El tipo llegó en una discreta Meriva, estacionó junto al portón, abrió el baúl y empezó a bajar bolsos con una mercadería muy pesada. En total eran 90 kilos de billetes, pero por culpa de la humedad es probable que estuvieran incluso más pesados. Primero probó sin suerte despertar a las dos monjitas que viven en el convento. Resignado y como pudo, comenzó a arrojar los bolsos por encima del paredón. Probablemente no tuvo en cuenta al vecino que volvía de cargar pollos a las tres de la mañana. También erró la previsión de su desconfianza. Levantó sospechas. Cayó.

Si un productor de cine le hubiera pedido a Steven Spielberg que imaginara una ficción más inverosímil, habría tenido dificultades para lograrlo. Pero la realidad, se sabe, supera muchas veces a la ficción.

A esta altura del campeonato es evidente que José López no fue un exitoso abogado, ni tampoco un empresario poco afecto a declarar sus ganancias. Todo indicaría que Lopecito, como lo llamaban los amigos, es un corrupto y el dinero que no supo o no pudo esconder, es obviamente robado a todos los contribuyentes. Todavía no está muy claro si es producto de coimas o si proviene del desvío de presupuestos pensados para otra cosa, aunque la ex Presidenta parece tener algún indicio de que se trata de lo primero.

Las especulaciones sobre lo que podría haberse hecho con ese dinero son infinitas y si bien la plata no podría haberse usado para más de una alternativa al mismo tiempo, lo concreto es que los dólares que le sobraban a López son las estufas que faltan en las escuelas, o los insumos que no están en los hospitales, o los frenos que no se pusieron en los trenes de Once, o las obras que no evitaron que la ciudad de La Plata quedara bajo las aguas aquel fatídico 2 de abril.

Pero la corrupción no es sólo un problema distributivo y por lo tanto el daño no se compensa devolviendo todo el dinero. Acá otra vez Cristina dio una pista invalorable en su escueta y cobarde declaración por Facebook. Si la mano derecha del hombre que más dinero manejó en la historia de la Argentina cobró coimas, evidentemente alguien las pagó y si el sistema está podrido, entonces no cumple con su función.

Si hubo un sistema corrupto en la asignación y control de las obras de infraestructura, esto quiere decir que no ganaron los mejores, que los contribuyentes no consiguieron los precios más baratos ni obtuvieron las mejores obras posibles, a partir de sus impuestos. La coima compró la vista gorda del cocinero, pero nosotros pagamos por una liebre y nos enchufaron un gato en el estofado. Es doble el daño.

EL DAÑO EN NUMEROS

Los estudios que relacionan corrupción con crecimiento son concluyentes. Según las investigaciones del economista Axel Dreher, de la Universidad de Heidelberg, cada punto que caen los países en el índice de transparencia que publica la ONG Transparencia Internacional, pierde 0,13% el PBI, mientras que el prestigioso investigador Vito Tanzi estimó ese mismo impacto en 0,25% del Producto.

En el último informe de esa conocida ONG, nuestro país obtuvo sólo 3,2 puntos en el boletín de transparencia. Si tuviéramos los 7,4 puntos de Uruguay o los 7 de Chile, nuestro PBI sería entre 0,52 y 1% más que el actual. En dólares, eso significa entre 2.600 y 5.000 millones, que multiplicado por el periodo en que López fue funcionario, arrojan entre 31.000 y 60.000 millones de dólares de riqueza dilapidada, de recursos perdidos para toda la sociedad. Y no olvidemos que esto es lo que el país como un todo perdió, más allá del dinero robado, que, si bien tendría que estar en el bolsillo de los contribuyentes, se fue a otro lado.

¿CUÁN PODRIDA ESTÁ LA MANZANA?

Por último, la pregunta más importante es sobre la profundidad de la corrupción en la Argentina. ¿Los benditos 9 millones de dólares son todo lo que López se robó desde que maneja la caja de la obra pública? ¿O los 126 millones de pesos son sólo lo que le quedaba después de haber financiado el proyecto político que lo acunó? Porque si esto sirve para ir a fondo, el Juez tendría que llamar a Julio de Vido, para ver si el súper Ministro era cómplice o estúpido. Y también al periodista Hernán Brienza que dijo que la corrupción permitía que no sólo los ricos pudieran hacer política. ¿Sabe algo Brienza sobre el financiamiento de la política? ¿De dónde salía el dinero para todos los actos? ¿Con que plata se pagaban los colectivos, los equipos de sonido, los escenarios y ese larguísimo etcétera que mezcla cotillón con propaganda?

¿Se acaba en el kirchnerismo la corrupción? ¿Cómo financiaron la campaña Scioli y Macri y cada uno de los candidatos a Gobernador o Intendente? ¿Se banca la sociedad y el sistema político y económico una catarata de políticos presos? ¿se banca un fenómeno como el de Brasil, con la cúpula empresarial tras las rejas?

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Pensemos que todo ese dinero sucio entra también en las cuentas de costos, a la hora de evaluar la viabilidad de un proyecto de inversión. Si es mucha plata, se pierden proyectos socialmente útiles que nunca se llevan a cabo y sólo se encaran emprendimientos demasiado riesgosos como para garantizar un retorno positivo en condiciones de costos tan altos.

Ese es el verdadero “costo país”, que nos quita la rentabilidad y competitividad que después le pedimos al dólar que se encargue de restaurar.