Hasta las elecciones de octubre, el programa económico del gobierno se concentraba en dos objetivos aparentemente desconectados; por un lado, el Ministerio de Hacienda procuraba bajar el déficit fiscal, cuya consecuencia directa es un crecimiento de la deuda externa que no puede durar para siempre. Por el otro lado, el Banco Central procuraba bajar la inflación con un programa de metas, que descansa en la tasa de interés como única bala para dominar las expectativas del mercado.

La estrategia principal de la cartera que conduce Nicolás Dujovne apostaba a eliminar el rojo de las cuentas públicas sin necesidad de hacer un ajuste ortodoxo del gasto, sino más bien sobre la base de que el crecimiento de la economía haría subir la recaudación, lo suficiente como para cerrar el agujero por completo en un plazo de seis años.

Algo de esto ocurrió efectivamente este año, puesto que desde el mes de julio los ingresos tributarios crecen por encima del gasto; algo que no había acontecido desde el 2003. Pero también es verdad que, Reparación Histórica mediante, el gasto social crece tan rápido que las rebajas en los subsidios, apenas alcanzan a compensar y por lo tanto muchos analistas, internos y externos, empezaron a poner en duda la capacidad del plan del gobierno para estabilizar la caja.

Mirando hacia Reconquista, donde se encuentra el bunker del Banco Central, también había dudas. Es realmente muy difícil bajar la inflación cuando al mismo tiempo el Gobierno está corrigiendo precios relativos (tarifazos) y dejando que por primera vez en mucho tiempo el dólar flote; algo para lo cual los argentinos no estamos aún preparados, tal y como lo demuestra el pánico que se apodera de la gente cada vez que el billete verde pega un saltito, con el que ni siquiera alcanza a la inflación.

Así y todo, los precios venían desacelerando y lo más importante, las expectativas de inflación en la calle, que releva todos los meses la Universidad Di Tella, también venían desinflándose a una velocidad de 5% por año.

Claro, como ese ritmo no era compatible con llegar al fin del mandato de Macri con 5% de inflación, las tasas de interés se mantenían muy altas y como consecuencia de ello, el dólar estaba grogui.

GOLPE DE TIMÓN

La primera advertencia de que algo no andaba bien llegó del propio Fondo Monetario, que en su última visita llamó la atención sobre la lentitud que imponía el gradualismo.

Luego se sumó la consultora internacional Standar and Poors, que ubicó a nuestro país entre las cinco economías más vulnerables ante un eventual endurecimiento de las condiciones financieras internacionales.

Es cierto que el temor del mercado sobre la reversibilidad de los cambios del nuevo gobierno, quedó desactivado con el resultado electoral que sepultó al kirchnerismo, pero el riesgo país, que bajo fuerte con el resultado de las PASO, no mostró mejoras ulteriores. El mercado simplemente seguía sin convencerse.

La primera sorpresa vino con el proyecto de reforma previsional. El gobierno siempre había dicho que el objetivo era mantener el gasto público constante en términos reales y que el déficit se cerraría con crecimiento, no con baja del gasto. Sin embargo, entre el consenso de los veintitrés gobernadores que firmaron el Pacto Fiscal y la Cámara de Senadores, se filtró la “picardía” de comerse un trimestre en la actualización de las jubilaciones, a la hora de calzar la formula vieja con la nueva, en el mes de marzo de 2018.

El empalme casi hace quebrar los bloques de Diputados que se agrupan en Cambiemos y hundió tanto las expectativas de los consumidores como la imagen del Presidente, en el mes de diciembre.

Contemporáneamente la cabeza del titular del Banco Central empezó a rodar en las versiones de los operadores que funcionan como fuentes de la prensa. Más poder para Marcos Peña, que solo necesitaba otras vacaciones de Macri en el sur, para llevarse puesto al hombre más fuerte del multicefalico equipo económico.

NUEVAS METAS

Llegó entonces el jueves, Peña puso contra el rincón a Sturzenegger y le quebró la voluntad. El anuncio incluso salió de la boca de Dujovne y no de la autoridad monetaria, como hubiera sido lógico. El Gobierno abandonaba la vieja meta del 10% y apuntaba a una inflación del 15% en el próximo año.

Si la meta se relaja, la primera consecuencia es que la política monetaria ya no será tan dura; en castellano: las tasas cederán (veremos cuanto…) y por consiguiente el dólar recupera un poco de oxígeno, tal y como sucedió en los dos últimos días hábiles.

¿Por qué hacen esto? En mi humilde opinión, porque desde Jefatura de Gabinete nunca entendieron cómo funciona el mecanismo de metas de inflación en un país que no tiene mercados financieros desarrollados y donde el crédito es minúsculo.

Sobreestimaron el impacto de la tasa de interés en el nivel de actividad, apostando a que una economía con menores tasas podía crecer más rápido. Al mismo tiempo subestimaron el efecto de la medida sobre las expectativas, sobre todo en lo referente al impacto del dólar en la confianza de los consumidores.

La prueba es que trascendió que el Ministerio de Trabajo, en coordinación con la nueva meta, buscará paritarias en torno al 15% pero con la novedad de que desalentará las clausulas gatillo. Un suicidio que solo se entiende si sale de la cabeza de alguien que piensa que los precios pueden frenarse en una mesa de dialogo.

La inflación tardará entonces un poco más en llegar a un dígito. El gobierno unifica el poder hacia dentro, pero pierde respaldo hacia afuera. Mal negocio.

fuente: ELDIA.com