Parado sobre las vías de un tren puede observarse como las barras de acero que forman los rieles convergen en el horizonte. Obviamente cualquiera entiende que eso no es posible, que solo estamos en presencia de una de las ilusiones ópticas más famosas. Así y todo, la sensación persiste en la mente, incluso cuando tengamos el conocimiento de que no es así.

En economía también existen ilusiones cognitivas que explican comportamientos anormales, que nos alejan de la racionalidad del Homo Economicus que habita los libros de texto con los que se estudia en la universidad.

La primera y más conocida de esas distorsiones en el funcionamiento de la mente tiene que ver con la ilusión monetaria que afecta nuestro juicio en contextos de inflación. El fenómeno fue descripto originalmente por el profesor Irving Fisher, quien se sorprendió de que en plena hiperinflación alemana un comerciante le dijera que estaba contento porque había comprado por 10 marcos la camisa que acababa de venderle a 50, sin darse cuenta que en el lapso entre una operación y la otra, se había licuado el valor de la moneda.

Aunque en Argentina ya tenemos bastante práctica en estos contextos de aumentos de precios, siguen persistiendo los errores.

Un ejemplo es el debate en torno de las UVAs, el mecanismo financiero que está permitiendo el regreso del crédito hipotecario masivo para la clase media.

Hace pocos días un economista profesional criticaba el sistema diciendo que quien había sacado un crédito de 1.000.000 de pesos en marzo de 2016, debía al día de la fecha 1.420.000, incluso después de haber pagado varias cuotas.

Por supuesto, ese razonamiento no tiene sentido, por la simple razón de que un millón de pesos de marzo de 2016 no es lo mismo que un millón de pesos de diciembre de 2017. De hecho, con 53% de inflación en los últimos 20 meses, 1.420.000 pesos actuales son, en realidad, menos plata que lo que eran 1.000.000 de pesos a principios del año pasado.

LA ILUSIÓN FISCAL

El segundo sesgo cognitivo muy presente en nuestro país es el que tiene que ver con el desconocimiento de los impuestos que pagamos y la sensación de que el Estado produce recursos genuinos y puede, por lo tanto, hacerse cargo de muchos gastos sin que el contribuyente acabe financiándolos.

La distorsión tiene sus orígenes en el hecho de que los impuestos más importantes están escondidos en el precio de los bienes y por lo tanto no somos conscientes del costo de pagarlos.

Por ejemplo, según un estudio de la Fundación ProTejer, el costo de fabricación de una prenda textil es el 20% de lo que pagamos en góndola, pero los impuestos representan el 25%.

Lo mismo ocurre cuando compramos un auto, donde más de la mitad de lo que pagamos (54%) corresponde a la tajada que se lleva el fisco. Como regla general, en la mayoría de los productos, el Estado se lleva más dinero que el propio productor.

En contraste, solo un millón y medio de personas pagan impuesto a las Ganancias en Argentina. Más aún; es este tributo el que genera más resistencia política, siendo que incluso los que lo abonan suelen pagar mucho más en concepto de IVA, o Ingresos Brutos, solo que, en estos casos, como el impuesto está escondido en los precios, no parece doler tanto.

Hace tiempo que vengo sosteniendo que hay que reemplazar buena parte del IVA e Ingresos Brutos, por un masivo impuesto a las Ganancias (con una parte coparticipable). Quiero ser más claro; estoy proponiendo que todo el mundo, con la única excepción de los que están debajo de la línea de pobreza, paguen Ganancias.

Pensemos que alguien que gana $20.000 está hoy pagando cerca de $4000 de IVA y $2000 de Ingresos Brutos; se trata simplemente de que sigan pagando un monto similar, pero en vez de hacerlo en esos dos impuestos (que se bajarían), pase a contribuir directamente de su sueldo, de modo de correr el velo de la ilusión y hacer visible de donde sale el dinero para pagar todas las erogaciones del Estado.

LA ILUSIÓN DE RESPONSABILIDAD

La tercera falla cognitiva es la de confundir correlación con causalidad, e ignorar cuales son las decisiones que producen los resultados que se observan en la práctica.

Por caso, para un marciano que nos observara desde un plato volador, la coincidencia de la lluvia con los paraguas podría hacerlo pensar que son las personas, portando ese particular accesorio, las que hacen llover.

El ejemplo puede lucir forzado, pero a la hora de analizar las consecuencias de las políticas públicas, aparece muchas veces una confusión similar.

Para ilustrar el punto pensemos en el problema de las Lebacs. El gobierno anterior emitía dinero sin respaldo para cubrir el déficit fiscal. Como a la gente no le gusta ahorrar en una moneda que pierde valor de manera sistemática, los excesos de billetes se iban al dólar, hasta que se acabaron las divisas y el Banco Central, ayudado por la AFIP, puso el famoso cepo, a fines del 2011.

Como es sabido el gobierno siguió emitiendo, de suerte tal que cuando se tomó la decisión de salir del cepo, en diciembre del 2015, había un excedente de pesos en circulación, que el Banco Central debió absorber usando Lebacs, para que todos esos billetes no se fueran al dólar y el tipo de cambio volara por los aires.

¿Quién es el responsable entonces de la bomba de las Lebacs? ¿El que las puso en circulación o el que generó la emisión?

Otro ejemplo pertinente es el de las tarifas que fueron congeladas demagógicamente durante muchos años, mientras los costos de generación de luz y gas seguían subiendo por el ascensor. ¿Quién es el responsable? ¿el que barrio la mugre debajo de la alfombra, o el que tiene que poner la cara anunciando que se acabó la promoción?

La raíz de muchos de los problemas argentinos está en el diseño de políticas económicas que se hacen ignorando las ilusiones cognitivas que gobiernan el juicio de los actores del sistema.

fuente: ELDIA.com