Fuente: PuntodeEquilibrio

El 14 de febrero a las 3 de la tarde el muchacho se despidió de la novia, le dijo que lo lamentaba mucho, que él no tenía la culpa de que la AFA hubiera puesto el partido de Gimnasia justo el día de los enamorados, se calzó la azul y blanca y salió por diagonal 77 rumbo al estadio del Bosque donde dos horas después una multitud enfervorizada caía presa del sesgo de optimismo, que se produce cada vez que las cartas se barajan y el juego vuelve a empezar.

Objetivamente no existían razones para semejante entusiasmo. El club de La Plata acababa de desprenderse de uno de sus mejores jugadores y el arquero que vino en reemplazo del mono Monetti prometía más incertidumbres que voladas. Tampoco hubo refuerzos de calidad en el resto de las líneas, sin embargo los triperos se ilusionaban con que esta vez Troglio, uno de los mejores técnicos del país, podía producir el milagro.

La ilusión duró poco porque el Lobo perdió dos de los primeros tres partidos, incluyendo el que disputó con el clásico rival, Estudiantes. Desde entonces me gusta usar el ejemplo para ilustrar ese exceso de optimismo que denomino “efecto Gimnasia”. Por alguna razón olvidamos esa máxima del sentido común que establece que el mejor predictor del comportamiento futuro es el comportamiento pasado. De algún modo sufrimos la ilusión cognitiva de pensar que la vida es como esos juegos electrónicos en los que siempre se puede empezar de nuevo, con el score en cero y sin memoria de los errores del pasado. Nos pasa el 31 de enero a la noche y también nos ocurre cuando hay elecciones.

Sospecho que el sesgo tiene que ver con nuestra raíz agro ganadera, tan dependiente de los caprichos aleatorios de un clima que nos invita a soñar con que esta vez sí se producirán las condiciones óptimas y tendremos una gran cosecha.

Como quiera que sea, lo cierto es que la euforia se hizo presente cuando asumió Néstor Kirchner, por ejemplo, y  el índice de confianza del consumidor (ICC) que elabora la Universidad Di Tella, mostró una de las mayores subidas de toda su historia, trepando  de golpe un 22%.

En diciembre de este año, gane quien gane, otra vez habrá seguramente un shock de optimismo que formará un capital político que el próximo presidente podrá utilizar para “pagar” las decisiones difíciles que tendrá que tomar

En esta oportunidad y por efecto del Balotaje se sumará además una segunda ola de capital político gracias al sesgo de confirmación de hipótesis; una conocida falla cognitiva por la que tendemos a ignorar cualquier información que contradice nuestras creencias, prestándole atención casi exclusivamente a los datos de la realidad que están de acuerdo con nuestra percepción inicial sobre la situación. Cualquiera que sea el candidato que gane en la segunda vuelta, tendrá más del 50% de la población haciendo caso omiso de los aspectos impopulares de sus primeras medidas y concentrando su atención en las decisiones que coincidan con sus expectativas.

¿Qué ocurrirá entonces en diciembre y enero próximos?

En un contexto signado por un optimismo excesivo y una propensión a mirar solo las cosas buenas, habrá probablemente un shock de consumo en diciembre y enero que facilitará cualquier medida, puesto que siempre es más fácil corregir el rumbo en un contexto de crecimiento de la actividad.

El Presidente tendrá el desafío de resolver simultáneamente el déficit fiscal, la inflación, la corrección de las tarifas y el exceso de demanda de dólares generado por la combinación de atraso cambiario y cepo.

De 6% del PBI de déficit fiscal, 4,5% corresponde a subsidios económicos, que hay que eliminar en primer lugar porque se financian con la fabricación de billetes que generan inflación y en segundo lugar porque es preciso recuperar el sistema de precios para que los recursos vuelvan a asignarse con criterios de eficiencia, de modo que crezcan las inversiones en los sectores energéticos, por ejemplo.

Los resultados de los experimentos en Economía del Comportamiento sugieren mensualizar las facturas de servicios y eliminar los subsidios contra estación (luz en invierno y gas en verano), para que las subas de precio se compensen con caídas en las cantidades, amortiguando la tarifa.

En simultáneo a la eliminación de los subsidios, sería conveniente que el Presidente diera un aumento de la Asignación Universal por Hijo, por Decreto, por única vez (los aumentos automáticos corresponderán por Ley). Para el resto de los sectores de bajos recursos que necesiten compensar la eliminación de subsidios, la sugerencia es habilitar un registro de solicitantes de tarifa social, para que el Estado pueda ayudar (con un monto fijo) a esos que más lo necesitan (esto es exactamente lo contrario de lo que hizo el Gobierno en el 2011; la regla dedefault debe ser que se pierde el subsidio, salvo que se solicite la tarifa social).

En segundo lugar, el próximo presidente debe renunciar a la utilización de la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal (mi sugerencia es que además envié un proyecto al Congreso para modificar la Carta Orgánica del BCRA, a los efectos de que se prohíba la financiación del Tesoro). El gasto debe financiarse íntegramente con impuestos legislados y deuda votada por el Congreso. Aquí se juega buena parte de la tasa de crecimiento de largo plazo de la Argentina

En tercer lugar, una vez que se elimina la causa monetaria de la inflación, hay que reemplazar los aumentos nominales de las paritarias por cláusulas gatillo para frenar la inflación inercial,  y compensar a los gremios para que acepten la propuesta, implementando la participación de los trabajadores en las ganancias. Para ello se sugiere aumentar 5% el impuesto a las ganancias y repartir 10 puntos de ese impuesto entre los asalariados.

En cuarto lugar y para eliminar el exceso de demanda en el mercado de divisas, hay que combinar tres medidas que generen una contracción de la demanda de dólares, una expansión de la oferta de pesos y permitir  una  devaluación moderada, para reducir la cantidad demandada de dólares y aumentar la cantidad ofertada, al mismo tiempo que se recompone la rentabilidad de los sectores productores de bienes.

Es probable que el timming exija primero absorber el sobrante de pesos (subastando un bono, como ha sugerido Javier Milei, para contener los billetes que se han visto forzados a permanecer en moneda nacional por culpa del cepo), luego liberar el dólar financiero y turístico para que el overshooting generado por la sobrerreacción de expectativas ( a la Shiller)  se produzca sin traslado a precios (como propuso Javier Gonzales Fraga), y cuando se quiebre la tendencia de la cuenta capital del balance de pagos y los agentes perciban que el dólar ya alcanzó su máximo y comienza a bajar, liberar el segmento comercial, unificando las cotizaciones.

Por último, una gestión eficiente y responsable del gasto permitirá bajar las tasas de interés, recuperar el crédito para las empresas y modificar la nefasta ecuación de rentabilidad que hoy le pone una mochila a los productores que soportan la presión fiscal de Alemania pero reciben bienes públicos de pésima calidad.

Cuando el efecto Gimnasia haya pasado, el coctel entre tasas, bienes públicos e impuestos,  y tipo de cambio,  es el que determinará el sendero de crecimiento de la economía en los próximos años.