Atrás quedaron los años de fuerte crecimiento y creación de empleo, de superávit fiscal y desendeudamiento, de superávit comercial y abundancia de dólares. Ya no empuja el motor de un dólar fuerte, ni el de los altos precios de los productos agropecuarios. El consumo ya no responde a los anabólicos de las 12 cuotas, ni a las promos en autos y electrodomésticos. El gasto público tampoco empuja porque el multiplicador keynesiano está ahogado por la presión tributaria y la tendencia exagerada a comprar más bienes importados en la medida que sube el ingreso.

El modelo, evidentemente, llega a diciembre con respirador automático, sobreviviendo sólo porque la expectativa de un “nuevo tratamiento” mantiene a los productores ilusionados.

Para tener una idea del atraso cambiario, pensemos que mientras que entre 2008 y 2015 la industria creó sólo 27.000 empleos, el comercio generó 150.000 puestos y el sector público, la gran vedete del mercado laboral, absorbió 430.000 nuevos trabajadores. Claramente la economía se concentró en producir servicios, que no generan dólares, al tiempo que el Estado funcionó como un seguro de desempleo encubierto.

FIN DEL CEPO, DÓLAR ALTO Y PROTECCIÓN INDUSTRIAL

El Presidente electo fue muy claro: vamos a la unificación cambiaria (un solo dólar) y a un mercado donde todos podrán comprar y vender libremente sus divisas, siempre en el marco de la regulación del Banco Central.

Pero tampoco será posible eliminar el cepo completamente el 10 de diciembre. En primer lugar porque hay varios cepos; la prohibición de comprar dólares a los inversores y de ingresar capitales a un dólar atractivo, las restricciones a los importadores para hacerse de divisas, la imposibilidad del mercado inmobiliario de conseguir los billetes para hacer sus operaciones, la limitación de venta a los ahorristas particulares, las trabas para la remesa de utilidades de las empresas multinacionales que facturan en pesos, los límites a los turistas y la prohibición de que las empresas financieras diversifiquen riesgos con activos dolarizados.

Aunque todavía no se conocen las medidas concretas, lo más probable es que estos cepos se abran hacia adelante y no hacia atrás. Esto quiere decir que no habrá problemas para las nuevas inversiones, para la adquisición de dólares con las ganancias obtenidas en 2016 y para la importación de insumos destinados a la producción nacional, pero que las grandes empresas y los ahorristas tendrán que esperar para poder cambiar todos los pesos que hoy tienen en plazos fijos por billetes norteamericanos, porque de otro modo se produciría un efecto “puerta 12” que podría hacer explotar la cotización de las divisas en el mercado.

La apuesta del flamante equipo económico es que en la medida que el mercado converja a un único dólar libre (entre 14 y 16 pesos probablemente), los dólares que hoy abarrotan las cajas de seguridad y los colchones, se vuelquen a la actividad productiva, al comercio, al mercado inmobiliario y a las inversiones en la economía real. Porque si bien la economía ya no tiene capacidad de generar nuevos dólares, lo cierto es que muchos sectores han acumulado billetes en estos años y, a diferencia de crisis anteriores, ahora el sector privado está dulce en billetes verdes.

Por eso es equivocado el análisis que supone que el Gobierno necesita primero recomponer las flacas reservas para poder liberar completamente el cepo, porque aunque el Banco Central no tenga los dólares, los billetes estarán disponibles en el mercado, cuando los que hoy los poseen se convenzan de que no habrá futuras devaluaciones y que ganarán más cambiando los dólares e invirtiendo en pesos. Esa es la razón por la que la devaluación no puede ser gradual, porque paradójicamente la mejor manera de pinchar las expectativas de futuras devaluaciones es devaluando ahora.

179b

El dólar alto, a su vez, funciona como un paraguas que protege automáticamente a la producción industrial, reemplazando los mecanismos discrecionales (DJAI) y burocráticos que a la luz de la recesión en el sector, han fracasado. La apertura comercial, lejos de destruir la producción, le permitirá ganar dinamismo, porque cuando se abre la economía con dólar libre (lo contrario a lo que paso en los 90), si se destruye empleo y se fabrican menos bienes transables sube el dólar y ello aumenta la protección industrial automáticamente. Más aún; si en los 90 hubiera habido dólar libre, no se habría destruido la industria, se habría corregido el atraso del 1 a 1 antes y no habríamos tenido la crisis del 2001-2002.

EL FANTASMA DE LOS PRECIOS

Por último, es legítima la preocupación por el impacto de un dólar más alto en los precios. Pero cuando la economía tenía un dólar súper alto en 2003, había sólo 3% de inflación, e incluso cuando asumió CFK el dólar, en términos reales, estaba en el equivalente a $15 de hoy y sin embargo el consumo volaba y la inflación no era mayor que ahora tampoco.

Es lógico, no obstante, que haya un salto inicial de precios, pero debería estar acotado sólo al componente importado (o exportable) de los bienes. Hoy, de cada $100 que se pagan en góndola, $86 son costos salariales, de alquiler, transporte, impuestos y otros que están en pesos y no deberían subir. El desafío del nuevo Secretario de Comercio es el de coordinar a los formadores de precios para que no trasladen lo que no está estrictamente en dólares.

La garantía para los trabajadores es que las paritarias libres, garantizadas por ley, están después de la devaluación y podrán recomponer los salarios si el Gobierno fracasara en coordinar las expectativas de los formadores de precios.

179c

fuente:

160b