El mejor regalo no es un regalo tradicional.

El Profesor Tim Kasser demostró en un artículo publicado en el Journal of Happiness Studies, que durante la navidad los niveles de felicidad y satisfacción con las fiestas aumentan con tres variables y en este orden: el tiempo que pasamos con nuestra familia y afectos en primer lugar, el tiempo que dedicamos al aspecto religioso de la celebración (para los creyentes) luego, y las actividades rituales asociadas (por ejemplo los regalos y el armado del arbolito) en el último puesto.

Ahora bien, cualquier profesor de economía diría que podemos invertir ese ranking si nos aseguramos que el regalo sea lo suficientemente costoso como para que la utilidad que el beneficiario derive del presente, sea muy alta, pero desafiando todos los prejuicios, Kasser probó científicamente que ni el dinero gastado en regalos ni la significación económica de los presentes recibidos guardaba ninguna relación con nuestra felicidad durante estos días.

Si aún a pesar de todas estas pruebas usted todavía quiere hacer un regalo de navidad y realmente pretende lograr un impacto con el mismo, quizás le convenga saber lo que la economía del comportamiento ha encontrado al respecto.

Para empezar, Joel Waldfogel de la Universidad de Yale descubrió que en promedio cuando la gente desenvuelve los paquetes bajo el arbolito, les asignan un valor que está entre un 10 y un 33% por debajo del dinero gastado en los mismos, de modo que si no tiene la mejor idea de que regalar probablemente logre mejores resultados poniendo directamente un sobre con dinero junto al pesebre

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Si le parece políticamente incorrecto entregar plata, olvídese entonces también de las cosas materiales; Leaf Van Boven de la Universidad de Colorado, descubrió que las inversiones en actividades concretas generan un 13,5% más de felicidad y satisfacción que los pesos que se destinan a lo material (link acá a la investigación) de modo que es más recomendable pensar en un sobre con una escapada a Colonia, que gastarse la misma plata en una prenda de vestir de marca.

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Por culpa del sesgo de representatividad descubierto por el Premio Nobel Daniel Kahneman (link acá al peper de Kahneman), es muy probable que tengamos la tendencia a creer que los otros van a tener gustos más o menos similares a los nuestros, cuando la realidad es que por ejemplo los padres no suelen tener la menor idea de lo que quieren sus hijos (todos alguna vez hemos sufrido la desgracia de usar esa malla o esa remera espantosa que, con la mejore intención, nos regalaron nuestros viejos). Por esta razón si hay que comprar algo para un adolescente conviene preguntarle a uno de los amigos, o a los hermanos y si el regalo es para papá, mejor que lo elija mamá, aunque lo paguemos nosotros.

Si estamos cortos de dinero (algo extremadamente probable en estos tiempos) pues conviene que aprendamos aponer un ancla. Este fenómeno fue descubierto por otro especialista en Economía del Comportamiento, el Profesor Richard Thaler, y es analizado de manera muy interesante en este artículo de Thomas Mussweiler (paper acá).
La idea es que muchas veces el beneficiario de nuestras atenciones no tendrá la menor idea de qué regalo esperar, por lo que cualquier sugerencia que hagamos en los días previos funcionará como un ancla que lo predispondrá a esperar algo cercano a nuestra sugerencia. Los trabajos en neuroimagen nos enseñan que si lo que finalmente recibe una persona es un poquito mejor que lo que esperaba, se activa el Nuleo Accumbens, un circuito cerebral asociado al placer (link acá a la investigación), mientras que si sucede lo contrario, como ha demostrado el profesor de CalTech, Antonio Rangel aparece en acción la Ínsula, una parte de nuestro cableado neuronal que tiene que ver con los comportamientos de evitación y pérdida (link acá a paper de Camerer, Lowenstein y Prelec al respecto).

Y justamente porque tenemos aversión a las pérdidas (Tversky y Kahneman demuestran acá que perder 100 pesos nos hace tan infelices que tendríamos que encontrarnos 300 para compensar nuestro malestar) es que una excelente idea es que el eventual regalo pueda tener un ticket de cambio, para evitar el malestar que seguramente aparecerá si el presente no conforma las expectativas.

Otra razón por la cual puede ser mejor idea regalar una experiencia, o algún objeto material en vez de dinero, es que la gente sufre de un sesgo de statu quo, por el cual no suele ser original a la hora de elegirse el propio regalo o comprarse algo con el dinero, por lo que el arbolito puede ser una excelente excusa para gratificar a los seres queridos con cosas que sabemos que quisieran probar pero no se animan; como por ejemplo: un viaje a un destino no habitual, una inscripción a un curso de teatro, una prenda jugada, una mascota, o unas trencitas africanas para el verano.

Una última forma de atención navideña tiene que ver con las tarjetas o saludos personalizados

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Las tarjetas navideñas se lucían otrora orgullosamente al pie del arbolito, mostrando al resto de los familiares y amigos el conjunto de amistades que a uno lo consideraban digno de saludo (efecto demostración o señalamiento), pero además se guardaban luego por su valor como recuerdo, sobre todo cuando provenían de alguien muy querido (efecto souvenir).

Con el boom del email y las redes sociales se ha ido perdiendo la vieja costumbre de enviar tarjetas con deseos de felicidad para las fiestas. La versión electrónica de reemplazo no cumple con ninguno de los fines que lograban las tarjetas tradicionales.

Olvídense de los mails masivos, los sms grupales y los regalos tradicionales.

Visiten a los que realmente quieren, regalen experiencias, escriban mensajes personalizados a los que están más lejos y disfruten la navidad.