La noticia de la semana fue algo confusa para mucha gente que se atragantó el pan dulce de la última Navidad viendo como el dólar amenazaba con llegar a $20, al tiempo que en los celulares del círculo rojo proliferaban las versiones de renuncia del presidente del Banco Central.

Como es sabido, el Gobierno heredó un combo de alto déficit fiscal, con tarifas atrasadas y cepo cambiario. En ese contexto eligió el gradualismo para desarmar la bomba y la estrategia antinflacionaria no fue la excepción. Algunos economistas, como quien escribe, veníamos planteando desde el 2015 que el Central tenía que mostrar un cambio drástico, dejando de financiar al fisco de manera instantánea y que esa actitud tenía que ser acompañada por una corrección de los subsidios de una sola vez; un shock al comienzo de la gestión.

No obstante, el Gobierno tuvo problemas desde el inicio en transmitir una idea muy simple; en economía no se puede hacer magia y cada uno tiene que pagar lo que consume. Sin superávit y sin la posibilidad de emitir dinero cualquier aporte del Estado a un privado se financia con deuda y resulta inmoral condicionar el futuro para pagar la luz y el gas de la clase media, máxime cuando en el interior del país todo el mundo paga lo que consume y los subsidios están concentrados en el área metropolitana de Buenos Aires. Por supuesto, nadie se opone a que el Estado ayude a los que no pueden y para ello siempre tiene que estar abierta la puerta para poder solicitar una tarifa social.

Consistente con esa visión gradualista del camino al equilibrio presupuestario, la autoridad monetaria planteó un sendero también parsimonioso, aunque aspiracionalmente más veloz, al establecer un programa de metas de inflación.

En síntesis; ese tipo de tecnología monetaria que permitió bajar la inflación a la mayoría de los países latinoamericanos, tiene dos instrumentos; el anuncio y la tasa.

La comunicación de la meta de cada año opera, en la práctica, como un coordinador de expectativas; los gremialistas y los empresarios usan ese parámetro como pivote y a partir de él definen sus demandas de recomposición o ajuste, dependiendo de la realidad de cada sector, de lo que los trabajadores ganaron o perdieron en la última negociación y de lo que cada actividad puede pagar.

Para ponerlo en otros términos; en cada negociación paritaria, las partes miran para delante por el parabrisas y para atrás por el espejo retrovisor. El establecimiento de un número de meta esperada hace que todos miren para delante por el mismo vidrio frontal, viendo el mismo camino, y reduciendo la negociación a las diferencias que arroja el espejo retrovisor. Los problemas de credibilidad hacia delante se resuelven, en ese marco, con el uso de cláusulas gatillo.

La paritaria tiene así tres componentes; meta + gatillo + recomposición.

¿CÓMO FUNCIONAN LAS TASAS?

El segundo instrumento de las metas de inflación es la tasa de interés. El funcionamiento es muy simple y bastante automático; cuando la evolución de los precios no es compatible con la meta pre fijada, la autoridad monetaria sube la tasa de interés, encareciendo el costo del crédito de corto plazo, pero también haciendo más atractivos los depósitos en moneda local, por ejemplo en Lebacs.

Por lo tanto, tasas más altas es sinónimo de dólar más barato, porque conviene más invertir en pesos que en moneda extranjera, lo que tienta a fondos del exterior a ingresar al país a buscar renta financiera.

¿POR QUÉ CAMBIO LA META Y QUE PASA ENTONCES CON LAS TASAS Y EL DÓLAR?

En la mayoría de los países del mundo que tienen un mercado financiero muy desarrollado, la tasa de interés tiene un fuerte impacto en la actividad económica; la suba de las tasas enfría la economía y concomitantemente la baja de tasas acelera el crecimiento, al menos en el corto plazo. Al mismo tiempo, en casi ningún país del mundo los cambios en el precio del dólar tienen impactos en el consumo, y los efectos sobre la inversión son en el largo plazo.

Ahora bien, acá y en la china el ala política del gobierno siempre prefiere crecer más rápido, mientras que el banco central prioriza que no haya inflación. El problema es que en nuestro país la mecánica de la tasa funciona distinto y los políticos de Jefatura de Gabinete parecen no saberlo.

Aquí el crédito privado prácticamente no existe y en cambio la gente sobre reacciona a los cambios en el precio del dólar. Por ejemplo, mientras que Colombia tiene un nivel de crédito privado de 47% del PBI, Chile de 112%, Perú de 36,2% y en Uruguay alcanza al 28,2% del producto, en estas tierras solo asciende al 14%; la nada misma.

Aspirar a una meta de inflación más relajada (15% en vez de 10%) es compatible con un sendero de tasas de interés más bajas y ello quiere decir, dólar más caro. Tal medida hubiera tenido poco impacto en el crédito y mucho en el dólar, frenando la actividad y subiendo la inflación.

Sin embargo, lo que pasó el martes es que el Banco Central fue muy prudente y, palabra más, palabra menos, dijo que la baja en la tasa iba a ser muy gradual y sólo en la medida que hubiera indicios claros de que la inflación estaba sobre las vías de la convergencia a la meta del 15%. El resultado inmediato del anuncio fue que cedió la presión sobre el dólar y el billete verde cayó, para quedar paseando en la vecindad de los 19 pesos.

Esta vez, la tormenta pasó de largo.

fuente: ELDIA.com