Que en Argentina somos todos técnicos no es ninguna novedad. También somos todos economistas; acá un taxista sabe lo que son las Lebac y hasta hace no mucho tiempo te discutían la activación de la cláusula RUFO (rights upon future offers): un principio del Derecho financiero internacional que muchos estudiantes de Harvard no manejan con tanta precisión, pero que se puso de moda por estos lares cuando se discutía el pago a los buitres.

En 1814, en el valle de Katmandú, Nepal, una expedición de 2500 soldados financiados por Inglaterra fue masacrada por 12.000 gurkas, dando inicio a un conflicto que se zanjó dos años después con la firma del Tratado de Sagauli. Ciento sesenta años después, esa historia fue usada por el Profesor Baruch Fischhoff para investigar hasta que punto el conocimiento sobre el resultado de un evento nos hacía pensar que sabíamos de ante mano que así ocurriría.

Este Profesor de Teoría de la Decisión en la Universidad de Carnegie Mellon, hizo un experimento en el que le dio a 100 estudiantes cuatro escenarios posibles para que juzgaran cual era la probabilidad de que ese conflicto hubiere terminado de tal o cual manera. Las posibilidades incluían la victoria de los ingleses, la de los gurkas, la firma de un acuerdo que ponía fin a la violencia y, por ultimo, el mismo acuerdo pero que esta vez no lograba frenar las hostilidades.

El truco es que al 50% de los estudiantes se les informó el resultado final de antemano, aunque se les pidió que de todos modos ponderaran, con la información provista en el texto, las probabilidades de que el conflicto acabara en cada uno de los cuatro escenarios planteados. El hallazgo de Fischhoff es que, con el diario del lunes, los estudiantes asignaban el doble de probabilidad al resultado que se les había indicado como el que efectivamente había ocurrido, en relación a lo que pensaba la otra mitad de los alumnos que no tenía el conocimiento sobre el desenvolvimiento eventual de la disputa.

 

EL SESGO RETROSPECTIVO EN LA PRACTICA

Vamos ahora a Rusia; son las 16:10 del jueves 21 de junio, hora argentina, Gabriel Mercado disputa una pelota con el croata Ante Rebić, entrega un pase atrás al arquero y Willy Caballero se dispone a jugar con el pie, como lo viene haciendo de manera habitual desde el inicio del torneo, buscando un compañero, sin revolearla a la estratosfera, como el manual ortodoxo le exige a los porteros. Paremos ahí.

Obviamente todos sabemos como terminó la película, pero tratemos de ser justos con el guardametas del Chelsea. ¿Cuan probable cree usted que era que el sombrero que intentó Caballero, acabara en tragedia? A juzgar por los comentarios que venimos escuchando en los últimos días, no podía haber terminado de otra manera; es más: todos la vieron venir, todos incluso lo habían anticipado.

 

AHORA SOMOS EMERGENTES

Horas antes de la derrota albiceleste, se vivía un clima de euforia en los mercados. El miércoles 20 se había aprobado formalmente el acuerdo por 50.000 millones de dólares con el Fondo Monetario y Morgan Stanley había reclasificado a la Argentina como mercado emergente, volviendo a nuestro país al radar de los inversores internacionales después de purgar nueve años en el terreno de los fronterizos; un barrio de alto riesgo donde lo asaltaron a Rambo.

El primero en ir a la hoguera fue un periodista de Clarín, que había anticipado el lunes la “primicia” de una fuente aparentemente muy confiable que le aseguraba que seguiríamos jugando en la B de los mercados, al menos por un año más.

Ese día tanto la bolsa como los bonos domésticos se desplomaron, e Ignacio Miri fue el chivo expiatorio al que se le echo la culpa de la debacle. Para cualquier persona entrenada en el mundo de la economía y las finanzas, la sola idea de que un inversor pueda operar en el mercado sobre la base de las noticias que salen en los diarios, resulta ridícula, máxime si se trata de información que aparece en medios no especializados, escrita por periodistas que no se dedican a la economía.

No pretendo con esto defender a Miri ni mucho menos; el periodista deberá hacerse cargo de lo que publicó, pero juzgarlo ahora con el resultado puesto implica primero suponer que los operadores son mucho menos sofisticados de lo que son y, segundo, admitir que las probabilidad de argentina emergente eran en realidad mucho mas altas y que ese artículo de algún modo las distorsionó a la baja; una suerte de sesgo retrospectivo.

Lo cierto es que el mercado estaba jugado a que no seríamos emergentes y se equivocó una vez mas. Pero lo mas divertido vino después cuando, mientras varios periodistas reconocidos trataban de borrar las huellas de sus fracasados pronósticos maquillando hacia atrás sus predicciones, otros empezaron a decir que ellos lo habían visto venir, que sabían que argentina sería emergente. De manual.

El sesgo retrospectivo puede parecer inocente, porque después de todo a nadie le molesta que todos se consideren clarividentes, pero en la práctica afecta mucho la calidad de las decisiones que se toman, primero porque nos hace peligrosamente confiados de nuestra capacidad de entender el mundo, segundo porque le baja el precio al azar, que en la historia juega un papel fundamental y, tercero, porque distorsiona la evaluación que hacemos de aquellos que en cada momento del tiempo tienen que tomar decisiones; sea un Director Técnico, o el Ministro de Economía.