Levantó polémica esta semana el decreto que autoriza a la Fuera Aérea Argentina a abrir fuego contra naves no autorizadas que vuelven en el espacio aéreo del país y no respondan a las advertencias e intimidaciones previas de las autoridades. La medida va en la línea de uno de los principales objetivos del nuevo gobierno: el combate al narco.

Desde algunas voces de la oposición, aprovechando el revuelo, se planteó la conveniencia de, alternativamente, despenalizar el consumo de drogas. En general esas dos posturas resumen lo que mucha gente piensa que hay que hacer con el problema del narcotráfico.

El miércoles por la red social Twitter hice una encuesta en la que pregunté qué creían que tenía que hacer el Gobierno para combatir las drogas. La primera minoría de respuestas (el 36%) sostuvo que había que penalizar tanto la oferta como la demanda y la segunda minoría (con el 31%) dijo que había que penalizar solo a la oferta. Solo 6% sostuvo que había que penar el consumo.

Lo interesante es que hay una solución de mercado al problema que va en contra de lo que la mayoría piensa, probablemente porque es contra intuitiva.

LIBERAR EL MERCADO, BAJAR EL DELITO

La idea de liberar el mercado no es nueva. El propio Milton Friedman razonaba que si se liberaba el mercado el precio bajaría notablemente porque habría mucha más oferta y el consumo aumentaría muy poco porque las drogas presentan una demanda que los Economistas denominamos “inelástica” respecto del precio y que puesto en castellano quiere decir que nadie sale corriendo a comprar dos ravioles de cocaína porque ahora estén más baratos, del mismo modo que poca gente deja de consumir sustancias cuando los precios suben.

El Profesor de Chicago pensaba que buena parte de los delitos asociados a las drogas eran cometidos por los narcotraficantes para disputar mercados ilegales, mientras que los consumidores sin dinero también se veían obligados a delinquir para poder comprar las drogas debido a su alto precio.

Si la marihuana y la cocaína se vendieran libremente, como un paquete de cigarrillos o una botella de alcohol, en cualquier comercio, pues eso eliminaría las muertes por peleas territoriales, como las que asolan al Gran Rosario, al Gran Buenos Aires y a las villas de CABA, al tiempo que bajarían la cantidad de robos perpetrados por los consumidores desesperados, toda vez que los precios serían tan accesibles como los de las drogas permitidas.

LIBERAR LA OFERTA, PENALIZAR LA DEMANDA

Alternativamente y si uno piensa en el principal factor que incentiva el negocio de las drogas, que es justamente la posibilidad de ganar mucho dinero produciendo y comerciando estupefacientes, emerge de manera contra intuitiva pero lógica, otra solución que pasa por liberar la producción para incentivar la oferta, pero penalizar la demanda para contraer las compras.

Nótese que no estamos hablando de una penalización con cárcel, que no tiene absolutamente ningún sentido, sino vía altos impuestos para el consumidor.

El alto impuesto si bien sube el precio final del producto en el mercado, impone una brecha entre el monto abonado por el comprador y la cantidad de dinero recibido por el vendedor, generando exactamente el efecto que estamos buscando; esto es: que le salga caro al consumidor, desalentándolo y que al mismo tiempo represente un bajo ingreso para el vendedor.

Una crítica habitual a esta propuesta es que ya existen altos impuestos para los cigarrillos y fuma mucha gente de todos modos. Pero justamente ese es un ejemplo perfecto de una política que se queda a mitad de camino.

Hay efectivamente impuestos, pero el monto no es suficientemente alto para disuadir, porque con todos los tributos un paquete de Marlboro sale $26 y entonces el resultado es que fuma el 31,8% de los hombres.

En Canadá, en cambio, donde un paquete de la misma marca puede costar el equivalente a 112 pesos argentinos, fuma solo el 19,5% de los hombres y en Australia donde cuesta cerca de 214 pesos, solo tienen una tasa del 18,4% de compradores de tabaco. De hecho, si cruzamos los datos de la Organización Mundial de la Salud, respecto del porcentaje de fumadores en cada país, con el costo de un paquete de cigarrillos en cada lugar, nos da que cada dólar que aumenta el costo de un atado, cae el porcentaje de consumidores en un 1,8%. Entonces en nuestro país, que según esos datos tiene uno de los paquetes más baratos del mundo, podría bajar casi 4% la prevalencia del consumo de tabaco si se duplicara el precio de los cigarrillos.

Es importante aquí distinguir tres mercados distintos para analizar el impacto de los precios sobre la demanda.

Encarecer las sustancias tiene un efecto probablemente despreciable en la reducción de las cantidades demandadas de los adictos, pero hace menos probable que el consumidor esporádico termine convirtiéndose en uno de ellos, al tiempo que disminuye ciertamente las chances de entrar a ese mundo del consumo social. Así, el poder de la penalización que hace subir los precios con impuestos es mucho mayor en el largo plazo.

Por supuesto, dada la magnitud y complejidad del fenómeno, nadie pretende resolverlo con una sola herramienta de corte economicista.

Es clave que el destino de los impuestos recaudados sirva para financiar un plan integral de salud que procure rehabilitar a los adictos y prevenir para evitar el consumo. La moraleja, en todo caso, es que el precio puede ser más potente que las armas.

Efecto

Encarecer las sustancias tiene un efecto probablemente despreciable en la reducción de las cantidades demandadas de los adictos, pero hace menos probable que el consumidor esporádico termine convirtiéndose en uno de ellos, al tiempo que disminuye las chances de entrar a ese mundo del consumo social.

 

fuente:

zzzeldia