El hombre estaba sentado de espaldas al Casino, en una mesita de una ventana que daba a la calle, en el bar que ocupa el 1927 de la calle Buenos Aires, frente a la Plaza del Milenio, en pleno centro de Mar del Plata.

La mirada perdida. El café frío. La mente repasando en círculo, una y otra vez, sin poder comprender lo que había salido mal. La martingala la había leído en una revista supuestamente clandestina, pero no tanto, porque la encontró en una batea de libros usados de una librería de la calle Corrientes. El método era simple; había que empezar apostando una ficha de chance a los colorados; si salía un negro, en la próxima bola se duplicaba la apuesta y si la suerte continuaba esquiva, en la siguiente oportunidad tocaba depositar cuatro plásticos sobre el paño.

LA “MARTINGALA”

Marcos estaba de vacaciones y llevaba tres días ensayando la técnica con éxito. En esa corta primavera embolsó 8.000 pesos y ya estaba considerando seriamente dejar su empleo de chofer de taxi y mudarse a la Feliz, hasta que el cuarto día la fortuna se nubló. Los 100 pesos iniciales se fueron por la canaleta de la mala suerte y volvió a perder cuando lo intentó con $200.

La adversidad quiso que las apuestas escalaran primero a 400, luego a 800 y cuando intentó poner los 1.600 sobre la mesa, el croupier lo frenó informándole que el límite era de 1.000.

Presa del pánico encontró una mesa de fichas más caras, donde le dejaron perder los 1.600 e incluso le permitieron duplicar a 3.200. Pensó que sería mucha mala suerte que salieran 6 negros al hilo. Pero la ruleta no tiene memoria y la moneda cayó del lado incorrecto, una vez más.

Cuando se aventuró a probar con 6.400 pesos, vio la cabeza del jefe de mesa, girando de lado a lado, en un gesto de desaprobación tan universal que no requiere traducción al castellano.

Media hora después revolvía por enésima vez el café helado en el Boston. Mascullaba una revancha improbable. Pensaba que, si lograba ir a un casino con un límite superior a los 5.000 pesos, podría intentar la épica. Pero las matemáticas eran suicidas; demasiado riesgo jugarse $6.400 para ganar tan solo $100. La cuenta del bar superaba el monto. Además, todavía estaba $1.700 pesos arriba, aunque claro, esa ganancia por cuatro jornadas de “trabajo” deslucía el atractivo de la renuncia al taxi.

LA BICICLETA ERA UNA RULETA

Esta semana me acorde de la historia de Marcos, cuando producto de la crisis en Brasil, el dólar que hace dos semanas cotizaba a $15,59 cerró el viernes en $16,22. Como consecuencia de la devaluación, el inversor que vendió sus dólares hace dos meses, para comprar LEBACS, acaba de perder toda la ganancia de intereses y encima deberá pagar las comisiones del broker y el diferencial de precio entre el dólar vendedor y el comprador. Por supuesto, puede quedarse en LEBACS y especular con que el dólar vuelva a bajar, o al menos jugársela con que no siga subiendo. Pero semejante apuesta no sería muy distinta a la de ponerla toda al colorado en el casino de Mar del Plata.

Lo cierto es que, para que la ganancia financiera sea segura, quien vende sus dólares y apuesta a la tasa de las LEBACS o de un plazo fijo, debe al mismo tiempo comprar un seguro de salida; esto es: adquirir un futuro de dólar como los que se negocian en el ROFEX, garantizándose divisas a $18,80 en el mes de abril del 2018, por ejemplo. Obviamente, esa cobertura elimina buena parte de la supuesta rentabilidad extraordinaria y convierte a las LEBACS en una inversión similar a la compra de cualquier título público, como el Bonar 2018, que tiene una tasa de retorno cercana al 3% anual.

La realidad es que, si el dólar flota, la bicicleta se convierte en una ruleta.

EL DOLAR FLOTA

La clave es que el precio del dólar está fijado por la oferta y la demanda de divisas, de suerte tal que cualquier información que exista en el mercado y que implique una probabilidad de devaluación (o de apreciación), ya está incluida en el precio de cada día, de modo que no se puede sacar ventajas comprando o vendiendo dólares hoy.

Por supuesto, los mercados no son perfectos y como vimos esta semana suelen sobrereaccionar a las novedades.

Tampoco sabemos a ciencia cierta cuales son las bandas de flotación que tiene en mente el Banco Central y desconocemos, por lo tanto, a que valores se dispararán las intervenciones de la Autoridad Monetaria si los precios sube mucho (o se hunden). Pero en líneas generales nadie puede asegurar ni que el dólar va a subir, ni que va a bajar.

En resumen, el precio del dólar no está fijado discrecionalmente por el Banco Central, como ocurría antes, sino que refleja en cada momento las nuevas condiciones de oferta y demanda de divisas. Si Brasil devalúa, como ocurrió esta semana, el tipo de cambio opera como un amortiguador, absorbiendo el impacto de esa novedad. De persistir, la crisis de nuestros vecinos generará seguramente menos exportaciones argentinas y por lo tanto menguará el ingreso de divisas al país por ese concepto. El dólar un poco más caro refleja esa posibilidad y nos deja en mejores condiciones para enfrentarla, minimizando el impacto en nuestra economía.

fuente: ELDIA.com