El año pasado, en oportunidad de un viaje que me tocó hacer a Chile, me encontraba hojeando un periódico local en el aeropuerto cuando me topé con un recuadro menor, en la página 22, que comentaba que el dólar había subido 20% en esa semana, como consecuencia de la caída del precio del cobre, el principal producto de exportación del país vecino. No había tapas de diarios, ni gente haciendo colas para comprar divisas. No había economistas en los canales de televisión. No había pánico.

Argentina es uno de los pocos lugares en el mundo en el que se le da tanta importancia a la cotización de la moneda extranjera y es lógico. Aquí se ha usado desde mediados del siglo pasado al dólar como una herramienta para mantener bajos los precios, para contener la inflación, aunque por lo general sin éxito.

Es muy fácil de entender cómo funciona el mecanismo. Si los precios suben mucho en Argentina pero no lo hacen en Brasil, por ejemplo, pues los consumidores pueden empezar a comprar los bienes más baratos si alguien los importa, sobre todo si el dólar se mantiene bajo, porque entonces garantiza que los bienes traídos de afuera no cuesten tanto.

Pero claro, a lo largo de la historia el uso del dólar como freno para la inflación siempre terminó mal, porque si se mantiene artificialmente barato el billete norteamericano, pero suben todos los demás bienes de la economía, la gente empieza a comprar masivamente aquello que no ha aumentado, que esta barato. Y como no fabricamos dólares, tarde o temprano nos quedamos sin divisas y debemos reconocer que ese valor artificial ya no es sostenible, devaluando.

Entonces lo que ocurrió una y otra vez en estos últimos 60 años de nuestra historia es que los gobiernos primero reprimían el precio del dólar y luego se quedaban sin dólares, por lo que en vez de correcciones menores, lo que sobrevenía era siempre una devaluación grosera, que erosionaba dramáticamente los ingresos y los ahorros de los trabajadores y culminaba en una recesión económica. La gente grande sabe de lo que estoy hablando.

¿POR QUE NO OCURRIO LO MISMO EN OTROS PAISES?

A diferencia de lo que pasó acá, en los países vecinos que también experimentaron alta inflación, el ahorro y los contratos en moneda doméstica funcionaban porque las tasas de interés eran lo suficientemente altas como para garantizar que los depósitos y los compromisos no se licuaran. En definitiva que me importa a mí que la inflación sea del 25% si el banco me paga 30% por un plazo fijo. Salgo ganando igual.

Pero en Argentina, las regulaciones poco inteligentes mantuvieron permanentemente las tasas por debajo de la inflación, de suerte tal que si los precios aumentaban 25%, el banco sólo te daba por tus depósitos 15%, por ejemplo, haciendo que tus ahorros en vez de multiplicarse, se diluyeran en términos de capacidad adquisitiva.

Por esa razón la gente comenzó a preferir el ahorro en moneda extranjera. Sumado a eso, cada devaluación brusca que se producía en la economía perjudicaba a los que tenían la plata en pesos y favorecía a los que estaban dolarizados. Son famosos los casos de gente que en el 2002 compró propiedades a precio de remate, porque sacó los pesos antes del corralito y los pintó de verde aprovechando la agonía del 1 a 1.

¿Y QUE PASA AHORA?

Desde la última corrección cambiaria de enero del 2014, los precios del pan, la leche, el alquiler de tu casa, el colegio de los chicos, la ropa, la nafta y el costo de vida en general, subieron un 46%, pero el dólar oficial aumentó solo un 14% en un contexto en el que cada vez hay menos dólares, por la caída del precio de la soja, el default y la devaluación de nuestro principal socio comercial, Brasil.

En otras palabras; no es sostenible que los precios suban por el ascensor y el dólar por las escaleras, en primer lugar porque eso hace que Argentina se ponga muy cara en dólares perdiendo competitividad y en segundo lugar porque la gente quiere comprar aquello que está barato y presiona en consecuencia sobre el blue.

Para muestra basta un botón. En los primeros seis meses del 2015 el superávit comercial argentino fue el más bajo de los últimos 15 años, generando menos dólares comerciales netos que incluso el mismo período del año 2001.

La verdad es que hasta ahora no había habido tormentas con el dólar porque los inversores descontaban que el nuevo gobierno corregiría este atraso cambiario y más tarde o más temprano buscaría eliminar el cepo y converger a un único dólar con un valor intermedio entre el oficial y el paralelo.

Pero en la medida que Scioli giró hacia la continuidad (efecto Zannini) y Macri moderó su discurso de cambio (apoyo a Aerolíneas, YPF, jubilaciones) la sensación de los mercados es que habrá dólar blue por mucho tiempo más.

Por suerte las medidas del Banco Central van en la dirección correcta, porque la entidad anunció un aumento de las tasas que reciben los depositantes por sus plazos fijos, tentándolos a mantener sus inversiones en pesos.

Sin embargo, la incertidumbre electoral y la inflación que no cede, sumada a los compromisos de deuda que vencen en octubre, hacen pensar que no habrá tranquilidad cambiaría en los próximos meses.

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