Como vimos en los últimos meses en Argentina, el precio del dólar y la inflación están íntimamente relacionados. Por supuesto, ello no quiere decir que la inflación solo pueda ser causada por cambios en el precio del dólar; el espectacular aumento de los precios entre 2006 y 2013, cuando el dólar estaba virtualmente congelado, desmiente esta hipótesis.
En resumen; el precio del dólar se traslada al precio de todos los bienes transables de la economía, que son aquellos que potencialmente podrían ser exportados o importados, independientemente de que efectivamente se comercien con el resto del mundo.
Esto es así porque ningún productor de un bien que eventualmente pueda vender afuera por 100 dólares, por ejemplo, aceptará venderlo internamente por menos plata, perdiendo dinero. Y porque cualquier industrial que produce bienes que compiten con las importaciones, puede subir los precios si sube el dólar (porque la competencia de afuera estará más cara en pesos), del mismo modo que debe bajar los precios si baja el dólar, porque el producto importado entrará más barato y le robará el mercado.
Obviamente, en la economía no hay ningún bien que sea 100% transable, ni ninguno que sea 100% no transable. Todos los bienes y servicios usan insumos que se pueden importar y exportar, pero también dependen en distintas proporciones de componentes que no es posible comprar afuera, como el transporte, la logística de almacenamiento y comercialización, etc.
Por esa razón, cuando sube el dólar aumentan, en mayor o menor medida, todos los bienes de la economía, dependiendo el aumento del porcentaje de la composición del bien que sea transable.
Hasta acá lo que dicen los manuales.
Pero el problema es que en contextos inflacionarios o de depreciación de la moneda, los precios se forman no en función de los costos de adquisición de los insumos y mercaderías, sino en función de los costos de reposición, puesto que hacerlo de otro modo implicaría licuar el capital de las firmas.
De allí que las expectativas sobre la evolución de la inflación y la devaluación futuras condicionen la formación actual de precios, haciendo que un aumento inicial en el dólar produzca un efecto amplificado en los precios de la economía, si los agentes perciben que se avecinan futuras devaluaciones.
Sobre esta base y desde el punto de vista del control de la inflación, la verdad que lo ideal sería tener un tipo de cambio absolutamente fijo, y de allí el éxito del plan de Convertibilidad en este punto.
Pero el problema es si ello es sostenible o no en el tiempo, puesto que si la política cambiaria es inconsistente y se acumula atraso cambiario (como ocurre en la actualidad), la magnitud de la corrección necesaria será cada vez más grande y el impacto sobre precios cuando finalmente se produzca la devaluación (o incluso antes; cuando resulte evidente la insostenibilidad) será mayor.
Es falso por lo tanto el debate entre los devaluacioncitas y los que no quieren devaluar.
Es cierto que un exportador o un productor local de bienes que compiten con las importaciones, puede preferir un dólar artificialmente más caro, del mismo modo que un importador, o un consumidor local de los bienes que potencialmente se exportan o importan pueden querer un dólar artificialmente más barato.
Pero acá no se está discutiendo una devaluación artificial (forzada con compras sistemáticas de dólares por parte del BCRA, por ejemplo), sino que el punto central es que ya existe una apreciación artificial que resulta insostenibleen el tiempo. Resulta muy curioso en este sentido que los mismos que hoy defienden la ilusión de un dólar a $8,50 tuvieran tan claro a fines de la convertibilidad que 1 peso, 1 dólar era una fantasía sideral.
Quiero ser absolutamente claro al respecto. Yo no quiero una devaluación. A mí me encantaría que el dólar no costara ya $8,50 sino $4, si fuera posible y sostenible en el tiempo, porque eso equipararía mi salario al de un profesor alemán y me permitiría por ejemplo tener un BMW, en vez de mi querido Corsita. Pero hay que entender que no se puede fabricar Corsitas y consumir BMW…o al menos no se lo puede hacer por mucho tiempo.
Lógicamente esa apreciación cambiaria resultante de que el dólar no haya acompañado al resto de los precios de la economía, bajó artificialmente la inflación, que de no ser por el atraso cambiario probablemente hoy sería del orden del 50%, pero es incorrecto razonar que la causante de la inflación sería el retorno del precio del dólar a su valor de equilibrio (sostenible en el tiempo). En rigor hoy la inflación está reprimida por el ancla de un dólar barato.
Poner el dólar en su valor de equilibrio (que es aquel que equilibra el balance de pagos de suerte tal que sin restricciones al comercio ni a los movimientos de capitales, no cambien sistemáticamente las reservas), hará que la inflación reprimida se manifieste sin ninguna duda, pero desarmará todos los mecanismos de ajustes de precios basados en las expectativas de futuras devaluaciones.
El resultado será un salto de precios de una vez, pero menor velocidad de los precios en lo sucesivo; menos inflación.
Por eso, la única salida posible (y sostenible) de esta crisis, requiere la eliminación inmediata del cepo y las restricciones al comercio internacional, como punto de partida, conjuntamente con un compromiso de no emitir más dinero sin respaldo.
Ello implica dejar de regalar los dólares del Banco Central, porque las reservas sirven como respaldo de la moneda local y como buffer para amortiguar los shocks transitorios del balance de pagos.
Obviamente el dólar oficial (que sería el único que quedaría), subiría hasta algún lugar intermedio entre los 8,50 de hoy y los 15 que cotiza el paralelo.
Al principio habría un overshooting, que será mucho más suave cuanto más consistente y mejor comunicado sea el plan.
El propio flamante Presidente del BCRA explicaba acá que el tipo de cambio ideal para la economía era el que prevalecía a principios del 2006, que a valores de hoy, incluso corrigiendo por crecimiento de la productividad e inflación en Estados Unidos, debería ser de $13,17
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.