Si la semana pasada fue la de las sorpresas, esta fue de manual.

Los precios de los activos financieros reflejaban hasta el viernes el promedio de las expectativas sobre las eventuales políticas de Mauricio Macri y Alberto Fernández, ponderadas por las probabilidades de que cada uno de ellos ganara las elecciones, que hasta ese momento según las últimas encuestas, estaban 50 y 50.

 Pero el domingo ganó el candidato que había declarado que el dólar estaba barato y que pagaría aumentos de jubilados, remedios y mayor presupuesto para investigación, con los intereses de las leliqs; o sea: con emisión. La diferencia fue tan grande que lo que el riesgo K, implícito en los precios de los activos, se convirtió en certeza k.

El lunes los activos argentinos, empezando por la moneda, se derrumbaron: los fondos del exterior salieron a deshacer posiciones argentinas, desprendiéndose de bonos, acciones y letras del sector público. Las acciones cayeron 37% en pesos y algunos bonos como el AO20 llegaron a pagar 60% de retorno en dólares. Sobre llovido, todos los que se habían comprado cortos el viernes tuvieron que salir a cubrir sus pérdidas y el costo de la liquidez voló el lunes (las cauciones bursátiles llegaron a pagar 600% de interés al mediodía). Ese mismo día el Banco Central dejó en los bancos 158.000 millones de pesos de liquidez, porque aun pagando 1018 puntos más de tasa que el viernes, solo pudo renovar 99.000 millones del vencimiento de 257.000 millones de Leliqs. De haber querido levantar todo el vencimiento habría tenido que convalidar tasas astronómicas de tres cifras.

Para el martes empezaron a estabilizarse las tasas bancarias y el Central pudo cubrir el vencimiento de Leliqs sin problemas, pagando 75%. Hacia el miércoles aflojó la presión de salida de fondos en Lecaps. El jueves, nueva regulación del BCRA mediante, comenzó a normalizarse el mercado cambiario y para el viernes el riesgo país ya estaba 300 puntos abajo del máximo del miércoles cuando la penalidad de los bonos argentinos cerro en 1.957 puntos.

Fue una clase práctica de Economía. Una experiencia de laboratorio de esas que ilustran de manera magistral los principios teóricos que enseñamos en la facultad.

Los precios de las acciones reflejan los beneficios futuros esperados de esas empresas, descontados por la tasa de interés. Si gana un candidato que dice que va a regular las ganancias de los bancos y las energéticas, que además promete renegociar vencimientos de deuda porque dice que Argentina no puede pagar si no crece, entonces baja la expectativa de ganancia de esas empresas y sube el costo del financiamiento para el país.

Los precios de los bonos reflejar el flujo de pagos esperados de capital e intereses, descontados por la tasa de interés que incluye el riesgo país; esto es: la posibilidad de que eventualmente no se pague o se reestructure esa deuda, o en otras palabras, el riesgo de default. Si gana un candidato que plantea una renegociación con el FMI, eso garantiza el cierre total del financiamiento privado hasta que ese eventual proceso culmine, con todos los riesgos de fracaso que comprende.

Es importante entender que no interés lo que efectivamente haga Alberto Fernández en su mandato, porque lo que está gobernando hoy los precios son las expectativas que el conceso de los que ponen la plata donde ponen la boca; o sea, el mercado, tienen, respecto de lo que creen que va a hacer. El lunes hablábamos con Eduardo Blasco sobre el ejemplo del Boden 2015, un bono de los emitidos para el canje del 2005, que en medio de la crisis del 2009 llegó a valer solo 20 dólares, porque nadie creía que se fuera a pagar, pero que a la postre honró religiosamente el capital de 100 dólares y los intereses del 7% anual, todos los semestres.

Con el dólar pasó lo mismo. No solo demandaron divisas los fondos que desarmaban posiciones en lecaps y otros activos, sino que el lunes colapsaron los home banking de todas las entidades comerciales, porque el público masivamente quiso dolarizar sus tenencias con la cuasi confirmación del retorno del kirchnerismo. Esto no implica echarle la culpa al público; de hecho, lo que estamos diciendo es que los minoristas no pudieron dolarizarse el lunes, justamente porque estaban caídas todas las páginas. Lo que señalamos es que no se trató de una maniobra especulativa de 4 personas, sino que masivamente cualquiera que tenía pesos disponibles el lunes, quiso cambiarlos por dólares, porque con la elección del domingo cambiaron drásticamente las condiciones de incertidumbre: hoy sabemos (con alta probabilidad) quien gobernará.

El billete cerró la semana a $55 en el mayorista y $57 en el Banco Nación, con 503 millones de dólares vendidos por intervención del Banco Central y 1000 puntos más de tasa, lo que demuestra que lejos de no intervenir, la autoridad monetaria vendió divisas por primera vez desde octubre y que si realmente se hubiera corrido del mercado el precio (y sobre todo la volatilidad) serían mayores.

Es verdad que no vendió los 250 millones diarios que podría haber colocado, pero tampoco tiene sentido pedirle al Central que intente tapar el sol con las manos regalando dólares y pavimentando la fuga. El precio tiene que reflejar las nuevas condiciones. Si todo el mundo piensa que los dólares serán más escasos desde diciembre y quiere adelantarse a ese acontecimiento, resulta infantil pensar que se puede distorsionar la realidad pretendiendo que las divisas son más abundantes. Pero además sería ilegal, porque el artículo 18 de la Carta Orgánica del BCRA le prohíbe expresamente vender por debajo del precio de mercado.

Por esta razón mi sugerencia el lunes fue dejar que el mercado exprese el nuevo precio de equilibrio y que a partir del martes el BCRA pusiera una pared, con una oferta de 10.000 millones, dos pesos por encima del precio de mercado, para eliminar toda la volatilidad y derrumbar las expectativas de devaluaciones futuras, que pueden disparar una corrida de depósitos, que de ocurrir nos llevaría a un dólar mucho más alto, con mayor inflación.

Finalmente, está claro que esta nueva devaluación y el shock de precios que sobrevendrá deteriorará aún más la confianza de los consumidores y reducirá el apoyo electoral del oficialismo. Solo un milagro, o mejor dicho, una combinación de milagros, puede torcer el destino en las urnas.