“Es urgente salir de la sobrevaluación ficticia y perturbadora de la moneda argentina. La inflación ya le ha hecho perder buena parte de su poder de compra interno, y es necesario ajustar correlativamente su valor exterior desplazando los tipos de cambio de exportación.”

Con esa frase explicaba Raúl Prebisch, uno de los padres del Estructuralismo Latinoamericano, el problema que enfrentaba Argentina en 1955, cuando recién caído Perón, el gobierno de facto le pide que contribuya en la elaboración de un plan económico que se conoció desde entonces como “el plan Prebisch”.

Salvando las distancias, la semejanza de algunos problemas de aquella época con los nuestros del presente, amerita volver a leer aquel “Informe preliminar sobre la Situación Económica Argentina”. Pero sobre todo resulta interesante, por la reacción que generó la propuesta en buena parte del peronismo, resumida en la posición de uno de sus máximos pensadores, don Arturo Jauretche, que escribió entonces un ensayo titulado: “El plan Prebisch, retorno al coloniaje”.

El modelo implementado por el peronismo entre 1946 y 1955, comenzó con un fuerte aumento de los salarios, que se trasladó rápidamente a los precios, generando el primer episodio inflacionario significativo del siglo. Como el dólar oficial se mantuvo sin cambios hasta el año 1949, en Argentina los salarios en dólares treparon por las nubes, en una notable similitud con lo ocurrido en nuestro país hasta el 2011.

La combinación de salarios altos y dólar bajo para los exportadores, hizo que aún a pesar de que entre 1946 y 1951 Argentina tuvo los mejores términos de intercambio del siglo pasado, el fuerte superávit comercial de los años anteriores desapareció en 1947 y se convirtió en un déficit insoportable para 1952.

Aparecieron entonces las restricciones a las operaciones con dólares, la intervención del Gobierno en los mercados y como siempre ocurre cuando los precios no reflejan la realidad, surgió un mercado paralelo y una brecha que llegó al 217% en 1951, desembocando en una devaluación oficial que, aunque fue insuficiente, hizo retroceder los salarios reales generando presiones sindicales e inestabilidad política.

Visto en retrospectiva, la semejanza con nuestra actual situación económica es notable, aunque la magnitud de los problemas hace que aquello aparezca más bien como una caricatura exagerada de nuestro presente.

LA CONTROVERSIA

Lo interesante es que Prebisch fue lapidario en su informe y recomendó la liberalización del mercado de cambios para las operaciones corrientes (símil a levantar el cepo para los flujos) y la eliminación de buena parte de las intervenciones del Estado que distorsionaban los precios y comprometían el funcionamiento de los mercados. También puso el foco en bajar la inflación e ingresar al FMI como camino para recuperar el crédito y fomentar las inversiones del exterior, con la particular excepción del sector petrolero, donde se reconocía la importancia del control público de la producción y se hacía hincapié en la necesidad de inversiones para el transporte. Es interesante mencionar que Prebisch sugirió también la liberalización parcial de importaciones, bloqueando aquellas que tenían como fin el consumo (autos por ejemplo), para que los pocos dólares que había pudieran orientarse a la importación de bienes de capital e intermedios (maquinaria, insumos productivos, etc).

Jauretche enfrentó furibundamente el plan y sentenció que “el plan Prebisch significará la transferencia de una parte substancial de nuestra riqueza y de nuestra renta hacia las tierras de ultramar. Los argentinos reduciremos el consumo, en virtud de la elevación del costo de vida y del auge de la desocupación… La mayor parte de nuestra industria, que se sustentaba en el fuerte poder de compra de las masas populares, no tardará en entrar en liquidación… Los productores agrarios, que en un momento verán mejorar su situación, no tardarán en caer en las ávidas fauces de los intermediarios y de los consorcios de exportación, que muy pronto absorberán el beneficio de los nuevos precios oficiales”.

Me parece interesante refrescar aquel debate porque hoy aparecen nuevamente argumentos similares. Arturo Jauretche era un pensador agudo, pero no comprendía el funcionamiento del sistema de precios, ni la naturaleza de los problemas que generaba la inflación, el atraso cambiario y la concomitante escasez de divisas. No tenía sentido cerrarse al mundo siendo un país de 19 millones de habitantes y las exportaciones, además de funcionar como un motor del desarrollo, son en última instancia una manera indirecta de producir bienes más eficientemente. Por otro lado, los salarios artificialmente altos en dólares son una mochila de plomo para el desarrollo industrial y resultan además insostenibles en el tiempo, como lo prueba el déficit externo y la brecha entre el dólar oficial y el paralelo.

Prebisch tampoco se bajaba de su visión industrialista, pero entendía que sin divisas no era posible desarrollarse y que además, el agro proporcionaba rentas, verdaderos “tesoros enterrados” de bajo costo de extracción, que no justificaban su desaprovechamiento. En la década del 30 había favorecido los controles de cambios e incluso contribuido a implementar una suerte de esquema de retenciones generado por un dólar exportador más barato que el que había que pagar para importar.

Hoy enfrentamos un dilema parecido. Necesitamos imperiosamente bajar la inflación que ocasionó el atraso cambiario, se comió nuestra competitividad y nos hizo perder el superávit externo, generando escasez de divisas que precisamos, como el agua, para el desarrollo. Tenemos que recuperar la infraestructura y el autoabastecimiento energético. No podemos desaprovechar la enorme riqueza enterrada que tiene el campo.

El desafío es ponerla al servicio de una transformación estructural, que nos inserte al mundo con una matriz diversificada, que incluya a toda la población, no con subsidios, sino con empleos de alta productividad, que son los que permiten pagar buenos salarios, de manera sostenible.

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