Prácticamente desde el primer día de Gobierno, tanto los economistas de Cambiemos, como el propio presidente Mauricio Macri insisten con que a partir del segundo semestre despegará la economía.

En términos de desarrollo, la propuesta me hace acordar a la idea del experto en crecimiento económico Walt Whitman Rostow, que planteaba que los países pasaban de un modelo de subsistencia a un estado de desarrollo una vez que lograban crear “las condiciones para el despegue”.

En la visión de este economista norteamericano, esas condiciones tenían que ver con fuertes inversiones en infraestructura, incremento del comercio y aprovechamiento de la ciencia, a los efectos de pavimentar el camino para un posterior boom industrial.

Aunque en Argentina lamentablemente estamos muy lejos de discutir las bases para un desarrollo sostenible de largo plazo y más bien parecemos condenados a debatirnos en la coyuntura, en el corto plazo, la idea de que la macroeconomía se recuperará si se recrean las condiciones para la inversión y el comercio, son analógicamente equivalentes a las de Rostow.

Efectivamente, el atraso cambiario y el cepo que vino en consecuencia, hizo que el nivel de actividad chocara con la restricción externa, porque para crecer se necesitan dólares y la economía se había quedado sin divisas. Las trabas a las exportaciones, que iban desde fuertes impuestos hasta prohibiciones como en el caso de la carne, causaron un ahogo tal en el campo, que el país se quedó sin trigo en 2013 y perdió 10 millones de cabezas de ganado desde 2008. Misma situación de descalabro presentaba la energía, luego de perder el autoabastecimiento en petróleo y gas, junto con las pobres inversiones en distribución domiciliaria de luz y demás servicios, cuya consecuencia palpable es que por ejemplo la frecuencia media de interrupción del servicio eléctrico prácticamente se duplicó en los últimos ocho años, tanto para los usuarios de Edenor como para los de Edesur.

Para que la economía recuperara la disponibilidad de dólares para crecer y reestableciera un nivel de infraestructura que le permitiera evitar cuellos de botella en el desarrollo, debía reestablecerse el sistema de precios empezando por el tipo de cambio, regularizando luego tarifas y eliminando impuestos y otras restricciones a las exportaciones.

Pero claro, la salida del cepo junto con la baja de retenciones y la adecuación de las tarifas generó una combinación letal para el bolsillo de los trabajadores en el primer semestre porque se juntaron precios nuevos con salarios viejos, repitiendo una película que ya habíamos visto con matices en la devaluación del 2014, cuyo principal efecto en el corto plazo es la caída del consumo y la concomitante contracción de la actividad económica.

EL SEGUNDO SEMESTRE

La fuente principal del shock inflacionario que vimos desde diciembre pasado, sin embargo, ya no estará presente en el segundo semestre porque a diferencia de lo que ocurría hasta ahora, hay abundancia de dólares y los tarifazos ya pasaron.

Los mejores precios de la soja, que subió casi 30% en un año, compensaron la caída en la cosecha por culpa de la inundación. Además, para el último trimestre se espera otra ola de agro dólares porque sin retenciones el trigo recuperó rentabilidad y es una de las opciones más importantes para la siembra “de segunda”, con perspectivas de crecimiento de hasta el 40%. Por si eso fuera poco, el blanqueo puede generar ingresos de dólares que según las distintas estimaciones rondarían los 20.000 millones hasta marzo del 2017.

Con dólar planchado por mucho tiempo, o incluso bajando, y los aumentos de tarifas en el pasado, al menos hasta 2017, la inflación debería volver a partir de agosto a los niveles del 2015, en el orden del 2% mensual. Si sumamos además el impacto de la política monetaria contractiva del Banco Central, casi con seguridad tendremos una inflación más cercana al 1,5% a partir de octubre.

Esto es clave porque para los 8 millones de trabajadores registrados y para los 11 millones de beneficiarios de jubilaciones, pensiones y planes sociales, poco importa si la economía crece más o menos o si realmente comienzan a aparecer las inversiones que, incluyendo la obra pública, permitirían crear los nuevos 250.000 empleos anuales que necesita la economía.

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Con las paritarias jugadas, lo único que puede cambiar a partir del segundo semestre, es la capacidad de compra de los ingresos y por lo tanto la clave es la inflación. Para todo ese inmenso universo de hogares, el segundo semestre realmente empieza cuando baje la inflación. Lo interesante es que solo si los precios frenan y la gente tiene la sensación de que los nuevos salarios “llegan vivos al 2017”, habrá recuperación del consumo y demanda de crédito, que son “la paritaria” de los comerciantes, cuentapropistas y trabajadores informales, que dependen de la recuperación de la actividad económica.

Es cierto que los asalariados, toman sus decisiones de consumo, no solo por su capacidad adquisitiva sino también por las expectativas sobre el futuro de la economía, porque si la reactivación se demora, el miedo al desempleo persiste. Pero en términos prácticos su bienestar depende de la inflación; para todos ellos “el segundo semestre” se resume a precios estables.

Si la inflación baja y el consumo replica la recuperación que mostró en el segundo semestre del 2014, la inversión despegará porque se recuperará el clima de negocios sobre el que tanto hablaba John Maynard Keynes cuando explicaba los motivos que determinaban la decisión de emprender nuevos negocios. Es probable que ello ocurra recién sobre fin de año, pero para el resto de los mortales que no somos empresarios el segundo semestre empieza cuando baje la inflación y estemos convencidos que los precios están bajo control.

fuente

zzzeldia