En la ultima entrada del blog, expliqué las razones por las que a mi entender se había producido la crisis actual. En esta nota pretendo discutir las medidas que creo necesarias para sortearla exitosamente.

No descubriré la pólvora. Semejante honor le corresponde a John Maynard Keynes, quien en el capítulo doce de su famosa “Teoría general de la ocupación el interés y el dinero” explicó perfectamente la naturaleza de la crisis actual como si la estuviera viendo (el libro se publicó en 1936).

En resumidas cuentas y más allá de las causas nos encontramos actualmente con un problema de insuficiencia de demanda agregada, de modo que para dejar atrás la recesión necesitamos un incremento de la misma.
Ahora bien, la demanda agregada posee cuatro componentes; a saber y por orden de magnitud: el consumo de las familias; el gasto público; la inversión del sector privado y las exportaciones netas (de importaciones).

Analicemos caso por caso, de menor a mayor importancia.

Las exportaciones son la variable sobre la que el gobierno tiene menos margen de maniobra, puesto que dependen básicamente de la demanda mundial.

Las importaciones, por el contrario, son más flexibles y por fortuna son una variable que ajusta automáticamente en las recesiones puesto que las empresas importan menos insumos y maquinarias para dedicar a la producción y las familias compran menos bienes de afuera (viajes, perfumes, electrónicos, etc.) por la caída en sus ingresos.
La mala noticia es que el ajuste no es suficiente y por lo tanto resulta conveniente encarecer el costo de importar devaluando nuestra moneda.

Es verdad que en condiciones de estabilidad una medida de esa naturaleza genera inflación, pero ya vimos en el 2002 que cuando estamos en períodos de contracción el pasaje a precios es más lento y permite una recuperación (transitoria) de la producción doméstica. Los intentos para controlar los aumentos de precios deben postergarse para momentos de crecimiento del ciclo económico puesto que es bien sabido que salvo los incrementos de productividad, cualquier otra medida anti inflacionaria es recesiva.

Por otro lado, las subas en el valor de las divisas extranjeras aumentan (transitoriamente) la competitividad de nuestras exportaciones y liberan reservas del BCRA que al tener que defender menos pesos por unidad pueden ser destinadas a financiar el paquete fiscal que sugeriremos más adelante.
En lo que hace a las políticas destinadas a incrementar la inversión privada, debemos pensar en cuales son los factores que mueven a los empresarios a hacer negocios.

En un mundo de absoluta certeza, los emprendedores comparan el costo de una inversión nueva, con el flujo de beneficios que genera. Si esa sucesión de ingresos netos es mayor que la que puede obtenerse colocando el dinero en un banco, pues la inversión se lleva a cabo, caso contrario se pospone.

En la realidad, los inversores no pueden determinar con precisión los flujos de beneficios (a veces tampoco el costo final de las inversiones), aunque en casos de relativa estabilidad económica y de negocios conocidos y difundidos ciertamente pueden evaluar las probabilidades asociadas a los posibles escenarios venideros y construir entonces estimaciones de lo que Keynes denominó la eficiencia marginal del capital; esto es: la relación entre el rendimiento probable de una inversión y su costo.

Para todos los negocios relativamente novedosos, sin embargo, el empresario puede tener una mayor o menor confianza en el devenir del mercado y en su visión comercial, pero de ningún modo puede aspirar a estimar flujos de costos y beneficios a mediano y largo plazo.
Se trata entonces de despejar la incertidumbre que no permite efectuar las estimaciones necesarias para hacer una inversión y al mismo tiempo generar las condiciones de confianza en el devenir de la economía que insuflen a los empresarios del “espíritu animal” que necesitan para estar dispuestos a correr riesgos en proyectos novedosos.
Fácil decirlo…difícil hacerlo.

Para aventurar soluciones pensemos que existen dos fuentes de riesgo distintas para cualquier proyecto; la primera tiene que ver con el riesgo macroeconómico de que la empresa no funcione por el bajo nivel en la actividad económica y la segunda con la posibilidad de que un proyecto particular en cuestión no sea exitoso porque no sepa encontrar un espacio en el deseo de los consumidores.
Ciertamente el gobierno tiene un amplio margen de maniobra para ofrecer seguros que limiten el riesgo macro y muchas de esas medidas apuntalarán simultáneamente el gasto público y la demanda de consumo de las familias. Se trata de que los empresarios sepan que la gente tendrá estabilidad de ingresos y que por lo tanto los niveles de consumo se sostendrán.

A su vez, se puede aumentar la confianza de los inversores con una reforma del impuesto a las ganancias que estipule una alícuota negativa (un subsidio) para los quebrantos económicos en momentos de crisis y una reducción del 35% actual en el monto en que se reduzcan los beneficios durante 2009 (comparados con el 2008). Así, una empresa que gane la mitad que el año pasado, pagaría una alícuota del 17,5 sobre esas ganancias, y una que pierda dinero podría recibir un subsidio que cubra un porcentaje de las pérdidas. Una medida de estas características seguramente impactaría de modo muy favorable en amplios sectores productivos, incluyendo entre otros al campo.

Para crear el clima de negocios necesario para incentivar a los emprendedores, mi sugerencia es crear una figura societaria nueva, denominada “mono negocio” que al mismo tiempo que limita la responsabilidad patrimonial del inversor mediano y pequeño (sugiero habilitar facturaciones hasta un millón de pesos anuales) le permite inscribir impositivamente al negocio (no a la persona) con un régimen de Monotributo similar al actual, pero que incluya en el mismo paquete un seguro de accidente de trabajo y aporte jubilatorio para unos 20 empleados (que puedan ser contratados con una duración anual). En otras palabras, se trata de bajar drásticamente el costo de armar un negocio y simplificar todas las cuestiones legales e impositivas asociadas.

Además es importante contribuir a la reducción de costos (de alquiler de insumos, etc), para lo que sugiero la figura contractual del alquiler a porcentaje. Me explico: en un mundo más o menos estable el valor de un alquiler debe apuntar a captar la renta que genera un negocio en función de su ubicación. Ese beneficio obviamente depende del nivel de actividad, puesto que de nada sirve un local en el corazón de un centro comercial si la gente no tiene dinero para comprar. Entonces sugiero que el inquilino de un local tenga la posibilidad de renovar un contrato de locación a porcentaje de la facturación del comercio en cuestión. Algunos me dirán que esto incentivará la sub facturación de actividades, pero esto puede resolverse estipulando que el valor llave del negocio son “x” meses de facturación y dándole al propietario del local una opción de compra sobre fondo de comercio.

Quedan negocios más grandes, rubros como la construcción o la fabricación de autos y motos. Para el primero de ellos sugiero un crédito alquiler en serio, cuyo funcionamiento ya expliqué en una entrada anterior de este blog. El nivel de intermediación bancaria para la construcción y compra de viviendas es ridículamente bajo en a Argentina. Sin necesidad de llegar al descontrol de los Estados Unidos, hay ciertamente mucho camino por recorrer. Conozco la realidad de muchas familias argentinas que sueñan con un techo propio y que chocan con los requisitos de los bancos que solo le prestan a los que pueden probar que no necesitan el dinero. Trámite simplificado; la familia presenta el contrato de alquiler y el comprobante de pago y el banco le entrega el dinero para comprar una propiedad de valor similar a la que alquila.

Para el mercado automotor tengo una propuesta mucho más simple. Aumentar de 5 a 10 años el plazo legal de amortización de los vehículos. Eso permitirá prendar los autos nuevos por más tiempo y facilitará operaciones entre 84 y 120 cuotas, además de permitir el retiro de autos que están en planes de ahorro con mucha menos plata.

Me ocuparé ahora del gasto público.

Naturalmente este es el rubro sobre el que el gobierno tiene más margen de maniobra y debe ir necesariamente en aumento. Hay dos caminos distintos y ambos deben ser transitados. Por un lado el país tiene una deuda extraordinaria de infraestructura y esta es la oportunidad de saldarla agresivamente. Existen importantes rutas (pienso en la 5 o en la 7, por ejemplo) que necesitan urgente una doble vía. Está la posibilidad interesante de conformar un corredor productivo y otro turístico conectado con nuevas vías férreas.

Los accesos a Capital Federal exigen más carriles, conjuntamente con una modernización del transporte público (electrificación y renovación del Roca para el acceso sur, por mencionar un caso) y el puerto de Buenos Aires puede ser reubicado en un lugar que permita un calado más profundo, liberando el estrés de los continuos camiones que hoy plagan las principales arterias de la Ciudad y ganando en eficiencia y competitividad al mismo tiempo.

Por el otro lado, es fundamental incrementar fuertemente el gasto social tanto por la obvia razón de que son los pobres quienes más se perjudican en las crisis como porque las personas de menores ingresos además tienen una altísima propensión marginal al consumo (gastan inmediatamente la mayor parte de sus nuevos ingresos) de modo que su mayor consumo generará un espectacular efecto multiplicador sobre toda la economía. Propongo un ingreso universal por hijo menor de 14 años, que se instrumente inmediatamente.

Entiendo que muchos se preocuparán respecto al modo en que se financia todo esto. Considero oportuna la utilización de fondos de la Anses, de parte de las reservas del BCRA y la reprogramación de los pagos de la deuda externa.

En los tres casos el gobierno debería emitir instrumentos de deuda que prometan un flujo de devoluciones atado a la evolución del PBI; así cuando la economía más crece más se paga y cuando menos lo hace existe la posibilidad de liberar recursos para los programas del estilo de los propuestos aquí.

Un comentario aparte merece la oportunidad de los anuncios de los paquetes de medidas por parte del gobierno. En efecto, la publicidad de los actos debe hacerse al momento de instrumentación de los mismos puesto que de otro modo paralizan toda la actividad dado que ni bien comienza a circular un rumor respecto a un cambio de reglas de juego todo el mundo paraliza sus acciones ala espera de las nuevas condiciones.

Nos resta explicar entonces como proponemos apuntalar el consumo privado, que como habíamos dicho es la variable de mayor importancia en la demanda agregada.

Siguiendo siempre a Keynes podemos decir que éste depende factores subjetivos y objetivos. Resumidamente, digamos que las personas consumen en función de su ingreso y de las expectativas de alteraciones en el mismo.
También es cierto que influyen los cambios en el premio por ahorrar y factores como la previsión de eventualidades u oportunidades futuras, pero de momento no nos detendremos en estas fuentes.

Pensemos sí que hay dos tipos de ingresos bien diferenciados; por un lado el de los asalariados (que representan entre un 35 y un 40% del total) y por el otro lo que se denomina el excedente de explotación; esto es: alquileres, rentas, intereses por colocaciones, beneficios y dividendos de accionistas.

En lo que hace a los ingresos provenientes del trabajo es evidente es evidente que para que ellos se transformen en consumo el asalariado debe tener expectativa de estabilidad laboral y/o de mejoras salariales.
Sugiero entonces que el gobierno implemente de manera urgente un seguro de desempleo que les garantice a los trabajadores que contarán con un flujo estable de ingresos, aún en el escenario (vislumbrado por muchos como muy probable) de un despido.

Adicionalmente sería una buena idea transformar los aportes patronales y personales (el porcentaje del salario que va a parar a la ANSES) en un impuesto contra cíclico que baje fuertemente en las recesiones para permitir un incremento sustantivo del salario de bolsillo de los trabajadores y suba en los momentos de auge para contrarrestar el ciclo.

En lo que hace al consumo que se sustenta en fuentes de ingresos no laborales aquí aplica las mismas propuestas que habíamos mencionado para incentivar la inversión, puesto que el empresario que invierte, produce fuentes de generación de ingresos y enfrenta entonces un escenario de mayores flujos de dinero a partir de los cuales puede consumir.

A modo de conclusión digamos que ningún aumento del gasto público por sí solo puede contrarrestar la apatía generalizada de consumidores e inversores, salvo en países donde el gobierno representa el 60 % de la economía. No olvidemos que cuando Keynes escribió su teoría general, el estado representaba un porcentaje muy pequeño de la demanda agregada, por lo que es obvio que las intervenciones gubernamentales que el Lord Inglés tenía en mente iban mayormente dirigidas a cambiar el grado de confianza y las expectativas del sector privado.
Pero si el conjunto de medidas que aquí se postulan se aplican de modo coherente y sistematizado, seguramente asistiremos a la generación de un espectacular shock de confianza, que será el que en última instancia reactivará la economía.