En lo peor de la crisis económica de 1995, pleno “efecto tequila”, Alfredo se había quedado sin trabajo y estaba discutiendo con María cómo harían para pagar las cuentas de la casa. A poca distancia, Graciana, que recién había cumplido cinco años, escuchó la preocupación de sus padres e interrumpió la conversación de los adultos con una propuesta que por su experiencia resultaba muy razonable: “Ya se Papá, si falta plata ¿por qué no vas al cajero y sacás?”.

La anécdota, que se repite en cada cumpleaños familiar y en cada fiesta de fin de año, ilustra el impacto de un cambio tecnológico que para nuestros padres fue revolucionario. En efecto, la posibilidad de ir a un cajero automático a las dos de la mañana, o un domingo a la tarde, resolvió innumerables problemas facilitándole la vida a nuestra generación. Ni hablar del home banking, que nos permite hacer transacciones sin movernos del living de casa; literalmente en pantuflas.

Sin embargo, según los últimos números del Banco Central, hay sólo 21 millones de personas con algún grado de bancarización en Argentina, por lo que los restantes 8 millones de adultos mayores de 18 años dependen ineluctablemente del uso de efectivo. Aunque es cierto que el sistema bancario se ha democratizado mucho, todavía cerca del 30% de la población no tienen ninguna cuenta, reflejando la otra cara de la moneda del problema de la informalidad laboral.

En este contexto, las aspiraciones del nuevo Presidente del Banco Central, en el sentido de copiar el modelo de medios de pago que rige en Suecia, donde el 80% de las transacciones son electrónicas y casi no se usa dinero de papel, lucen presuntuosas.

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Más aún; el año pasado, mientras el mundo de los economistas se dirimía entre la conveniencia de fabricar billetes de 500 o de 1.000 pesos, Sturzenegger propuso una contra idea radicalmente opuesta: eliminar los billetes de 100, de suerte que el de más alta denominación fuera el de $50.

En aquel momento, el economista platense apoyaba su propuesta en la nueva ola en materia de medios de pago electrónicos, pero además advertía con buen tino que el mundo del hampa se basa en el uso del dinero en efectivo, de modo que, si un gobierno lograra sacar de circulación los billetes, heriría de muerte al delito y conseguiría de ese modo mejores resultados en materia de seguridad, que los que podría aspirar multiplicando cárceles y policías.

LA DEMOCRACIA DE LOS CELULARES

Persiste lógicamente el problema de que el 30% de la población está excluida de los bancos y no parece fácil por lo tanto eliminar el dinero papel. La prueba de la imposibilidad es la experiencia del 2001, cuando el Gobierno impuso el famoso “corralito”, que establecía límites al retiro de efectivo y bancarizaba por la fuera la mayoría de las operaciones de montos más significativos. La actividad económica se derrumbó con la medida, en parte por el obvio shock negativo en materia de expectativas, pero también porque entonces el 40% de la economía estaba en la informalidad y necesitaba billetes, como el cuerpo necesita el aire y el agua.

Si pudiera establecerse un sistema que se base en el uso de algo que todos tengan, estaría resuelto el problema y por eso el Banco Central está trabajando ahora en la implementación de una billetera móvil que funciona con el celular, aprovechando la masiva penetración de esos aparatitos en todos los segmentos socioeconómicos, incluyendo los no bancarizados.

No se trata tampoco de una novedad. En Estados Unidos, la famosa empresa de la manzanita presentó en sociedad en el 2014 “Apple Pay” una aplicación que permite usar el teléfono como si fuera una tarjeta de débito.

En ese sentido y para facilitar la convergencia al nuevo sistema y eliminar las barreras de acceso a los grupos no bancarizados, desde el primero de abril de este año, el Banco Central sacó una normativa por la que se puede abrir cajas de ahorro sin costo accediendo a la posibilidad de una tarjeta de débito absolutamente gratuita. El próximo paso es el desarrollo de aplicaciones locales sin cargo para celulares y luego la masificación de los comercios y particulares que acepten bajar esas apps, que en la práctica convierten al celular en una mezcla de tarjeta de débito y posnet gratuito, que puede hacer transacciones sin el enorme costo que hoy les imponen los bancos a los comercios en la forma de comisiones.

Por si no fuera suficiente, estos nuevos medios de pago electrónico serán mucho más seguros que un plástico tradicional porque una de las claves de las modernas aplicaciones son los algoritmos que encriptan los datos de las cuentas, de modo que nunca el comercio conoce los números de mi tarjeta.

En unos años, cuando Agustín o los mellizos que vienen en camino, tengan los cinco años que tenía Graciana, es muy probable que presencien incrédulos nuestras habituales quejas de fin de mes y que con absoluta inocencia nos manden a buscar la plata al celular.

fuente

zzzeldia