Probablemente el mito más grande de los tantos que giran en torno de la deuda sea que la Argentina está endeudada. Según los datos de la posición de inversión internacional que publica el Indec, al cuarto trimestre de 2019 el país registró una situación neta acreedora por US$117.579 millones. Esto quiere decir que en realidad es el mundo el que nos debe, o, puesto en otras palabras, que los residentes argentinos tienen más inversiones en activos externos (desde dólares hasta inmuebles en el exterior, pasando por acciones y bonos) en relación con las deudas que el Gobierno y las empresas locales han emitido y están en poder del resto del mundo.

Lo que ocurre es que es el Estado el que tiene una posición patrimonial deudora, mientras que el sector privado es superavitario porque a lo largo de los años, por la combinación de inseguridad jurídica, inestabilidad macroeconómica y altos impuestos, una parte del ahorro doméstico se canaliza sistemáticamente a inversiones que físicamente están en el exterior, o directamente a tenencias de moneda extranjera.

Así, mientras la Argentina tiene una posición deudora externa de US$281.971 millones (entre pública y privada), posee activos externos por US$399.550 millones.

La deuda pública y la formación de activos externos (mal llamada «fuga») son dos fenómenos relacionados, solo que no en el sentido que el relato hoy oficial nos quiere hacer creer.

En efecto, el excesivo gasto del gobierno a lo largo de los últimos 80 años ha sido el responsable de que el ahorro privado de los argentinos busque inversiones en el exterior o directamente corra al dólar, porque carente de una voluntad popular de financiarlo, el Estado ha debido cubrir sus déficits con emisión monetaria, vilipendiando nuestra moneda, o tomando una deuda que, como acaba de ocurrir por novena vez en la historia, no puede pagar.

La deuda y la «fuga»

El mito que sostiene que la deuda es para financiar «la fuga» omite el detalle de que la deuda es pública y la formación de activos externos, mayormente privada. Pero además cae presa de la ilusión de que cada billete tiene un fin específico; el dinero es fungible, y del mismo modo se podría argumentar que los dólares comprados por los argentinos para atesoramiento provienen del superávit que genera el campo y que los dólares del FMI fueron los que financiaron el déficit estructural de divisas que todos los años tiene la industria, por insistir en un modelo fracasado de sustitución de importaciones. Después de todo, durante el kirchnerismo «se fugaron» US$107.000 millones y no entró dinero del Fondo.

La distinción entre la deuda pública y la privada echa luz sobre el tercer mito, que tiene que ver con la idea de que es malo endeudarse, porque se supone que, al menos en las empresas, la decisión de tomar deuda puede tener que ver con financiar inversiones que aumenten su capacidad productiva. En el caso de los Estados sucede lo mismo. No solo es razonable tomar deuda para aumentar las inversiones en infraestructura, que aumentan la productividad del país, sino que también es bueno hacerlo para suavizar los shocks económicos inesperados, como la actual pandemia.

Por no tener acceso al crédito, el paquete de ayuda que está implementando el Estado para las familias y las empresas es insuficiente y está siendo financiado 100% con emisión monetaria, lo que destruirá aún más nuestra moneda, acelerando la salida de capitales privados y empujando la cotización del dólar hacia arriba.

Pero el mito más interesante de todos es el del presunto desendeudamiento, porque la deuda es hija del déficit fiscal, y si bien el gobierno de Néstor Kirchner tuvo superávit durante su gestión, el de Cristina Fernández lo perdió en 2009 (a solo dos años de asumir su primer mandato) y cada uno de los años siguientes incrementó el agujero fiscal.

¿Cómo es posible que alguien que gasta más de lo que gana pague sus deudas? Cristina construyó una estafa a lo Carlo Ponzi: al mismo tiempo que crecía el déficit, cambiaba de acreedores, les pagaba a los del exterior con fondos del Banco Central, pero como la deuda seguía creciendo, se hacía insostenible.

A fines de 2007, el BCRA tenía letras intransferibles por $30.000 millones (básicamente, por los US$9810 millones del pago al Fondo Monetario Internacional). Cuando se fue Cristina, dejó un muerto de letras intransferibles por $627.000 millones, un pagadiós de US$64.000 millones.

Cristina no desendeudó al país, y si lo hubiera entregado como lo recibió, con superávits fiscal y externo, no habríamos tenido ni la devaluación de 2018 ni esta deuda que ahora no podemos pagar.

La respuesta a la pregunta con la que empezamos esta columna se obtiene mirando el déficit fiscal en perspectiva histórica. Los que endeudaron a la Argentina son todos los que gastaron por encima de los recursos genuinos que tenía el Estado en cada momento. Es decir, todos los gobiernos, con la excepción de Raúl Alfonsín durante el plan Austral, de Carlos Menem hasta que quiso ser reelegido y de Néstor Kirchner. Solo en esos tres episodios de la historia de los últimos 60 años hubo superávit.

Cuando el financiamiento internacional estaba cerrado para la Argentina, metían la mano en el Banco Central, destruyendo la moneda con la inflación. Cuando accedían al crédito, sembraban el siguiente default. La única diferencia es el mecanismo de financiación: los billetes, a simple vista, pueden no parecer una deuda porque no pagan un interés, pero justamente por eso se licúa su valor cuando un gobierno quiere colocarlos de prepo, sin que el público esté dispuesto a financiarlo.

Rasgarse las vestiduras cuando hay que pagar la cuenta no resuelve el problema. Para evitar el décimo default y terminar con la inflación necesitamos ser implacables ante el déficit fiscal. Por supuesto, no se le pueden pedir milagros al gobierno actual, porque en medio de una pandemia es inexorable que el rojo de las cuentas públicas explote, pero deberíamos enseñar en la escuela que, cuando un gobierno incrementa el déficit de manera sistemática, y sobre todo en años de crecimiento económico, está creando el problema de la deuda y alimentando la inflación.

fuente: LANACIÓN.com