El informe confirmó lo que todos temen por lo bajo; los principales bancos y consultoras que reportan al Banco Central efectivamente esperan una desaceleración de la inflación mensual, que llegaría al 2,7% en noviembre, pero todos coinciden en que, como una V, pega la vuelta en diciembre y trepa al 3,1%

El salto tienen que ver con que el mercado descuenta que los anclas cambiarios y tarifarios no son para siempre, que no se puede sostener una bola de Leliqs creciendo al 45% efectivo anual, mientras que el activo del BCRA (las reservas) se “valorizan “al 10%, que además el tipo de cambio real no se puede atrasar con Brasil devaluando y con la soja a 110 dólares menos que en abril y que las tarifas tampoco pueden seguir congeladas con el nuevo piso de paritarias trepando al 42% y el petróleo pasando los 75 dólares, en la cotización más alta desde el 2018.

Sin embargo, la historia nos enseña otra lección. El kirchnerismo fue bastante respetuoso de los precios relativos mientras las urnas lo acompañaron, incluso el tipo de cambio ajustó como indica el manual en 2009, absorbiendo parte del impacto de la crisis financiera internacional. Pero después de aquellas elecciones el pánico tomó el control; No iban a permitir que un proyecto de acumulación de poder que llevaba 30 años se les diluyera entre los dedos y pusieron toda la carne en el asador. Entre junio del 2009 y octubre del 2011 los salarios crecieron en promedio 72% pero el dólar solo subió 12% y como consecuencia los salarios medidos en dólares treparon 53%. Plata dulce. Urnas llenas.

El mercado descontaba entonces que, luego de arrasar con el 54%, Cristina, que ya dominaba por completo el BCRA, devaluaría. En vez de eso vino el cepo y si Kicillof intentó a fines del 2013 un giro ortodoxo, el rápido traslado a precios de su devaluación convenció a la presidenta de volver al plan congelador del 2010-2011, que perduró hasta el fin de su mandato.

Por supuesto no sabemos si el resultado de estas elecciones será favorable al espacio que hoy conduce los destinos del país, aunque tanto el índice de confianza en el gobierno (la política) como el de confianza del consumidor (la economía), son compatibles con una mala cosecha, similar a la que el oficialismo (incluso de distinto signo político) experimentó en 2009, 2013 y 2019.

Pero razonemos pensando las dos posibilidades. El escenario hoy más probable es que el oficialismo haga una mala elección, independientemente de si le alcanza para ganar en la provincia. Es muy difícil pensar que un espacio político que estuvo en el centro de la escena del poder durante la mayor parte de su vida y que todavía siente el golpe de haber sufrido una temporada fuera, no entre en pánico ante la posibilidad de volver a perderlo todo. Si el resultado pusiera en duda el 2023 no hay chances de un ajuste pos electoral; veremos en todo caso más populismo que nunca financiado con emisión y un endurecimiento del cepo y los controles de precios para evitar las consecuencias de esa licencia monetaria.

Si, en cambio, el resultado fuera relativamente bueno para el oficialismo, tampoco parece haber espacio para una corrección de precios relativos, porque el fantasma de la pandemia todavía estará en el aire y el proyecto político esta vez involucra al propio hijo; es difícil pensar que Cristina se anime a arriesgarlo y por otro lado no lo hizo ni en el 2011, a pesar de que era difícil tener más capital político que después de un 54%, a 40 puntos de distancia del segundo.

Mas allá de los desequilibrios macro, el 2022 pinta mejor porque salvo que una corrida de depósitos dispare al dólar y que aparezca una nueva cepa, ya no estará la pandemia ni habrá elecciones que son las dos principales incertidumbres de hoy. El gobierno buscará la épica del pago al FMI y la cancelación del Club de París, sin acuerdo con esos organismos, por la vía heterodoxa del financiamiento ruso y si lo consigue la magnitud de las restricciones cambiarias, bancarias y monetarias dependerán del precio de la soja, con la ventaja de que, en materia de cantidades, la mera regresión a la media en la cosecha sumaría un 20% más de divisas.