La obsesión por el dólar, la propensión a consumir más que a ahorrar o invertir, el pesimismo económico de corto plazo y el optimismo en el largo, pueden explicarse desde la Economía del Comportamiento, disciplina que surgió a fines del siglo pasado. Aquí la visión de tres especialistas locales: Sebastián Campanario, Martín Tetaz y Federico Fros Campelo.

Por qué los argentinos corremos tras el dólar como si fuera el Santo Grial? ¿Qué nos lleva a pensar que estamos mal económicamente, pero el año próximo estaremos mejor? ¿Cuál es la razón por la que preferimos consumir ahora -aunque sea en cuotas- antes que ahorrar o invertir el dinero? Estas y muchas otras incógnitas están siendo develadas por la Psicoeconomía.
Esta joven disciplina, fundada a fines del siglo pasado por el psicólogo israelí Daniel Kahneman, está haciendo furor entre académicos y divulgadores. Aunque -a decir verdad-, Kahneman y su equipo trabajaron 20 años en soledad y bajo la burla de la Academia, hasta que, tras ganar el Nobel de Economía en 2002, fueron finalmente aceptados.
Enfocada en el comportamiento económico y los procesos cerebrales de toma de decisiones bajo incertidumbre, la psicoecomía viene a echar luz sobre algunos problemas típicamente argentinos. Aquí las explicaciones de los economistas Sebastián Campanario y Martín Tetaz y el ingeniero especializado en Neurociencias Federico Fros Campelo, consultado por 3Días.

Locos por el dólar
El fanatismo nacional por el billete verde «es un sesgo heurístico, una tendencia a repetir comportamientos, más allá de que sean válidos o no», explica el economista y periodista Sebastián Campanario. «Argentina es un caso particular, porque cuando la moneda estadounidense se depreciaba en todo el mundo, acá la demanda seguía alta, y esto no puede explicarse con las teorías clásicas, dice el autor de La Economía de lo Insólito.
«Ante la inseguridad, ya sea económica, política, social o climática, el cerebro se aferra a experiencias que le den certeza, y el dólar ha sido, tradicionalmente, un refugio frente a los vaivenes», señala por su parte Federico Fros Campelo, autor de El Cerebro del Consumo y Casual-Mente. «El atesoramiento de dólares es una respuesta disfuncional a la incertidumbre», afirma.
Martín Tetaz, profesor de Economía del Comportamiento y autor de Psychonomics, coincide con el diagnóstico: «Los dólares en la Argentina, se compran por miedo a perder, no por ambición de ganar».

Consumo vs. ahorro
La prevalencia del consumo en el corto plazo por sobre el ahorro o la inversión a largo plazo, es un comportamiento que puede explicarse desde la Psicología Evolutiva y la Neuroeconomía, apunta Fros Campelo. «Nuevamente, cuando el escenario es de incertidumbre, el cerebro prefiere respuestas más rápidas y de corto plazo, en lugar de planificar».
En este sentido, «la práctica del ahorro tiene que ver con la postergación de la recompensa, que nuestra química interna de dopamina nos estimula a saciar lo más pronto posible», dice Fros Campelo.

Inflación cerebral
«La inflación está en nuestra mente», afirma Tetaz. Y esto, en un país con historia inflacionaria como el nuestro, se convierte en una profecía autocumplida. «Hay dos instancias en que el comportamiento genera inflación. Por un lado el formador de precios remarca, no en función de un análisis de costos y de rentabilidad, sino en función de las expectativas de suba de precios. Y por otro lado, los consumidores convalidan comprando ese producto o servicio, porque esperan que va a seguir subiendo».
Pero hay una buena noticia -dice el economista-, y es que «como la inflación es un tema de expectativas, se puede bajar si se genera confianza. Por eso los cambios de gabinete o de gobierno -generalmente acompañados por un shock de confianza (por el «efecto Gimnasia explicado más abajo)-, son una buena política anti-inflacionaria.

Clase media somos todos
Ocho de cada 10 argentinos se considera de clase media (según un estudio de la CEPAL), aunque ese estrato aspiracional está lejos de ser tan mayoritario. «Es por un sesgo de representatividad», dice Tetaz. «Por un lado, las personas creen que su grupo de pertenencia es representativo de toda la sociedad y, por otro lado, hay una tendencia a evitar los extremos e ir al medio. Sentirse de clase media hace que la mayoría de las personas esté a favor de políticas re-distributivas. Pero por otro lado, también tiene consecuencias a la hora de pagar más impuestos, porque una mayoría también supone que hay otros más ricos que ellos y esos son los que deberían pagar más.

Optimistas al fin
El Índice de Confianza del Consumidor que releva la Universidad Di Tella desde 2001 siempre ha mostrado gran volatilidad en el ítem: situación económica personal hoy respecto al año pasado. Pero muestra una constante hacia arriba cuando la pregunta es por la situación económica el año que viene. De hecho, la última medición (julio 2015) arroja 48 puntos en el primer caso y 63 en el segundo. «No importa cómo estemos ahora, siempre pensamos que en el futuro vamos a estar mejor, lo que a la larga, nos define como optimistas», dice Tetaz.

Presidentes y efecto Gimnasia
Todo presidente o gabinete que inicia su mandato gobierna mejor, y esto se debe al «efecto Gimnasia», al decir de Tetaz, hincha acérrimo de ese club. «Cada vez que empieza un campeonato, sin haber renovado el plantel y sin ningún dato que así lo indique, siempre pensamos que vamos a ser campeones. Este sesgo de confianza se refuerza con otro: el de «confirmación de hipótesis». La gente toma de la realidad los datos que confirman su creencia y deja de lado aquellos que la contradicen. Por eso, si creo que el nuevo gobierno va a hacer las cosas bien, sólo voy a mirar lo bueno que hace. Al menos durante un tiempo.3D

Fuente: CRONISTA.COM