La preocupación central de los economistas que asesoran a los principales candidatos pasa por como corregir el atraso cambiario sin que la devaluación se traslade automáticamente a precios y tampoco profundice la recesión

Como muestra del primer riesgo basta ver el salto inflacionario que produjo la devaluación de enero del 2014 cuando el Gobierno dejó que la oferta y la demanda determinaran que el dólar valía $8 en vez de $6. Muchos piensan que ese aumento del 33% en el valor de la divisa hizo que los precios que venían corriendo al 25% anual en 2013, subieran 38% en 2014, generando 13 puntos extra de inflación.

Para entender el segundo temor alcanza con las declaraciones de uno de los principales asesores de Daniel Scioli, el economista Miguel Bein, que esta semana dijo que “es muy fácil bajar la inflación subiendo la tasa de interés”, pero advirtió que eso encarecería dramáticamente el crédito, frenando el consumo y la inversión.

La experiencia histórica reciente, muestra sin embargo que no necesariamente una devaluación hace explotar la inflación. En Brasil, por ejemplo, el dólar pasó de costar 2,20 reales hace un año a 3,87 esta semana y aunque el índice de precios al consumidor se aceleró un poco, lo cierto es que el costo de vida pasó de crecer al 6% a hacerlo al 9%, una magnitud insignificante si se piensa que la moneda norteamericana subió 75% en muy poco tiempo. Aunque las devaluaciones no fueron tan dramáticas, lo mismo ocurrió en la mayoría de los países latinoamericanos; el dólar subió fuerte en Colombia, Mexico, Chile, Uruguay, Perú y Bolivia, pero sin embargo en ninguno de esos países hubo que lamentar un traslado a precios relevante.

Puede argumentarse que en nuestro país la historia es distinta, que la mente de los argentinos está dolarizada y que por lo tanto aquí los formadores de precios son mucho más sensibles respecto de lo que ocurra con el tipo de cambio. Pero eso no fue lo que sucedió, por ejemplo con la devaluación del 2009, en la que el dólar abandonó en pocos meses la meseta de $3 creciendo hasta los $3,90, lo que significó un aumento del 30%. Lejos de subir, la inflación, que había sido del 23% en 2008, cayó al 15% en 2009.

NO NECESARIAMENTE EL TRASLADO A PRECIOS ES TAN AUTOMÁTICO

Si bien luego de una devaluación el precio de los bienes transables, que son aquellos que pueden eventualmente subirse a un barco y exportarse o importarse, tienden a subir lo mismo que el dólar, por culpa del atraso cambiario el componente no transable es mucho más significativo y diluye los aumentos en la góndola.

Me explico. Hoy un productor agropecuario recibe entre el 5% y el 25% del valor que nosotros pagamos en la góndola por los alimentos. Eso quiere decir que de cada $10 de un kilo de fruta, por ejemplo, entre $7,50 y $9,50 corresponden a costos de logística, trasporte, almacenamiento, distribución y comercialización, que son en su mayoría no transables, porque no sufren la competencia del exterior.

Entonces aún cuando las mercaderías se encarezcan por culpa de la devaluación, su incidencia en el precio final está diluida por la brecha que hay entre el productor y la góndola, que está generada por toda la cadena de intermediación, cuyos precios no están mayormente dolarizados.

SON LAS EXPECTATIVAS ESTÚPIDO

En segundo lugar, muchos recuerdan que en la devaluación del 2014 aumentaron muchos precios que no estaban dolarizados, porque ni tenían insumos importados ni eran potencialmente exportables, pero ello ocurrió por un problema de expectativas

Por un lado los comerciantes pensaron que el peso se iba a continuar devaluando y formaron precios incluyendo ese componente, que yo en su momento denominé el “efecto por las dudas”.

En segundo lugar la percepción social de que la devaluación se profundizaría hizo que se derrumbara la demanda de pesos y que la gente huyera despavorida de la moneda local, hacia el dólar paralelo, cuando podía, y hacia el estoqueo de mercadería como otra alternativa para proteger los pesos, presionando los precios al alza.

Bastó que el Banco Central recuperara el dominio en el mercado de cambios para que la tranquilidad del dólar pinchara las expectativas de futuras devaluaciones y se recompusiera la demanda de pesos, haciendo que se desacelere la inflación.

Una experiencia similar se vivió en 2002, cuando luego de la fuerte devaluación, los precios se frenaron drásticamente cuando el dólar que había tocado los cuatro pesos, empezó a bajar en agosto del 2002 y terminó estacionado en $3 pocos meses después.

Por eso no funcionan los gradualismos en materia cambiaria, porque si la gente tiene la percepción de que la moneda continuará devaluándose paulatinamente por mucho tiempo más, pues nadie querrá ahorrar en pesos y todos los formadores continuarán aumentando los precios en la medida que esperen que el dólar siga subiendo.

Pero si la devaluación se hace de una sola vez y para siempre, se produce el efecto contrario, puesto que ahora la gente convencida de que el dólar ya llegó a su máximo, solo espera que baje en lo sucesivo. Se recompone entonces la preferencia por tener dinero local y se derrumba la inflación.

En ese contexto, el shock de expectativas que produce el mercado cambiario libre y estabilizado, con precios controlados, empuja la producción y el consumo, recuperando la actividad.

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