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Primero fue la devaluación de diciembre, que aceleró la inflación del primer trimestre y erosionó la capacidad adquisitiva de los salarios, porque si bien buena parte de los precios ya estaban fijados a un dólar más alto y es cierto que la economía venía con una inflación mensual del 2%, también es verdad que los aumentos fueron del doble en diciembre, enero y febrero, generando 6 puntos más de inflación. Para la experiencia histórica argentina, un salto de precios tan bajo en relación a semejante corrección cambiaria que se potenció por la eliminación de retenciones en trigo y maíz, habla del éxito de la salida del cepo, por un lado, pero tampoco se puede soslayar el impacto en los bolsillos.

Luego llegó el turno de la luz; que con un promedio de aumentos en la generación del orden del 300%, combinado con reducción de subsidios, multiplicó algunas facturas hasta por seis veces. De nuevo, aunque los montos que se pagaban antes eran ridículamente bajos, en comparación con cualquier otro precio de la economía y aun cuando pueda plantearse que es poca plata en relación a otros servicios, como el celular o el cable, no deja de sentirse el sacudón en el presupuesto.

Esta semana, y contrariamente a una estrategia más gradual que parecía haber sido el camino escogido por el Gobierno, llegó el tarifazo en transporte y al otro día se anunciaron aumentos de gas y agua. Lo concreto es que buena parte de las medidas afectan sólo al Área Metropolitana del Gran Buenos Aires, porque buena parte del interior ya venía soportando otros precios para viajar en colectivo o en materia de servicios básicos, pero como se trata de una región donde viven 11 millones de personas, el shock golpea como un terremoto.

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El denominador común sigue siendo el mismo; boletos a precios que producto de la inflación de los últimos 9 años habían quedado en valores prácticamente insignificantes, tanto en la comparación con otras ciudades como en relación al verdadero costo de transportar a la gente, y servicios por los que se pagaba en un bimestre menos que un café con dos medialunas.

Pero no es menos cierto que cuando se suman todos los aumentos, representan en promedio cerca de 5% del ingreso de los hogares, con casos en los que, por la combinación de salarios más bajos y la necesidad de tomar más de un medio para llegar al trabajo, puede llegar a significar hasta un 10% de la billetera mensual.

Nobleza obliga, el Gobierno acompaño los aumentos con tarifas sociales generosas que protegieron al menos parcialmente al 20% de la población, pero incluso cuando ese grupo no quede a la intemperie y cuando pueda argumentarse que la mayor parte de la clase media puede pagar los incrementos, me preocupa mucho el segmento de gente que podríamos denominar de “clase media baja”, que sin ser pobre gana menos que el promedio. Estoy hablando del 30% de los hogares del AMBA cuyos ingresos oscilan entre los 10.000 y los 15.000 pesos mensuales, dejando a muchos de ellos afuera de los beneficios de la tarifa social, circunstancia que se agrava, porque las nuevas tarifas representan una proporción más alta de los ingresos y porque son segmentos con menos margen excedente para absorber las subas, máxime si se tiene en cuenta que en ese rango de hogares hay mucho empleo informal que no recibirá rápidamente la recomposición que los trabajadores registrados obtienen con las paritarias.

 

SIN DEMAGOGIA NO HAY TARIFAZO

¿Qué fue lo que ocurrió en estos tres meses? ¿cayó 50% el precio de la soja y dejaron de entrar dólares? ¿De repente se encareció el costo de la generación de electricidad, de la producción de gas o de la distribución de agua un 300? ¿Crecieron 100% los sueldos de los choferes de colectivos o el gasoil que cargan?

No, la realidad es que durante muchos años en los que había alta inflación el Gobierno nos hizo creer que, aunque aumentaba todo 25% por año (incluidos los salarios), la luz, el gas, el transporte e incluso el dólar, podían seguir costando lo mismo que antes. Obviamente eso no era real y lo que estaba ocurriendo era que el Gobierno pagaba la factura en la forma de obscenos subsidios que multiplicaban la corrupción y la ineficiencia, además de poner en rojo las cuentas públicas, porque prácticamente todo el déficit fiscal se explica por esas transferencias

 

UN PROBLEMA DE ILUSIÓN FISCAL

En un mundo ideal donde el Gobierno juntara recursos de los marcianos, o la alquimia fuera posible, se podría aspirar a mantener los subsidios para siempre. Pero en la realidad, lo que los ciudadanos no pagan por un lado, lo sufren por el otro en la forma de deuda o emisión inflacionaria, que son las únicas dos maneras posibles de financiar el déficit. El problema es que la gente sufre ilusión fiscal y muchos creen que realmente el Estado puede fabricar sin consecuencias los recursos para pagar la factura por nosotros. Solamente cuando los impuestos están visibles, como ocurre con Ganancias, los contribuyentes reclaman airadamente, pero no se dan cuenta que pagan mucho más por el IVA o por culpa de la inflación y que era mentira que el colectivo salía $3,50 o la luz 35 pesos por bimestre.

El desafío del nuevo gobierno, es que ahora que les dijo a los usuarios que los reyes magos no existen y que deben pagarse parte de lo que antes se subsidiaba, baje drásticamente la inflación en el segundo semestre y sobre todo en el 2017, porque de otro modo habrá doble imposición.