En marzo del 2015 nació Cambiemos con dos objetivos claros y aglutinantes: ponerle fin a la hegemonía del kirchnerismo, representada por el «vamos por todo» de Cristina, luego del arrollador 54% en la elección del 2011 y darle a la Argentina una alternativa republicana, que contraste con el intento del kirchnerismo de llevarse puesta a la prensa y a la justicia.

El PRO, que más bien era un espacio de centro, pragmático, que había nacido en la ciudad de Buenos Aires, con base de sustentación en el electorado de clase media que había dejado vacante la implosión del radicalismo del 2001, se alineaba con la UCR y la CC, que representaban la socialdemocracia y que hasta el portazo de Elisa Carrió conformaban UNEN.

Ni en las políticas públicas del PRO en la ciudad ni en la plataforma electoral de Cambiemos para el 2015 hay pistas de derecha; ni reducción del estado, ni privatizaciones, ni cambios en la coparticipación, ni reducción del gasto político, ni nada que se le parezca. Por el contrario, el foco estába en construir una propuesta transparente, republicana y democrática, con acento en la inclusión social; educación, salud, políticas de protección social, etc.
El espíritu del programa era el de la Constitución con su principio republicano de división de poderes, con las libertades del artículo 14 (incluyendo la de prensa) y con el artículo 17 que garantizaba el corazón del capitalismo; la propiedad privada, pero también con el 14 bis, que receptaba la protección al trabajador, la seguridad social y el acceso a la vivienda.

Aunque Mauricio Macri no ensayó tampoco en su gobierno nacional una agenda de derecha, las incomodidades con los sectores de centro izquierda de la coalición fueron siempre evidentes, pero la diferencia electoral a su favor en la PASO del 2015 fue lo suficientemente contundente (24,5% vs 3,3% de Ernesto Sanz y 2,2% de Elisa Carrió), como para darle estabilidad a la alianza. Para 2019 tampoco ni la coalición cívica ni el radicalismo habían sido capaces de construir una candidatura competitiva que le llegara a los tobillos, el crecimiento de Horacio Rodriguez Larreta todavía no había madurado para disputar desde la interna del PRO y la otra figura presidencial competitiva, María Eugenia Vidal se desangeló en su imposibilidad de desdoblar la elección de la provincia de Buenos Aires.

Luego de terminado su gobierno Macri, despojado de sus prejuicios y de Duran Barba,  radicalizó sus posiciones en economía procurando instalar la agenda de una reforma de shock que redujera el estado, privatizara lo necesario, eliminara impuestos, liberara el mercado de trabajo y combatiera la inflación por la vía de la reducción del gasto. En ese camino se encontró con Milei y después de descartar el ingreso del libertario a la coalición, condujo su liderazgo hacía la convergencia con el economista, en un nuevo espacio de centro derecha en el que se siente más cómodo. Es interesante resaltar que el propio Milei se encargó de descartar de plano cualquier posibilidad de ingresar a Juntos por el Cambio, porque su proyecto político no era el antikirchnerismo, sino terminar con los dos. El combate a la casta, que representaban Massa y Larreta por igual, fue el corazón de su constitución identitaria. Tan es así que durante el último año Milei tuiteó tres veces más contra Larreta y “Juntos por el Cargo”, que contra Alberto, Massa y Cristina.

La nueva configuración de la política argentina

Es importante entender esta génesis, porque estamos en el medio de la reconfiguración de los espacios políticos de la Argentina. No es que Bullrich y Macri, coherentes con su discurso de campaña condenaron a Massa y a Milei por igual, pero plantearon un voto útil, tapándose la nariz para terminar con el kirchnerismo sin pedir nada a cambio, sino que hubo una negociación reconocida por las partes y los sectores trabajan hoy en un proyecto común, a punto tal que Patricia recorre los canales de televisión con Milei y se presta para distintas piezas comunicacionales.

Nace en la argentina una nueva alianza de centro derecha, que tiene al antikirchnerismo como excusa constitutiva, pero que va más allá de ganar la elección. Milei ha sido muy claro en su rechazo a Larreta, pero sobre todo en su odio visceral al radicalismo y a la figura de Raúl Alfonsín, sin embargo, siempre se sintió atraído por Mauricio y por Patricia, más allá de que por razones estrictamente electorales los haya agredido durante la campaña.

Si Javier Milei finalmente se impone en el balotaje, Macri, Bullrich y los halcones del PRO no tendrán retorno, porque no han planteado un “voto con reserva moral” como el que oportunamente prometiera Carrió por Néstor Kirchner en la previa de la segunda vuelta del 2003, sino que han dicho claramente que acompañan “el cambio elegido por la sociedad”.

La oposición quedaría en este caso liderada por un espacio socialdemócrata tipo UNEN + palomas del PRO, con una tercera fuerza representada por el kirchnerismo residual, porque seguramente el nuevo gobierno sumaría peronistas federales y gobernadores. En este escenario, Argentina se alinea con el mundo y converge a un nuevo equilibrio político de dos grandes espacios; una centro derecha y una centro izquierda moderna.

Si en cambio se impone Massa, hay que ver cuanto del espacio político del libertario se mantiene leal y cuantos vuelven al hogar paterno. No es fácil imaginar que las cabezas del PRO se quedarían en un espacio opositor liderado por Mieli, pero tampoco está claro su margen de retorno a un espacio ahora liderado por la socialdemocracia. La mayoría de los halcones con responsabilidad legislativa y/o territorial, volverán probablemente a la nueva versión de Cambiemos. Y quedaría reconfigurado este escenario político con un neo kirchnerismo y la oposición partida en dos espacios, uno a la centro derecha y otro a centro izquierda.