Aunque la mayoría de los especialistas coincide que los barbijos son inefectivos para prevenir el eventual contagio del coronavirus y que todo caso tendrían que ser usados por los portadores de la enfermedad, e incluso cuando el propio Ministerio de Salud no ha confirmado ningún caso en la Argentina y ha descartado que esa protección sirva para prevenir el virus, la demanda de todo tipo de máscaras protectoras se disparó, por el pánico que causó la población de la epidemia de covid-19.

El respirador para partículas 3m 8210v N95, uno de los preferidos del público porque posee una válvula “cool Flow” que libera el calor de la respiración permitiendo que “la atmósfera dentro del respirador sea en promedio 13,6° mas baja que un respirador sin válvula” según declara la propia empresa, podía conseguirse por Amazon a 8,40 dólares (antes de que estallara la enfermedad) y por el exceso de regulaciones e impuestos había que pagarlos $800 en Buenos Aires, lo que arrojaba un “dólar barbijo” de $95.

Entonces llegó la pandemia informativa de los medios, que se esparció incluso más rápido que el propio virus, y la gente entró en pánico porque la zonabilidad de los argumentos científicos dura hasta que estornuda el pasajero del subte sentado al lado de uno.

Como resultado de la mayor demanda, hoy se pueden conseguir entre $1500 y $2200 pesos en Mercado Libre, mientras que en muchos comercios que tenían precios más baratos, se agotó.

No es la primera vez, ni será la última, que esto pasa. El periodista Gonzalo Ochoa comentó esta semana por Twitter que cuando hizo erupción el volcán Chaiten y el sur quedó cubierto de cenizas, los barbijos en Esquel multiplicaron su precio por entre 10 y 20 veces, siendo que en ese momento realmente eran necesarios. Una cosa similar sucedió con el agua.

OFERTA Y DEMANDA

La reacción habitual del público ante estos fenómenos es el enojo. Cuando un precio relativo tiene cierta estabilidad, la gente le confiere a ese valor un sentido de justicia y está bien porque así funciona la competencia. Una vez que definimos el precio que esperamos, castigamos al carero y premiamos al que, haciendo un esfuerzo, o siendo mas eficiente, vende más barato. El problema es que los precios son señales de escasez y por lo tanto tienen tanta moral como la temperatura que surge de un termómetro.

La pregunta de Gonzalo y de muchos que piensan como él es: ¿No podría el Estado intervenir prohibiendo ese comportamiento aparentemente abusivo y poniendo un precio máximo para los barbijos?

El debate es crucial porque pone en discusión la raíz del mecanismo de precios que regula las relaciones de producción y consumo en las sociedades de mercado, máxime cuando estamos entrando en la uberización de la economía en la que empieza a ser cada vez mas común que un Uber salga mas caro si llueve o se lo pide en un barrio peligroso. Si ese paradigma de supremacía de precios Superflexibles se instala, habrá resistencia de muchos que lo considerarán injusto.

El funcionamiento del sistema de precios es muy simple. Cuando un producto presenta escasez, sea porque se cayó su oferta como ocurre por ejemplo con los alimentos después de una sequía, sea porque crece su demanda, como está sucediendo con los barbijos, el precio sube. La escalada del precio transmite dos señales; la primera a los consumidores para que lo piensen mejor y decidan si realmente necesitan ese producto, puesto que como no hay suficiente para todos, el precio racionará asignando los pocos que quedan para los que los valoren mas (en el caso del barbijo, para los que sean mas irracionales). La segunda señal es para los productores, a los que les llama la atención de la falta que hace ese producto a los efectos que fabriquen más o traigan más al mercado. Si la señal de precio se rompe, porque el Estado pone un precio máximo, el resultado es que ningún consumidor tienen incentivos a racionalizar el uso y los productores tampoco encuentran motivos para producir más.

Cuando la señal de precios dice “acá no ha pasado nada” el producto se agota rápidamente y aunque el precio es percibido como justo; no hay. Me viene a la memoria al cuento con el que el profesor De Pablo iniciaba uno de sus libros de Economía: resulta que un señor preguntaba en un local por un bolso y el comerciante le decía que salía $4000. “Pero cómo”, se quejaba el potencial comprador, “si en el negocio de enfrente sale $3000”. “Bueno cómprelo enfrente entonces” replicaba el vendedor. “No, lo que pasa es que enfrente se acabó”, le dice el cliente. “Perfecto”, sentencia el dueño, “Acá cuando se acaben también van a estar a $3000”.

Vamos ahora al ejemplo del taxi los días de lluvia. Si la tarifa está fija, ocurrirá lo que siempre pasa cuando llueve; es imposible conseguir un auto. Si dejamos que el precio haga libremente su trabajo, será más caro viajar en condiciones climáticas adversas, pero habrá taxis.

Volvamos entonces a los barbijos. Supongamos que efectivamente hay un vivo que se aprovecha y vende el stock que tiene mucho mas caro, ganando fortunas. Esa oportunidad atrae a otros vivos que importarán las mascara desde países con climas más tropicales, en los que el virus no tiene chance, o fabricarán versiones alternativas, dado que ha subido notablemente el margen de utilidad de dedicarse a producir eso.

Si el precio funciona libremente habrá mucha mas gente que consiga barbijos y el producto, con una mayor oferta, eventualmente bajará. Si usted no se convence, póngase a fabricar o a importar mascaras y aproveche el precio del pánico.

fuente: ELDIA.com