo quizás dos años mejor. Pero vino la inundación del 2 de abril y el coche se convirtió en bote, acabó montado sobre otro auto con el motor completamente inutilizado y perdió buena parte de su valor.

El dueño sin embargo no quiso jamás aceptarlo y siguió publicando el rodado en los clasificados, siempre con el mismo resultado. Inexorablemente el interesado pedía ver el motor con un mecánico amigo que lo convencía de que ya hacía tiempo que había perdido buena parte de su valor.

La analogía no es caprichosa, porque esta semana volvió al centro del debate la cuestión del dólar y la discusión sobre la posible eliminación del cepo, a partir del sincericidio de Miguel Bein, economista preferido del principal candidato a Presidente del oficialismo, quien palabra más, palabra menos, dijo que no va a ser tan fácil salir del cepo y que la administración de divisas iba a continuar por un tiempo.

La alternativa, en sintonía con la propuesta tanto de Macri como de Massa es la eliminación de las restricciones a la compra-venta de divisas y la liberación y unificación del mercado de cambios.

El argumento de muchos gradualistas como Bein es que si eso ocurre se produciría una fuerte devaluación que generaría una caída de los salarios reales, entre otros males.

Pero el problema es que así como el golcito ya perdió buena parte de su valor el mismo día de la inundación, independientemente de que su dueño no quiera bajarle el precio, la moneda doméstica ya vio erosiado su poder de compra por culpa del sostenido proceso inflacionario, a punto tal que muchos están planteando la necesidad de imprimir billetes de 200, 500 e incluso 1.000 pesos, porque todo el mundo sabe que los de más alta denominación no alcanzan en la actualidad prácticamente para nada.

Más concretamente, desde que asumió Cristina Fernández en diciembre del 2007, el peso argentino perdió el 80% de su poder de compra, en términos de bienes y servicios de nuestra economía. Con una excepción. Si usted en vez de comprar, pan, leche, pagar el alquiler o lavar el auto, desea comprar dólares, el poder de compra de los pesos cayó solo 65%. Puesto en otras palabras; la capacidad adquisitiva de la moneda local cayó un 80% para comprar bienes argentinos, pero sólo un 65% para adquirir bienes que cotizan en dólares. Evidentemente algo no cierra. O los precios de los bienes y servicios en Argentina están muy altos o el dólar está muy barato.

La explicación de la aparente paradoja es que en realidad el peso ya se devaluó, pero por alguna razón (bajar la inflación y ganar elecciones) el Gobierno insiste en hacerle creer a la gente que el poder de compra de nuestra moneda cayó respecto de todos los bienes pero no lo hizo en igual medida respecto del dólar. Insiste el Ejecutivo en que el golcito, inundado y todo, sigue valiendo 60.000.

UN CONTRA ARGUMENTO POR EL ABSURDO

Es cierto, no obstante, que si el Gobierno deja que el dólar se negocie libremente al precio que realmente tiene, la capacidad de los salarios en términos de bienes que se compran y venden en dólares va a caer.

Pero entonces, si una devaluación hace que los trabajadores puedan comprar menos bienes transables, que es el nombre que los economistas le ponemos a esos bienes que son potencialmente importables o exportables, ¿por qué no probamos con una revaluación?, ¿por qué en vez de llevar el dólar a 10 u 11 pesos, no lo ponemos a $3,13 como estaba cuando empezó Cristina? ¿O por qué directamente no volvemos al 1 a 1? ¿No sería fantástico acaso que un policía o un maestro ganen 8.000 dólares?

La respuesta obvia, es que eso no sería posible. Que no sería sostenible poner un dólar tan barato y que resultaría artificial establecer salarios tan altos en dólares.

Sin embargo por obra y gracia de la combinación de alta inflación con atraso cambiario, lo concreto es que los salarios en dólares crecieron un 80,1% en nuestro país desde que gobierna la Presidenta. Del disparate ese al de los sueldos de 8.000 dólares para todos y todas no hay conceptualmente tanta distancia.

Lo que ocurrió en los hechos es que buena parte de los aumentos salariales de los últimos años fueron una mentira, una construcción artificial que como el lomo del patovica, no es posible sostener cuando desaparecen los anabólicos.

La única verdad es la realidad; la moneda doméstica perdió el 80% de su valor bajo la administración de Cristina y el Gobierno busca con desesperación llegar al final y entregar la posta bajo la ilusión de que aunque eso es cierto y los pesos pueden comprar solo el 20% de los bienes y servicios que se podían adquirir en 2007, todavía tienen poder para comprar dólares. Un delirio cuya credibilidad es inversamente proporcional al nivel educativo de cada ciudadano.