Que el gobierno de Cambiemos asumió con una economía completamente desequilibrada es algo que nadie discute. Había, a finales del 2015, muchos problemas, empezando por un déficit fiscal escandalosamente alto, sin acceso a financiamiento y con una emisión de dinero que resultaba cada año mas alta, amenazando con desembocar en una hiperinflación. Además, había una fenomenal distorsión de precios relativos, en el mercado de divisas y en el de la energía; como resultado de eso no había dólares y no alcanzaban la luz y el gas.

El dólar se había puesto muy barato en épocas de cosechas abundantes y de soja a 600, pero la administración anterior nunca se hizo cargo de que con la soja a 400 éramos mas pobres. Para tapar el cielo con las manos pusieron el cepo e inflaron los subsidios a las tarifas para vender la ilusión de que no había pasado nada. Las reservas empezaron a caer sistemáticamente y se incrementaron los déficits gemelos; el país gastaba cada vez mas por encima de sus posibilidades.

El Plan A del nuevo gobierno fue sincerar y corregir estas distorsiones de manera gradual. Se planteo un horizonte de 6 años, durante los cuales el gasto publico no bajaría, sino que el agujero fiscal se cerraría con crecimiento. Contrario sensu de lo que sostenía la oposición creció muy fuerte el gasto publico social y solo se contraían las partidas de subsidios económicos, también de forma gradual. Todas las apuestas estaban hechas al crecimiento de la economía y a que mientras tanto, el mundo financiaría los 6 años de déficit que prometía ser cada año menor.

Sin embargo, el mercado, que creyó y aposto al gradualismo hasta las elecciones del año pasado, empezó a dudar y se dio vuelta por completo en la ultima semana de abril. Sin financiamiento externo, el plan A fracasó.

Entonces el gobierno fue al Fondo y encaró el plan B, que fue bautizado con el oxímoron de “gradualismo acelerado”. La idea era, ahora si ajuste mediante, cerrar el déficit en dos años y reemplazar, en el ínterin, el financiamiento privado externo por plata del organismo. Aparecieron, no obstante, dos nubarrones negros en el horizonte; en primer lugar, el mercado empezó a preguntarse si alcanzaba con la plata del FMI y, en segundo lugar, si el gobierno iba a poder ajustar efectivamente el gasto público, en un contexto donde no tenia mayorías parlamentarias propias y necesitaba materializar el recorte en una nueva ley de presupuesto. El dictamen del mercado fue por la negativa; el dólar salto de 30 a 40, el riesgo país voló a 800 puntos y el gobierno sepulto el plan B y fue por el C: nuevo acuerdo con el fondo con mas plata para disipar la primera pregunta, shock de recortes con la promesa de déficit cero en 2019 y retenciones para todos y todas para demostrar que la mitad del ajuste ya estaba hecho y no dependía tanto del Congreso.

 

Pato o Gallareta:

El plan C se resume en dos cosas; ajuste fiscal ortodoxo de shock (al que el gobierno se había venido resistiendo desde que asumió) y una rígida política monetaria que promete no aumentar la cantidad de billetes y monedas de la economía en los próximos nueve meses.

Como dijimos, la mitad del esfuerzo fiscal ya se consiguió con el aumento de las retenciones a las exportaciones y la otra mitad depende del ajuste en el gasto que ya fue votado por Diputados esta semana y que, Senado mediante, será ley en noviembre.

Lo interesante viene por el lado monetario. Si no aumenta la cantidad de dinero y la inflación, aun desacelerándose, muestra inercia, entonces cada punto de aumento de precios implicara menos cantidad real de medios de pagos en la economía; menos liquidez y concomitantemente, un mayor costo para conseguir dinero; en castellano: tasas de interés mas altas. Puesto en otras palabras; si entre este mes y el que viene los precios acumulan una suba promedio de 10%, no habrá billetes suficientes para hacer todas las transacciones de la economía un 10% mas caras y el que quiera liquidez tendrá que pagarla más.

Es cierto; las tasas nominales van a caer hacia adelante, porque la inflación va a bajar. Pensemos que el 72% anual que pagan hoy las LELIQ del Banco Central, equivale a una tasa efectiva mensual del 6,1% (porque capitalizan semanalmente), pero esa es, punto más, punto menos, la inflación actual. Quiere decir que la tasa del 72% no es en realidad alta, sino que lo que esta alta es la inflación actual. Cuando la inflación sea, digamos 3% mensual, las tasas no van a seguir siendo del 72% (6% mensual), sino probablemente mas bajas nominalmente, aunque más costosas en términos reales, cuando se descuenta el efecto de la suba de precios.

La pregunta del millón es cuanta tasa se puede aguantar la economía sin que el plan económico vuele por los aires, con gabinete y todo. Por eso este es un plan destinado a triunfar rápido (antes de marzo) o acabar pronto. La expectativa del gobierno es que el fuerte apretón monetario sirva para noquear al dólar, porque en ese caso se frena la corrida monetaria y la gente ya no preferirá dolarizar el dinero que antes pensaba destinar, por ejemplo, para cambiar el auto, comprar un electro, hacer un arreglo en la casa, o simplemente ahorrar.

Si para fin de año el dólar mayorista no esta en $37, el Banco Central saldrá a comprar dólares y le dará a la economía todos los pesos que necesita, sin empujar la inflación y derrumbando las tasas.

Dólar estable, inflación y tasas bajando, es el combo perfecto de la recuperación económica. Pero para eso necesitamos que el plan entierre las expectativas de futuras devaluaciones, la inflación baje pronto y se recomponga la demanda de dinero. Si eso no ocurre; será gallareta.

Publicado el 28/10/2018 – El Día –