Fuente: EL ECONOMISTA

La reunión con las automotrices tuvo lugar en una oficina del Ministerio de Economía con vista privilegiada a la Plaza de Mayo. La inquietud del ministro se evidenciaba en la imposibilidad de dejar las manos quietas en alguna posición neutral que disimulara su ansiedad. Axel Kicillof no aguantó la sucesión de formalidades y la acusación salió a borbotones, de manera tan atropellada como su actitud corporal. “No pueden aumentar los precios 35% porque el componente importado de los autos asciende al 70% y la devaluación no fue del 50%”, bramó.

Puede que la “temperatura” de la sala haya obnubilado al funcionario, al punto de hacerle olvidar las clases de la Facultad de Ciencias Económicas, cuando le tocaba estar del otro lado del pupitre y los profesores le enseñaban que la clave para el pasaje de una devaluación a precios no era el porcentaje de insumos importados que contenía un bien en cuestión, sino el porcentaje de transable de ese bien. Puesto en otras palabras: el grado en que puede ser potencialmente exportado o importado.

La otra cuenta

Poco importa que 30% de los insumos de un auto sean producidos localmente, si se trata de autopartes que compiten con importaciones que luego de la devaluación serán más caras o si son repuestos que pueden ser fácilmente exportados en la moneda dura norteamericana. Pero incluso podría darse perfectamente el caso de que los precios locales aumenten incluso por encima del incremento del dólar (técnicamente el que se devalúa es el peso), siempre que exista la creencia más o menos firmemente establecida de que el precio actual de la divisa extranjera no es sostenible y que vendrá en el corto plazo una segunda ronda de devaluaciones.

Esta cuestión parece escapársele al Gabinete, que no comprende que los precios no se forman a partir de los costos actuales sino teniendo en cuenta el valor de reposición esperado de los insumos y factores productivos. Esto es así porque quien tiene un capital no está interesado en su representación monetaria sino en su valor en bienes y servicios concretos.

Si un empresario tiene $ 100 millones y con ello puede fabricar 1.000 autos de $ 100.000 cada uno, el capital que desea mantener sin pérdidas no es de $ 100 millones sino de 1.000 autos. Entonces si hay una expectativa de que los autos costarán $ 125.000, porque se estima que el dólar suba 25%, el empresario no esperará a que ello ocurra para remarcar, puesto que si así lo hiciera podría fabricar sólo 800 autos con los $ 100 millones obtenidos de la venta anterior, habiendo perdido en el ínterin 20% de su capital.

Es importante comprender que cuando existe la expectativa de una devaluación, la clave para no perder un porcentaje del capital pasa por anticiparse exitosamente a la misma.

Por ello, quien realmente contribuyó a frenar las sucesivas remarcaciones que de otra manera habría habido fue Juan Carlos Fábrega, que al desactivar la bomba del dólar y bajar ortodoxamente las expectativas de devaluación de corto plazo, convenció a los empresarios del sector transable de que no tenía sentido remarcar preventivamente para cubrirse de una potencial pérdida de su capital.

Sólo si se comprende esto, se entenderá el enorme riesgo que conlleva insistir en mantener congelado el tipo de cambio nominal cuando están aumentando los precios al 3,4% mensual. La demora en actualizar el dólar puede contribuir a enfriar las paritarias, pero cada mes de atraso nominal acumulado, aumenta las expectativas de devaluación y presiona los precios al alza en un círculo vicioso difícil de cortar y que puede hacer que resulte imposible torcer la inflación de los próximos meses por debajo del 3%.

Las expectativas

La importancia de las expectativas en la formación de los precios nos enseña que la clave consiste en desactivar el proceso de fondo que están generando las remarcaciones y produciendo el atraso cambiario. En ese sentido lo que más sorprende de la estrategia gubernamental para bajar los precios es su obsesión por conocer la cadena de valor de los distintos bienes y servicios, como si ello les permitiera identificar el lugar donde se produce el salto, la discontinuidad poco razonable en una serie coherente de adiciones al valor agregado de un producto.

Esta semana se publicó en el Boletín Oficial la Resolución 29 de la Secretaría de Comercio, que le pide a todas las empresas productoras que facturan más de $ 180 millones anuales y a las comercializadoras cuya caja anual asciende por encima de los $ 250 millones que proporcionen un listado exhaustivo de cada uno de los precios de cada producto que venden.

El problema con esta visión no es su apego a la planificación de la economía sino su error en pensar que los ingresos medios, los costos medios, y por ende las ganancias medias, constituyen una información útil, cuando cualquier alumno que haya aprobado Introducción a la Economía sabe que las decisiones económicas se toman a partir de valores marginales, no edios. La clave no está en los márgenes de utilidad media de los distintos sectores, sino en los ingresos y costos marginales que son los determinan la producción y los precios.

Necesitamos que la gente tenga la sensación de que el proceso inflacionario llegó a su fin, o está al menos controlado, para que modifique sus expectativas a la baja y se frene la escalada de los precios.

La Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) acaba de anunciar, en ese sentido, una buena noticia, porque la encuesta de Expectativas de Inflación indicó que en promedio la gente espera una inflación de 38,6% para los próximos 12 meses. Es un número altísimo, pero es más bajo que el 41,3% que arrojó el mismo indicador el mes pasado. Sólo cuando esas expectativas vuelvan a ubicarse en torno del 31,3% que se esperaba en octubre pasado habrá pasado lo peor de la tormenta. Y recién cuando la gente espere entre 10% y 15%, como sucedía en el 2006 cuando se empezó a hacer esta encuesta, podremos estar seguros de que la economía haya recuperado el sendero del crecimiento sostenible y estable.