Hay un chiste famoso circulando entre los economistas que dice más o menos así: ¿Qué hace un economista al que se le pide que estudie el comportamiento de los elefantes? Respuesta: Se encierra en su oficina y piensa “a ver… ¿qué es lo que haría yo si fuera un elefante?”.
Puede parecer una exageración, pero con honrosas excepciones esto es más o menos lo que ha venido haciendo la ciencia económica en los últimos años. Suponer que existe un individuo “representativo” que de manera “racional” “maximiza” una función de “utilidad” sujeto a un conjunto de restricciones.
Notará el lector que aparecen unas cuantas comillas en el párrafo anterior. De hecho, probablemente lo único que no sea discutible del enfoque epistemológico actual de la ciencia económica es el reconocimiento de que hay restricciones. El día que deje de haberlas simplemente desaparecerá la economía
El problema es que todo lo demás no es cierto en la realidad. No existe un consumidor “representativo”, sino varios que pueden ser representativos de un grupo de consumidores en una circunstancia, pero no en otra.
La cuestión de la racionalidad también está muy trillada y no quiero reabrir el debate aquí, pero es evidente que en muchas decisiones diarias se violan sistemáticamente principios elementales de racionalidad. Mencionaré solo un ejemplo que me parece ilustrativo.
Cuando usted pone el despertador a las 6 de la mañana, se inscribe en el gimnasio, empieza la dieta o promete dejar de fumar entra en contradicción toda vez que apague el despertador y siga durmiendo, abandone la práctica deportiva, sucumba ante un postre que sabe que no debe comer o termine encendiendo un cigarrillo. Tomas Schelling, brillante Premio Nobel de Economía, sostenía que las personas tenían dos “yo” conviviendo y alternándose en el ejercicio del poder a la hora de decidir. Ahora, neuro imagen mediante, sabemos que aunque hay un solo sistema de procesado de la información, la corteza pre frontal dorso lateral tiene a su cargo la supresión de la ventaja del comportamiento de corto plazo y el control de la conducta, solo que no funciona por default y de manera homogénea y sistemática en cada persona, sino que su eficiencia, como demostraran Spears, Mullainathan y Rangel, depende de factores ambientales como el stress, la falta de sueño, la intoxicación por alcohol, la habituación en el uso del mecanismo, etcétera.
La otra cuestión es la de la suposición de la existencia de una función de “utilidad”, cuando los trabajos teóricos de Kahneman y las pruebas de laboratorio de Ernst Fehr, confirman que una cosa es la utilidad estimada, otra la utilidad experimentada y otra distinta la utilidad recordada. Más aún; aunque el placer que se obtiene por el consumo de un bien en un momento del tiempo, puede registrarse por la activación de la corteza frontal orbital de nuestro cerebro, junto con la participación del núcleo accumbens, nada garantiza que las decisiones que toman las personas se basen en la búsqueda de la obtención del máximo placer instantáneo, que es más factible asociar al concepto de “utilidad”, sino que muchas decisiones se basan en la búsqueda de la satisfacción con la vida, o del estado de felicidad permanente.
En respuesta a una pregunta que le hiciera recientemente en el blog de Freakonomics, Kahneman me confirmó que de acuerdo a sus investigaciones la felicidad está asociada a la cantidad y calidad del tiempo que se pasa con los seres queridos, mientras que la satisfacción está más vinculada al logro de metas personales más convencionales, como un alto ingreso, casarse, recibirse, etcétera.
Creo realmente que estamos en las postrimerías de una nueva teoría general de la elección económica, que reemplazará los consumidores representativos que maximizan funciones de utilidad dadas de antemano, por un conjunto heterogéneo de “consumidores prototípicos” que producen modelos de funcionamiento del mundo a partir de los cuales estiman el impacto de sus decisiones en funciones objetivo que cambian con el contexto de la elección.
Pienso que el nuevo modelo se apoyará en la psicología cognitiva de la memoria y la inteligencia, junto con la neuroanatomía.
En ese sentido, Daniel Kahneman, Colin Cammerer, Richard Thaler y Dan Ariely, han venido dibujando las líneas gruesas del nuevo mapa, algunas de las veces parados en la psicología y proyectando hacia la economía, otras veces en sentido contrario. Antonio Rangel y Ernst Fehr, están abriendo caminos nuevos desde la neuroanatomía y probablemente presenten en 2012 un modelo general neuroantómico de la elección económica.
Recién cuando los economistas nos animemos a salir del closet de los supuestos y empecemos a diseñar modelos positivos que describan el modo en que verdaderamente se comportan los agentes económicos podremos generar herramientas capaces de estimar las decisiones económicas de los seres humanos
La economía dejará entonces de ser un juguete académico con poco poder de pronóstico, para pasar a ser usada como insumo fundamental de los managers y políticos
El verdadero triunfo de la nueva ciencia no se medirá en función de los Premios Nobel que sea capaz de obtener, ni de las citas bibliográficas de prestigiosos Journals, sino de los empleos que genere en los departamentos de marketing, administración de clientes e inteligencia comercial de las grandes empresas