-Buenos días señor, tres kilos de vacío, 6 chorizos y una bolsa de carbón, por favor-
-Acá tiene, sírvase-
-¿Cuánto le debo?-
-Son tres días y 4 horas caballero-

La conversación parece salida de un cuento delirante, pero en realidad podría no ser tan descabellada. En “El precio del mañana”, película que visitó nuestros cines en diciembre pasado, se presenta un mundo de fantasía en el que se ha descubierto la cura para el envejecimiento, de suerte tal que las personas maduran hasta los 25 años y detienen entonces sus procesos de deterioro biológico.

Semejante avance implicaría naturalmente la posibilidad de la vida eterna, pero justamente la “gracia” del guión es que al cumplir esa edad, la gente recibe un crédito de un año de tiempo que deben administrar celosamente puesto que los bienes y servicios no se comercializan por dinero sino justamente por horas, minutos y segundos.
Así, a medida que uno se va quedando sin reservas debe trabajar o dedicarse a la producción o el comercio para poder conseguir días y horas que eviten que su reloj llegue a cero, lo que en caso de suceder ocasiona la muerte instantánea.

El uso del tiempo como metáfora del dinero está tan bien logrado que incluso hay lugar para la desigualdad entre unos pocos que pueden vivir cien, mil o incluso un millón de años y la gran mayoría que vive literalmente al día, mientras que también emergen la mayor parte de los comportamientos humanos habituales asociados al dinero, como el robo de tiempo, su cambio por favores sexuales, o su utilización como mecanismo de control social.

La idea no es nueva. La Academia sueca entregó en 1992 el Premio Nobel de Economía a Gary Becker por haber ampliado el dominio del análisis microeconómico a un amplio conjunto de comportamientos humanos (link a la Conferencia Nobel aca) , pero además por sus contribuciones a la comprensión del tiempo como uno de los principales recursos escasos que debemos administrar.

Entre otras cosas, este eximio profesor de la Universidad de Chicago desarrolló la moderna teoría del capital humano que permite comprender la razón por la cual a pesar que los estudios superiores son en nuestro país públicos y gratuitos en las Universidades Nacionales, aún los sectores más pobres de la población continúan sin acceder a las aulas masivamente.

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En efecto, seguir una carrera es gratis solo en el sentido de que no hay que pagar una matrícula, ni una cuota mensual, pero el costo más importante para los estudiantes no es monetario; son las 40 horas semanales de su tiempo, que un alumno full time debe dedicar para poder recibirse en 5 años. Obviamente, quien estudia 7 u 8 horas por día no pude dedicar ese mismo tiempo a trabajar y en los hogares más pobres ese es un lujo que prácticamente nadie puede darse. Como resultado, si queremos generar una real igualdad de oportunidades no alcanza con garantizar la no imposición de aranceles, sino que es preciso dotar a los alumnos de los hogares más pobres de un “salario estudiantil” que compense el valor de sus horas.

Pero la importancia del tiempo no se circunscribe al ámbito educativo.
Quiero proponerle un ejercicio al lector.

Imagínese que no existe ya dinero en el mundo y que usted recibe en cambio 50 años de tiempo que inicia su cuenta regresiva en este preciso instante. Cuando el reloj llegue a cero usted morirá indefectiblemente

¿Quiere comprarse un par de zapatos? Ningún problema; deberá entregar 3 días de su vida.

¿Busca adquirir un smart phone? Perfecto; vivirá 10 días menos

¿Está encaprichado con tener una tele LED de 42 pulgadas? Ok; son 30 días menos

¿Prefiere de 48” en vez de 42”? Tenga en cuenta que esas seis pulgadas adicionales le reducirán su vida no ya 30 días, sino 60 o 70.

Dan Ariely, un experto en Economía del Comportamiento del Instituto Tecnológico de Massachusetts hizo varios experimentos (link a los experimentos aca) en los que demostró que la gente es mucho menos cuidadosa en sus gastos cuando usa fichas en vez de usar efectivo, que es la razón por la cual en todos los casinos nos piden que cambiemos primero nuestros billetes para poder jugar, puesto que saben que así arriesgaremos nuestro dinero con muchas menos contemplaciones.
Pero, después de todo el dinero tampoco es algo con valor intrínseco, que uno pueda comerse, sino que también es un símbolo; un intermediario entre las cosas que queremos consumir y el verdadero costo que tiene nuestro gasto, que son las horas que debemos quitarle a nuestros amigos, nuestra familia y otros seres queridos, para entregarlas en el mercado de trabajo.

El mundo que le he propuesto en este ejercicio imaginario es en realidad el mundo de verdad.

Pagamos con tarjeta de crédito, porque nos permite separar en el tiempo el placer del consumo del momento desagradable de tener que deshacernos de los billetes. Y luego pagamos la cuenta en efectivo porque nos permite disimular el esfuerzo del trabajo que es en realidad el que compra nuestros bienes.

Mi primera sospecha es que si tuvieramos que pagar directamente con horas de trabajo, pues viviríamos en una sociedad mucho menos consumista, que explote menos el medio ambiente y alcance niveles más altos de felicidad.

Mi segunda sospecha es que cuando seamos viejitos, un dia echaremos la vista atras y veremos las horas que nunca mas van a pasar, entenderemos entonces que la vida es una sola y que cada minuto, cada momento, valía oro.

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