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Seamos claros desde el principio; en una economía sin intervención gubernamental en el mercado de cambios, el precio del dólar debe ser aquel que equilibra el balance de pagos, que no es otra cosa que el instrumento contable que registra todas las entradas y salidas de divisas del país, algo así como un detector de moneda extranjera colocado en las fronteras de una nación, que suma cuando se produce cualquier movimiento que traspasa los límites, hacia dentro y resta cuando el flujo monetario transita en sentido contrario.

Suman dólares las exportaciones de bienes (en nuestro caso básicamente materias primas provenientes del campo o manufacturas de origen agropecuario como el aceite de soja, por ejemplo)o servicios (asesoramiento de profesionales y turismo de extranjeros, básicamente), las transferencias de dinero de factores argentinos en el exterior (remesas de utilidades de empresas en el extranjero, o de trabajadores que emigraron y dejaron familia acá, por ejemplo), las inversiones directas de empresas o países que compran activos en nuestro país, los préstamos de gobiernos u organismos multilaterales de crédito (como el FMI) y también las colocaciones financieras especulativas de fondos o particulares que buscan una mayor rentabilidad que la que obtendrían en sus tierras de origen.

Restan divisas las importaciones de mercancías (insumos para producir, combustible para generar energía, electrónicos y otros productos manufacturados que nuestro país no produce) y servicios (turismo de argentinos, fletes, seguros, etc.), las remesas de inmigrantes (sobre todo las de trabajadores provenientes de países limítrofes), los envíos de utilidades de multinacionales radicadas en nuestro país, los pagos de intereses y capital de la deuda externa, como así también las inversiones de largo plazo en terceros países (el campo que compró Fariña en Uruguay por ejemplo) y colocaciones especulativas de argentinos en el exterior (ya sean en paraísos fiscales o en bancos de sistemas financieros más seguros, como Uruguay o Estados Unidos.

Del resultado neto entre los ingresos y salidas de divisas dependerá entonces el precio del dólar, salvo que el gobierno intervenga en el mercado de cambios, en cuyo caso puede comprar los dólares que entran, haciendo crecer las reservas, o también puede vender moneda extranjera cada vez que alguien necesita efectuar alguna operación de las del párrafo anterior, que implican salidas de dólares y por ende caída en las reservas.
En resumen; si en un momento del tiempo salen más divisas de las que entran, el gobierno puede optar por romper el chanchito de las reservas entregando dólares, o por cuidar las reservas del BCRA, dejando que el precio de la moneda extranjera suba para reflejar su mayor escasez.

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El problema de la economía real es que en los últimos 7 años, desde mayo del 2006 para acá, el dólar subió un 32%, pero la inflación acumulada fue del 212%, haciendo que los precios de nuestros productos sean carísimos en dólares, mientras que se abaratan notablemente los bienes traídos desde el exterior.

Para poner un ejemplo; una campera de cuero que costaba $390 en 2006, se podía exportar a 100 dólares (porque el verde salía 3,90) pero, inflación mediante, esa misma prenda sale hoy $1.216 que, al tipo de cambio oficial equivale a U$s 234, un precio muy alto para competir en el exterior.

Al mismo tiempo una remera Tommy o unas zapatillas Nike, que se importaban a 70 dólares, en el 2006 salían $273 y si no hubiera intervención gubernamental limitando las importaciones deberían costar ahora solo un 32% más, o sea unos 360 pesos, un precio tan barato que borraría del mapa a la producción nacional de textiles, que de ningún modo podrían competir con esos valores.*

Puesto en castellano, es absolutamente insostenible que la inflación aumente más que el dólar, salvo que mejoren extraordinariamente los términos de intercambio (suba mucho el precio de la soja, para simplificar).

Entonces, o se frena drásticamente el aumento de los precios, o sube el dólar, o la economía se queda sin reservas porque nadie puede exportar y las importaciones son tan baratas como en el 1 a 1 de los ’90 o el “deme dos” de Martínez de Hoz.

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Hasta ahora, como muestra el gráfico precedente, lo que viene sucediendo es básicamente lo último. A pesar de las fuertes limitaciones a las importaciones impuestas por el gobierno, las reservas primero subieron entre 2006 y 2008 por la suba de la soja (paso de 225 dólares por tonelada, en mayo del 2006, a 458 en 2008), pero desde entonces cayeron 10.000 millones de dólares.

Por lo tanto, dado que las restricciones a las importaciones no pueden ser permanentes (porque habrá conflictos en la OMC y en el MERCOSUR) y que las reservas no pueden seguir cayendo indefinidamente, es razonable que la gente apueste a que el dólar subirá muy por encima de los 5,18 de la cotización oficial actual.

Obviamente tampoco estamos sosteniendo que el valor de equilibrio del dólar; el precio que se necesita para terminar con las restricciones a las importaciones, frenar la salida de reservas y liberar el cepo, tenga que ser de la magnitud que convalida el paralelo o “Blue” ( $9,40 mientras escribo esto).

El valor del dólar de equilibrio que se desprende del índice Big Mac ajustado (tomando el cuarto de libra a $33 como referencia) es de $7,62 (ver explicación del índice acá y metodología del cálculo acá) y la relación entre la base monetaria y las reservas arroja un tipo de cambio implícito de $7,53 (ver datos BCRA acá) de modo que sería razonable pensar que ese sería aproximadamente el valor del dólar si el gobierno liberara el mercado (aunque inicialmente se produciría una sobre reacción u overshooting)

Ese valor obviamente sería más bajo que los $9,40 del Blue, Veamos por qué.

En primer lugar el mercado paralelo o blue concentra las operaciones de los que necesitan divisas para viajar, para remesar al exterior o para atesorar, básicamente. Mirando el balance de pagos del 2011, y suponiendo que 1/3 de los dólares de viajes deben conseguirse en el paralelo, más la totalidad de las remesas de trabajadores de países limítrofes, arrojaría unos 26.284 millones de pesos, mientras que el excedente para ahorro totaliza unos 87966 millones de pesos, que es lo que subieron los depósitos en plazo fijo en los últimos 12 meses; un dinero que potencialmente puede irse al dólar no oficial.

Así las cosas, hay una demanda potencial en el paralelo de 12.154 millones de dólares (a 9,40 el blue), que representa un 14% del total de la demanda de dólares para el comercio y una oferta restringida que proviene centralmente de la sub facturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones, mas los billetes que traen los turistas y venden a los arbolitos sumado al eventual acceso favorecido a dólares oficiales que tienen algunos que luego vuelcan al blue.

Entonces cualquier exceso de demanda para operaciones corrientes, como así también cualquier corrida especulativa o producto del pánico de los agentes económicos debe ser absorbida por el 14% del mercado, en vez de ser soportada por la totalidad.

Como sucede en cualquier escenario de mercado negro resultante de un precio máximo, el precio ilegal de equilibrio está por arriba del que resultaría si se liberara el mercado (la brecha depende inversamente de la elasticidad de la demanda, que a su vez depende de la cantidad de sustitutos que tenga el dólar).

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Factores Psicológicos

Ahora bien, las corridas sobre el blue como así también la mayor demanda permanente de las dvisas externas con motivos de atesoramiento están fuertemente influidas por factores psicológicos.

Las corridas pueden producirse cada vez que una racha aleatoria de subidas de la cotización del paralelo es interpretada por los agentes como si fuera una tendencia permanente a la suba, lo que motiva el comportamiento de compra generando la suba y reforzando la percepción de los agentes en un típico fenómeno de profecía autocumplida.

Ese comportamiento de saltar a una conclusión de manera apresurada tiene raíces evolutivas. En la Sabana africana en la que vivían nuestros antepasados, la Ley de los Grandes Números era como el largo plazo de J. Maynard Keynes: un momento del tiempo inasequible, puesto que primero había que sobrevivir. Resultaba crucial entonces definir rápidamente si el olor fuerte, o el grito agudo pertenecía a un depredador que ameritaba la fuga, puesto que aquellos individuos de nuestra especie que fueran muy aversos a cometer lo que en estadística denominamos error tipo I, aumentarían las chances de cometer el error de tipo II, no viendo una regularidad que efectivamente estaba presente y pasando a ser inmediatamente alimento de los leones.

Apresurarse en ver una tendencia y extraer una conclusión (el “jump to conclusions bias” del Nobel Daniel Kahneman), en el peor de los casos significaba una falsa alarma, una huída innecesaria, pero en todas las oportunidades restantes garantizaba la supervivencia, por lo que esa tendencia comportamental quedó grabada en el ADN de las futuras generaciones.

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Por otro lado, el aumento de la demanda permanente de divisas extranjeras, que se traduce en un comportamiento dolarizado de la gente tiene que ver con la búsqueda de reducir la incertidumbre. El ser humano es un animal cuya principal característica es la búsqueda de la certeza y entonces cuando caen las expectativas de los consumidores (El índice de confianza del consumidor de la UTDT está un 19% abajo del de hace 2 años atrás) estos tienen los síntomas típicos de un trastorno de ansiedad generalizado, buscando desesperadamente mecanismos que les permitan controlar esa sensación de inseguridad económica. Se vuelcan así al dólar como el ansioso al Rivotril, buscando evitar el pánico, persiguiendo la tranquilidad

Un último factor importante tiene que ver con el funcionamiento de nuestro sistema de memoria. En los últimos 60 años argentina tuvo 12 recesiones que fueron vividas en carne propia por nuestros viejos y transmitidas en cada relato de un familiar que se fundió o se quedó sin empleo. Cada uno de esos momentos fueron almacenados en la memoria episódica, un almacén que nos permite guardar las experiencias, en un espacio distinto de la memoria semántica, que es el sistema que graba los conocimientos adquiridos pero no vividos (por ejemplo lo que aprendemos en la escuela).

Resulta que, como demostró el Neurólogo Antonio Damasio, los recuerdos autobiográficos se imprimen en la memoria episódica junto a marcadores somáticos; registros emocionales positivos o negativos que hacen que nuestro sistema límbico reaccione de manera automática ante la más remota pista de que un evento se parece a aquel recuerdo, incluso cuando tardemos un poco más en darnos cuenta conscientemente de la similitud.

Así, cuando los agentes económicos huelen incertidumbre y recesión, se activan las respuestas emocionales de evitación y buscan resguardo en el dólar, como refugio de certidumbre, porque saben que en cada una de las crisis anteriores, sin excepción, el que estuvo parado en moneda extranjera zafó o incluso pasó al frente.

Lo importante de esto es que el gobierno puede evitar el pánico social, regularizando el funcionamiento del mercado cambiario. Si no lo hace, los niveles de ansiedad irán en aumento y el problema será cada vez peor. A título de ejemplo, pensemos que en Venezuela un dólar oficial cuesta 6,50 bolívares mientras que el paralelo cotiza a 23,40 unidades, de modo que en casa puede ir subiendo mucho más.

El proceso de suba será secuencial. Hace un año muchos pensaban que 6,50 era un precio exorbitante. Luego se creía que 8,50 era una locura estacional, un valor insostenible que solo podía bajar. Hoy acaricia los 9,50 y parece caro, pero por el efecto psicológico de habituación, la gente se acostumbrará en poco tiempo a ese valor, a menos que el Banco Central tome cartas en el asunto e intervenga para bajarlo.

De otro modo mi próxima columna será para explicar por qué pasó la barrera psicológica de los 10 pesos.

*En rigor, el tipo de cambio de equilibrio depende también de la inflación en el resto del mundo y de la tasa a la que crece la productividad en nuestro país en comparación a la misma tasa en nuestros socios comerciales.