El cuento de la rana y el agua caliente es un clásico en psicología de la percepción. Si se mete uno de esos animalitos en una olla y se la pone al fuego, la pobre anfibia muere porque su cuerpo se va habituando a los cambios graduales en la temperatura. Si, en cambio, se calienta el agua primero y se trata de introducir al animal, lo que sucede es que la rana salta y salva su vida. La moraleja es que la percepción es un fenómeno de contrastes y que la selección natural nos diseñó favoreciendo nuestra reacción ante cambios bruscos, pero sin premiar nuestra capacidad para notar diferencias apenas perceptibles, incluso cuando estas se acumulen con el tiempo.

Esta semana quedó demostrado con el precio del dólar, que, aunque subió en el año lo mismo que la inflación, tiene a muchos en vilo porque, aunque había estado calmo, e incluso bajando en los primeros meses del año, subió de golpe y acumula una escalada del 15% desde mediados de abril.

La verdad, que desde la planilla del Excel no hay nada de qué preocuparse. Es normal y deseable que el dólar no sufra cambios en términos reales; esto es: que no suba ni baje demasiado en relación al resto de los precios de la economía, salvo que se produzca un cambio en los factores fundamentales que determinan la escasez de divisas de la economía.

Pero eso en el Excel. En la realidad la gente se pone nerviosa porque en la memoria episódica de los argentinos siempre que el dólar sube de golpe es causa o consecuencia de una crisis. Y aunque es probable que en términos relativos el dólar todavía esté barato, sobre todo en comparación con el resto de los bienes, la percepción de esos $18 no es la misma si se llega despacito, pasito a pasito, que si se arriba a ese valor en poco tiempo. Y en economía lo que importa son las percepciones, no la realidad.

 

¿CAMBIAMOS?

Hay dos sentencias que están grabadas a fuego en el imaginario popular; la primera de ellas sostiene que “toda devaluación se traslada a precios” y la segunda reza que “gobierno que devalúa pierde las elecciones”.

Respecto al efecto inflacionario hay que recordar que en las devaluaciones del 2002, 2009 y 2016 el traslado a precios fue más bien moderado. Es cierto que en la salida de la Convertibilidad hubo 42% de aumento del IPC, pero el dólar había subido un 300%. Lo mismo puede decirse del episodio más reciente; es verdad que hubo 41% de inflación en 2016, pero la inflación tenía un piso inercial del 25% y hubo 6 puntos adicionales del tarifazo, de modo que solo 10% puede ser atribuido a la devaluación del 60% que se produjo como consecuencia de la salida del cepo, en un contexto en el que también se bajaron retenciones de materias primas alimenticias. Por otro lado, el traslado a precios depende mucho de la inflación que existe al momento de la devaluación y todos los países de Latinoamérica que bajaron la inflación desacoplaron los precios de las peripecias del dólar.

Lo concreto es que, aunque el dólar viene subiendo sin prisas, pero sin pausas desde mediados de abril pasado, los precios no están acusando recibo y de hecho la inflación de los últimos dos meses fue de 1,3 y 1,2% respectivamente. Esa es una de las razones fundamentales por las que el Banco Central insiste en su tesitura de no intervenir en el mercado de cambios, aún contra la súplica de toda el ala política del gobierno. Si logra demostrar que desacopló los precios internos del dólar, la autoridad monetaria obtendría un triunfo espectacular y el gobierno podrá adjudicarse el mérito de haber producido un cambio estructural clave para recuperar la moneda y bajar la inflación.

Una cosa similar ocurre en materia política. Si a pesar de la trepada del billete verde a Cambiemos le fuera relativamente bien en las elecciones, quedaría demostrado que la política monetaria y cambiaria puede ser absolutamente independiente del ciclo político, lo cual sentaría un gran precedente en contra de la manipulación electoral del tipo de cambio.

Mi sensación es que es más probable que el Central se anote un punto en el desacople inflacionario y no en el político. No obstante, el viernes sometí estas sentencias en la forma de interrogantes, en una encuesta por Twitter y los resultados fueron exactamente opuestos a mis creencias. Un 67% de los 3.879 respondentes dijeron que creían que la devaluación se iría al menos parcialmente a los precios, mientras que un 62% pensaba que un gobierno podía ganar de todos modos una elección a pesar de los aumentos del dólar.

 

¿COMO SIGUE LA PELICULA?

Lamentablemente no hay modo de saber lo que ocurrirá con el dólar luego de las elecciones. Si los economistas tuviéramos la capacidad de ver el futuro seríamos todos millonarios. En la medida que el billete habite el vecindario de los 18 pesos no imagino tampoco intervenciones de la autoridad monetaria, porque después de todo ese es el valor que el propio Gobierno preveía en su proyecto de presupuesto para este año.

La gran incógnita es que pasaría si el oficialismo sufre un fuerte revés electoral en agosto y la incertidumbre se apodera de la calle. El Banco Central tiene 47.513 millones de balas para enfrentar cualquier corrida y poner el dólar donde tenga ganas. Si no interviene es porque entiende que lo mejor es que el precio refleje todas las expectativas. Veremos si sostiene su prescindencia.

fuente: EL DIA.com