El 11 de septiembre del 2003, en pleno gobierno de Nestor Kirchner, la Argentina cerró su ultimo acuerdo con el FMI. No eran tiempos tranquilos; aunque la economía ya se había empezado a recuperar, los indicadores sociales resultaban calamitosos y el financiamiento internacional estaba cerrado porque habíamos entrado en default en la corta presidencia de Rodriguez Saa. En la memoria popular, sin embargo, ese acuerdo nunca existió: la mayoría de la gente piensa que la ultima vez que arreglamos con el Fondo fue en el 2001 y que ello profundizó el derrumbe de la economía.

Tan es así, que una encuesta reciente de D’Alessio IROL muestra que el 75% de los argentinos considera inadecuado pedir ayuda al Fondo y que 57% piensa que la economía empeorará por esa decisión.

La memoria, se sabe a partir de las investigaciones de Elizabeth Loftus y Daniel Schacter, dista de ser una grabadora fiel, sino que mas bien edita los recuerdos y los acomoda para que sean compatibles con las reconstrucciones que cada tanto hacemos del pasado. El 15 de diciembre del 2005 el entonces presidente anunció el pago anticipado de la deuda con el organismo multilateral planteando la medida como un paso trascendental en la recuperación de la soberanía económica. Esa ultima versión, que había sido mas el resultado pragmático de una coyuntura internacional favorable, que una convicción ideológica, reemplazó en la memoria el recuerdo de la gestión que personalmente hizo Nestor el 6 de septiembre del 2003, para destrabar el acuerdo que se firmaría una semana después con el FMI. Es lógico entonces que exista una aversión masiva al Fondo, porque todos pensamos que la ultima vez que tocamos las puertas de su sede de Washinghton terminamos mal, cuando en realidad la ultima vez que lo hicimos nos fue tan bien que pudimos pagar por anticipado.

Sesgo de correlación Pero las fallas de la memoria no son el único defecto de nuestro sistema cognitivo; además somos bastante malos para distinguir entre correlaciones y causalidades. Lo cierto es que, si el fenómeno A y el B ocurren simultáneamente, es tan posible que sea A el que genera a B, como que suceda exactamente al revés, o incluso que se trate de una merca coincidencia. En las clases de econometría los profesores suelen usar el ejemplo de la educación y los ingresos para ilustrar este punto. Todos sabemos que hay correlación y que, en términos generales, la gente con mas formación gana mejor que los que estudian menos, pero no se puede descartar que la causalidad no vaya en el sentido opuesto y que en realidad lo que esté ocurriendo es que los que tienen una mejor posición económica familiar tengan mas posibilidades de estudiar y luego tengan ingresos mas altos por su herencia o sus relaciones y no por sus estudios.

Me gusta pensar al Fondo Monetario Internacional como una ambulancia. Es cierto que en general las personas que son transportadas en esas unidades médicas móviles están enfermas, pero nadie en su sano juicio pensaría que es la ambulancia la que causó el paro cardíaco, o indispuso al paciente, del mismo modo que a nadie se le ocurriría pensar que los paraguas hacen llover, por más que nadie puede negar que es mucho más probable que llueva los días que la gente sale de casa con paraguas.

Del mismo modo que nadie llama una ambulancia por diversión, ningún país con una macroeconomía saludable pide asistencia del FMI. Si Argentina llama otra vez la ambulancia es porque el gradualismo fracasó; simplemente el mercado, que hasta noviembre pasado creía y financiaba la transición a la estabilidad, dejó de hacerlo. En este caso está claro que es la crisis la que causó la aparición del Fondo y no viceversa.

Así y todo, es legítimo cuestionar si la firma del acuerdo y las medidas de política económica que se desprenden de ese compromiso, resuelven o agravan la crisis.

 

¿Que dice la ciencia?

La Academia está dividida respecto del efecto que finalmente causa el FMI, porque metodológicamente no es fácil separar los efectos e identificar las verdaderas causas de la performance de los países que firman con el organismo. Por ejemplo, sabemos que la última experiencia argentina fue positiva a partir del acuerdo del 2003, pero no es fácil determinar hasta que punto la fuerte recuperación de la economía en 2004 y 2005 se debió al FMI y hasta que punto es atribuible a la suba internacional de la soja o a la fuerte devaluación previa. Sabemos también que la experiencia griega fue dolorosa, pero no es posible establecer claramente si lo fue por culpa de este organismo o es atribuible a las medidas dispuestas por la troika. Tampoco sabemos que hubiera pasado si, alternativamente, los helenos hubieran abandonado el Euro y devaluado luego de la crisis del 2009.

El politólogo Nathan Jensen estudió 68 países y llegó a la conclusión de que los países que firman con el Fondo reciben luego, en promedio, un 25% menos de inversiones. Sin embargo, el economista Axel Dreher concluyó, luego de un riguroso estudio econométrico, que acordar con el organismo reduce significativamente las chances de tener una nueva crisis, una vez que se controla por el hecho de que en general los países que acuden al fondo son mas propensos a las crisis, que los que tienen una macro mas sana. Finalmente, una investigación de Muhammet Bas, de la Universidad de Harvard y Randall Stone, de Rochester, sobre la base de 104 países, que fueron estudiados entre 1970 y 2008, confirma que efectivamente los países con economías mas inestables son mas propensos a acudir al Fondo y que, en promedio, los que lo hacen crecen luego más que los que, con una misma macro, no lo hacen. No obstante, descubrieron que los efectos sobre el crecimiento ulterior dependían inversamente de la severidad de la crisis previa, lo que nos hace pensar que, en el caso de Argentina, con altas reservas internacionales y relativamente baja deuda, podríamos esperar efectos positivos de mayor magnitud.

Dicho esto, también es cierto que independientemente de cual haya sido el impacto en la historia, si la opinión mayoritaria de la gente es que ir al Fondo resulta pernicioso, una suerte de profecía autocumplida podría profundizar la crisis, si el temor al Fondo se traduce en una menor predisposición al consumo de las familias y una mayor retracción a hundir capital por parte de las empresas.