Supongamos que usted es de esas personas que creen que, para fines de junio, el dólar se va a disparar y llegará a los $18. Si está dispuesto a poner dinero donde pone la boca podría anunciar una apuesta: “compro futuros de dólar a $18”. Alguien que lo escuchara y creyera que usted está equivocado y que hay pocas chances de que el billete verde alcance semejante valor en dos meses, tomaría esa apuesta vendiéndole el futuro a $18.

Obviamente al cabo del tiempo estipulado solo tres cosas pueden ocurrir; que la divisa norteamericana cotice por debajo, por encima, o justo en $18 por unidad. Algo así como que el partido en el Prode acabe en local, empate o visitante.

Si, por ejemplo, el dólar termina valiendo $15, usted se habrá equivocado, y deberá pagar su exceso de pesimismo dándole al que le vendió el futuro, la diferencia de cotización; esto es: $3.

Por supuesto, si su apuesta fuera correcta y el dólar terminara en $20, la diferencia sería ahora a su favor y aquel que le vendió el futuro estaría obligado a pagarle la diferencia; esto es: $2. Solo en la medida en que hacer pronósticos inexactos cueste dinero, la gente va a esforzarse en buscar toda la información necesaria para no equivocarse y apostar sobre la base que lo que se postula tenga cierta probabilidad de ocurrencia.

TIMBA Y DEPORTE

Es exactamente lo mismo que ocurre en las apuestas futbolísticas. Si juega Boca contra Sarmiento, lo más probable es que ganen los bosteros porque tienen mejores jugadores y encima son locales. Pero no hay ninguna garantía. Si una de cada diez veces que se enfrentan ganan los de Junín, sería lógico apostar $1, contra $10 a favor de los xeneizes, o viceversa; anunciar “pago $10 por cada peso apostado, en el caso que gane Sarmiento”.

Exactamente 10 a 1 era lo que pagaba el Chino Maidana en su memorable pelea contra Mayweather, por ejemplo, indicando que las chances de que el argentino ganara el título mundial de boxeo eran cercanas al 10%.

Con las probabilidades tan a favor de los dirigidos por Guillermo, sería una locura que un hincha del verde apostara mano a mano $100, contra un fanático de Boca, del mismo modo que nadie habría aceptado pagar 100 dólares si ganaba Maywather, a menos que le aseguraran como mínimo 1.000 si triunfaba Maidana.

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En el fútbol, el boxeo o cualquier otra actividad, son razonables todas las apuestas, siempre que la relación entre lo que se arriesga y la potencial ganancia esté en sintonía con las probabilidades de éxito. Y lo interesante es que lo que pagan las apuestas es un precio que surge de la interacción de muchos apostadores, que ponen la plata en línea con sus creencias, reflejando las probabilidades de ocurrencia.

¿Pero qué pasaría si en ese mercado de apuestas interviene el Gobierno estableciendo que solo es posible jugar por el mismo monto, que todas las apuestas pagaran lo mismo que lo que se arriesga, de suerte tal que si gana Boca los de Sarmiento pagan $100 y si ganan los de Caruso Lombardi, los bosteros también pagaran $100?

Lo que ocurriría en este caso es que no habría ninguna apuesta, porque los únicos que estarían dispuestos a apostar $100 mano a mano serían los favoritos, los que cuenten con más posibilidades de ganar, y nadie tomaría la apuesta del otro lado.

Exactamente del mismo modo funcionan los mercados de futuros. Si nadie cree que el dólar salga $18 en junio, no habrá nadie dispuesto a comprar un futuro a ese precio y por el contrario existirá una multitud de potenciales vendedores. El exceso de vendedores hará bajar entonces el precio de esos contratos. Por la misma razón tampoco habrá ningún vendedor de futuros del dólar dispuesto a apostar a que la divisa termine costando en junio $10, porque existiría en ese caso una avalancha de compradores dispuestos a tomar esa apuesta, lo que sin dudas haría subir el precio de esos futuros.

Solamente cuando el precio que se negocia esté en sintonía con las expectativas de todos los actores, sobre la base de toda la información disponible, habrá equilibrio entre los compradores y los vendedores y existirá tanta gente dispuesta a apostar por ese valor, como contrapartes dispuestos a tomar esa apuesta. Así, el precio habrá cumplido el objetivo del mercado en el sentido de señalar la probabilidad de que el contrato que se está negociando (en este caso el precio futuro del dólar) indique el valor que es más factible que alcance ese subyacente cuando se cumpla la fecha pactada.

Por esa razón el artículo 18 de la Carta Orgánica del Banco Central solo autoriza a la entidad a vender “a precio de mercado”, porque si permitiera vender, por ejemplo, futuros a un monto que no esté en sintonía con las probabilidades de ocurrencia del fenómeno sobre el que hace el contrato, sería equivalente a autorizar que el Banco apueste a favor de Sarmiento de Junín contra Boca, o de Maidana contra Mayweather, en una relación 1 a 1.

Lo interesante es que el resultado final del partido es irrelevante para juzgar si la apuesta fue descabellada o no. Aun cuando a la postre gane Sarmiento sigue siendo una estupidez haberle apostado $100 a favor contra alguien que arriesgara el mismo monto si ganaba Boca.

Más aún; sin dólar libre, el futuro del dólar equivale a un seguro de cambio y regalarlo es un delito, incluso cuando el siniestro que cubre esa póliza no ocurra nunca.

fuente:

zzzeldia