Jorge es un típico laburante de clase media. El primer día hábil la empresa le deposita los $25.000 pesos de su sueldo, que rápidamente se reducen a $15.000 porque tiene la cuota del auto y el colegio de los chicos en débito automático. A duras penas achica los días para que alcancen al salario y con alguna que otra changa adicional llega estoicamente al 28.

Cuando cree que está a punto de alcanzar la meta, un sobre naranja se cuela por debajo de la puerta y lo deja sin aire; son los $2.500 de patente, que como se paga mes por medio, por algún extraño diseño de nuestro sistema cognitivo no alcanza el estatus de gasto regular y cae frecuentemente en el olvido…hasta que llega la boleta.

Por suerte Jorge tiene una suegra generosa, con más pensión que necesidades, que lo convence de aceptar su colaboración para pagar los gastos del auto, con la excusa de que el rodado en realidad le sirve más a su mujer que es la que en última instancia lo usa nueve de cada diez veces. El tema se resuelve con un préstamo tan flojo de papeles como flexible en materia de cuotas y plazos

Pero, un momento. ¿El dinero del préstamo fue efectivamente a pagar los gastos del auto?

Lo concreto es que Jorge gastó más de la cuenta y aunque la mamá de su mujer le diga que el dinero que le adelanta es para el auto, no sabemos qué consumo habría postergado en caso de haber tenido que ajustar el cinturón.

Los billetes son todos iguales y por lo tanto, aunque mantengamos cuentas mentales separadas pensando que con la plata de mi trabajo pago el colegio de los chicos y con la de mi mujer se paga el supermercado, al fin de cuentas es el mismo dinero y la división de cuentas a cargo de cada uno resulta una ilusión.

De manera que Jorge, lejos de haber estado a punto de sufrir la bancarrota por culpa de la patente, estuvo al borde de llevar sus finanzas a la banquina por su comportamiento poco austero en general, que lo hizo gastar más de la cuenta, sin que pueda saberse cuál fue el gasto responsable del cuasi default.

La tendencia habitual es a buscar la causa, contigua temporal y espacialmente a la consecuencia, pero cuando nos quedamos sin dinero a fin de mes, bien podría deberse a haber gastado de manera displicente los primeros días, cuando el dinero sobraba y nada hacía parecer que acabaríamos pasando penurias.

Sólo un registro minucioso y sistemático de cada ingreso y cada gasto, puede hacernos ver dónde está la debilidad de nuestras finanzas y ayudarnos a planificar mejor nuestra economía doméstica.

DEUDA BUENA Y DEUDA MALA

Por la misma razón tampoco tiene sentido pensar que cuando los gobiernos contraen deuda, la plata debe ir a un fin específico, porque si fuera para hacer puentes, por ejemplo, el Ejecutivo pagaría con los dólares de la deuda esa obra de infraestructura y los pesos que antes el Tesoro destinaba a puentes, quedan ahora liberados para gastarlos en lo que quiera, incluyendo gasto corriente.

Entonces no es posible determinar el destino de cada forma de financiamiento y la práctica habitual de decir que con los impuestos se paga tal cosa y con la deuda otra cosa, es en realidad una fantasía contable.

Pero, además, aunque fuera posible determinar que el endeudamiento no es en realidad para hacer nuevas obras sino para tapar el agujero del déficit corriente, tampoco eso tiene nada de malo. Al contrario; la deuda sirve también para suavizar los ajustes en momentos recesivos. Si el gobierno estuviera obligado a gastar solo lo que recauda de impuestos en cada momento del tiempo, pues cuando la economía se contrae se vería obligado a reducir salarios o echar personal, profundizando la crisis.

Justamente, lo que planteaba con buen tino John Maynard Keynes 85 años atrás, es que los gobiernos deben contribuir con políticas contra cíclicas, endeudándose y gastando más en las crisis, para contraer el consumo y pagar las deudas durante las expansiones en la actividad económica.

En este sentido es importante comprender que la deuda es la contracara del déficit fiscal y que cuando un país entra en recesión lo mejor que puede hacer es financiarse afuera porque si usa el ahorro local, deja menos disponible para la economía doméstica y derrumba la inversión en su propia casa.

Por eso es razonable, aunque discutible, el planteo de la ortodoxia en el sentido de pedir un ajuste fiscal clásico que reduzca fuertemente el rojo de las cuentas públicas, porque sin déficit no hay deuda, pero resulta esquizofrénica la crítica por parte de los defensores del mantenimiento del déficit fiscal y mucho más si los que se rasgan las vestiduras con el crecimiento de la deuda son los que generaron el actual desbalance en las cuentas públicas.

 

fuente: ELDIA.com