“La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario, en el sentido de que solo es y puede ser producida por un incremento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción” fue la famosa frase que Milton Friedman inmortalizó y que refleja el espíritu del monetarismo.

De hecho, si uno mira los datos de la evolución en la cantidad de dinero en los últimos 12 meses, se observa que los medios de pagos se expanden al 26% interanual. Entonces dado que la economía está creciendo solo al 5,6% en el último mes, es evidente que sobra dinero. Más precisamente hay un sobrante monetario del 19%. No sorprende entonces que cuando anualizamos la tasa de inflación del 1,5% que midió el INDEC en octubre, arroja precios que corren a una velocidad anual del 19,5%.

Pero si esto fuera tan simple, la solución del problema sería muy fácil; dejemos de emitir dinero y se frenarán automáticamente los precios.

Ocurre que, aunque en el mediano plazo la relación entre la cantidad de dinero y los precios resulta inobjetable, el mecanismo por el cual el dinero causa a la inflación no es tan lineal.

Supongamos que el Banco Central se planta y no emite más dinero. A su turno los gremios acuerdan con la patronal aumentos salariales del 20% y los empresarios luego remarcan sus precios en esa magnitud. Lo que ocurrirá es que no habrá cantidad de pesos suficientes en la economía, como para hacer efectivas todas esas transacciones, lo que quiere decir que no será posible convalidar esos precios y esos salarios. Entonces los comerciantes venderán menos y muchos trabajadores no conseguirán empleo. Si estuviéramos tratando de bajar 2 puntos, en un contexto de una inflación del 6%, esto no sería muy problemático, porque la actividad en vez de crecer al 3%, crecería al 2%. El problema es que en un escenario de aumentos del orden del 20% la insuficiencia monetaria sería tan grande que la recesión que ocasionaría la medida de freno total en la emisión, sería dramática.

LAS METAS DE INFLACIÓN

Por esta razón la Autoridad monetaria eligió un camino alternativo que es el programa de metas de inflación.

Lamentablemente el mecanismo no es muy conocido por parte del público y ni siquiera los empresarios tienen claro su funcionamiento. La consecuencia es que la gente se pone nerviosa cuando observa la lentitud con la que baja la inflación y muchos piensan que el gobierno no está haciendo lo suficiente para combatir el flagelo de los aumentos.

Pero lo cierto es que el juego aquí es al revés que en el caso anterior. Concretamente, el Banco Central establece una meta, como quien se compromete a bajar un determinado peso con una dieta.

Si la institución tuviera plena credibilidad, los formadores de precios simplemente actuarían en consecuencia, limitando los aumentos al objetivo fijado por el regulador. Acto seguido, el Banco Central emitiría el dinero necesario para que todas las operaciones pudieran llevarse adelante y no habría ningún problema de disponibilidad de medios de pago, por lo que la tasa de interés, que es el precio que refleja la escasez de moneda, se mantendría sin cambios.

Si, en cambio, la reputación del Central no fuera tan grande como para convencer a los agentes económicos, lo que ocurriría es lo que pasó durante el año en curso, donde por ejemplo Sturzenegger dijo que la meta era 17% pero los salarios y precios de la economía van a cerrar el año entre 23 y 25% arriba del 2016..

Volviendo a la analogía del paciente con problemas de sobrepeso, la formula no cumplió con el objetivo, pero tampoco defraudó tanto. La meta era bajar de 120 a 90 kilos y nuestro héroe termina el año pesando 95. Lo felicitamos por el esfuerzo, pero hay que seguir con la dieta, porque la meta de este año es que llegue a los 80kg.

En el caso de la política monetaria, la dieta es la tasa de interés, que toda vez que los precios corren más rápido de lo planeado, sube, encareciendo el crédito, reforzando las expectativas y congelando el dólar, para por esos tres caminos domar a la inflación.

LOS ENEMIGOS DE LA POLÍTICA DE DESINFLACIÓN

Por si no fuera difícil la tarea de coordinar expectativas para pinchar los precios, la economía está atravesando correcciones de precios relativos (tarifas) y tiene ahora un tipo de cambio flexible, en una sociedad que no está acostumbrada a flotar y se pone nerviosa con cada cambio en el precio del dólar.

Es evidente que los tarifazos generan inflación por sí mismos, pero también porque al subir costos de producción y comercialización, empujan en su tránsito a la góndola los precios de los bienes y servicios.

Al mismo tiempo, aunque es cierto que la economía ya no traslada linealmente los aumentos del dólar al mostrador, como lo hacía antes, la suba repentina previa a las PASO termino generando un salto en los precios mayoristas del 2% adicional entre julio y septiembre, que obviamente llega al minorista tarde o temprano.

El Banco Central podría no convalidar estos aumentos circunstanciales con más dinero en la calle, pero si lo hiciera no alcanzarían los precios para todas las operaciones de la economía y como hemos visto, en el corto plazo, ello redundaría en una recesión.

El desafío entonces es doble, porque la fuente de las subas no es siempre monetaria y aun cuando la autoridad intente convencer a la gente de que frenará los niveles de emisión, con cada tarifazo la credibilidad de la institución se erosiona y sus dietas surten menos efecto.

fuente: ELDIA.com