Muerto el perro, se acabó la rabia, dice el refrán. Con la última devaluación del peso, que perdió 50% de su valor en el año, reaparecieron las propuestas de académicos como Steve Hank, del CATO Institute, proponiendo la dolarización de la economía y para sumarle un poco de leña al fuego, la columnista del Wall Street Journal, Mary O’Grady, acaba de escribir un artículo, sugiriendo que nuestra moneda se derrumbó una vez más, porque “Argentina todavía tiene un Banco Central”.

El primer punto que quiero hacer al respecto es que la enorme mayoría de los sistemas monetarios del mundo funcionan bien. En 171 de las 191 economías listadas por el FMI hubo menos de 10% de inflación en el 2017 y entre las veinte que aún conviven con el flagelo, muchas corresponden a países que se debaten en guerras civiles o están hundidos en la absoluta miseria. Conocemos la medicina para curar la infección, no necesitamos amputar la pierna del paciente para frenar la infección.

Pros y contras de dolarizar Dicho esto, hablemos sobre las ventajas de dolarizar. Ir hacia una moneda fuerte, como podría ser el euro, el yen, el dólar o incluso el real, tiene la ventaja de que permite bajar la inflación y reducir dramáticamente el riesgo de devaluación, aunque siempre existe la posibilidad de salirse de la unión monetaria, como cuando se abandonó la convertibilidad en el 2002. Matando el fantasma de una crisis cambiaria, cae el riesgo país. Sin esos peligros a la vista, aumenta el ahorro doméstico y se abarata el crédito, potenciando la inversión. Además, bajan los costos de transacción asociados al comercio internacional. Combinados, todos estos efectos potencian el crecimiento de largo plazo de la economía.

Pero el problema, al igual que durante la convertibilidad, es que perdemos uno de los principales precios de la economía y los precios no están de adorno. En particular, el tipo de cambio refleja la escasez de divisas, de suerte tal que cuando un país se queda sin dólares sube, para que los que consumen cosas que cuestan moneda extranjera ajusten el cinturón y dejen de gastar dinero en esas cosas, al tiempo que les indica a los que indirectamente fabrican divisas (como los exportadores o los que elaboran bienes que compiten con las importaciones) que tienen que poner manos a la obra y aumentar su producción.

Para muestra de lo que pasa cuando faltan dólares y no sube su precio, tenemos la crisis de 1995 que hizo saltar el desempleo al 18,6% y le costo a la economía una caída del PBI del 5%.

Si vamos a perder un precio importante de la economía, la clave tiene que pasar por identificar la moneda que mejor copie a nivel mundial nuestros ciclos económicos, de manera tal de no quedar atados a la suerte de una economía que no tenga nada que ver con la nuestra. Pondré un ejemplo simple: si soy exportador de alimentos me conviene que mi moneda esté vinculada a la de un país que también sea proveedor mundial de cosas parecidas, porque si me ato a la suerte de un importador de soja, cuando el precio internacional de esa oleaginosa caiga, habrá menos dólares en mi economía, pero para el país importador será una buena noticia y su moneda se fortalecerá en el mundo. Puede que, para un país centroamericano como El Salvador, sea una buena idea dolarizarse, porque de hecho su economía depende fundamentalmente de la norteamericana, pero en nuestro caso, tal vez sería mejor idea adoptar el real brasileño, dado que nuestras economías van mas de la mano. Converger a la moneda de nuestro principal socio en el Mercosur, además de ser políticamente más viable que dolarizar, fortalecería el bloque y le permitiría recuperar liderazgo al Presidente.

Alternativamente, podríamos dolarizar si tuviéramos un sistema de precios absolutamente flexible, que permitiese que los salarios subiesen cuando aumente la productividad de la economía, pero que bajen cuando nuestro desarrollo se frene respecto del resto del mundo. Pongamos un ejemplo: supongamos que los argentinos y los brasileños necesitamos 1000 horas hombre de trabajo para fabricar un auto y que cada hora se paga 10 dólares. Si en Brasil crece más la productividad y necesitan solo 900 horas de trabajo por auto, podrán vender los autos mas baratos que en Argentina, derrumbando nuestras exportaciones y por ende nuestra producción, salvo que los salarios bajen en nuestro país a 9 dólares la hora.

Aceptando que no es posible bajar salarios nominales en Argentina, queda todavía una posibilidad, y es la migración masiva de trabajadores hacia el país que emite la moneda a la cual nos estamos atando, pero todos sabemos que para los norteamericanos una cosa es el libre comercio y otra cosa la libertad de circulación de personas.

Lo que quiero decir es que, si no adoptamos la moneda de un país al que le pasen las mismas cosas que nosotros, que necesite devaluar cuando en casa también nos viene bien hacerlo y que fortalezca su moneda cuando acá sobran las exportaciones, el resultado será catastrófico, salvo que nos banquemos un sistema de salarios flexibles o que estemos dispuestos a emigrar en las épocas malas.

Los problemas fiscales Por otro lado, cerrar el Banco Central no convierte al Tesoro en un alumno prolijo. Si el Gobierno continúa gastando por encima de sus ingresos, la deuda pública seguirá creciendo y sobrevendrá una crisis de todos modos. Lo que cambia es que no se podrá salir de la misma devaluando, pero como vimos en el caso reciente de Grecia, eso puede terminar siendo mucho más doloroso.

Es cierto, como dicen algunos colegas, que hay muchos países que tienen déficit y no presentan ni inflación ni crisis cambiarias, pero hay pocos que combinen un rojo de 7% del PBI con un ahorro doméstico de sólo 14 puntos del producto, donde buena parte de ese consumo que se posterga, se estaciona sistemáticamente en dólares.

El desafío después de bañar al nene, es vaciar solo el agua sucia, sin que por la cañería se vaya también el bebé.