El dato de la inflación oficial del INDEC para el Área Metropolitana del Gran Buenos Aires, confirma la tendencia a la baja de la inflación que habían adelantado las consultoras privadas y las mediciones de la provincia de Córdoba y la Ciudad de Buenos Aires. El cómputo del organismo arrojó 2%, muy por debajo del 3,1 del mes pasado

En sintonía con los datos de julio, las primeras mediciones privadas semanales de agosto muestran que la tendencia continúa y la caída se profundiza. Si en las próximas semanas los precios conservan la calma de estos primeros días, la inflación del mes en curso estará bien por debajo del 2%.

La baja en la velocidad a la que se mueven los precios de la economía era tan lógica y previsible que fuimos varios los analistas que la anticipamos, incluso en mi caso en esta misma columna.

Las razones son obvias: las dos principales causas que habían acelerado los precios; la devaluación y el tarifazo, ya pasaron y no se repetirán en el segundo semestre.

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EL MITO DEL EFECTO “CONSUMO CONGELADO”

Como interpretación alternativa de las causas del frenazo en la inflación muchos plantean que es consecuencia del enfriamiento del consumo, que según los datos de la CAME cayó un 6,6% en los primeros siete meses del año.

Pero la lógica causal es exactamente al revés; la única razón por la que el consumo se enfrió y la economía está parada es el shock inflacionario del primer semestre que erosionó fuerte la capacidad adquisitiva de los salarios, hasta que entraron las paritarias. La caída del consumo es la consecuencia de la alta inflación, por lo tanto, no tienen sentido decir que lo precios frenan su escalada porque cae el consumo, cuando en realidad la caída del consumo está causada por las fuertes subas. El argumento se torna circular, porque si la inflación cayera por el freno en el consumo, entonces ahora con la recuperación del consumo volverían por lo tanto a subir los precios.

LA SORPRESA

En este contexto aparecen dos datos que pueden hacer que la inflación sea sorpresivamente incluso más baja de lo que todos esperan en los próximos meses.

El primero tiene que ver con la economía brasileña donde aparentemente lo peor de la crisis ya pasó y el dólar que en enero salía 4,10 Reales, se apreció cerrando esta semana a 3,19 billetes locales por cada uno norteamericano, que a los efectos comparativos y para que se entienda mejor, es como si en Argentina hubiera estado a $16 en diciembre y ahora estuviera a $12.

Un dólar más barato en Brasil quiere decir que nuestras exportaciones al principal socio del Mercosur son más competitivas y que las importaciones que vienen de ese destino llegan más caras, dándole más margen a los productores nacionales que compiten contra los productos brasileños.

Por esta razón, el dólar en nuestro país no necesita estar tan caro y la competitividad cambiaria se banca una caída en el precio de las divisas. Pensemos que el Banco Central en el primer semestre del año compró 8.000 millones de dólares y que si no hubiera sido por esa intervención hoy el billete verde sería mucho más barato. Pero con el Real brasileño poniéndose más caro y la inflación en baja en nuestro mercado interno, el Banco Central ya no necesita seguir comprando tanta moneda extranjera para sostener el precio y lo puede dejar bajar.

Lo interesante es que cada vez que el BCRA compra dólares debe emitir pesos para pagarlos, lo cual o bien genera más inflación, o bien hace subir las tasas de interés, si luego el Central quiere aspirar esos pesos colocando las famosas LEBACS.

Entonces si la autoridad monetaria puede dejar que el dólar baje, habrá menos inflación y tasas de interés más bajas en la economía por el canal monetario. A su turno, el dólar más bajo opera como ancla por el canal comercial evitando que suban los precios de los bienes potencialmente importables o exportables, lo cual refuerza la baja de la inflación.

El segundo dato relevante es que el freno de la inflación (y la posibilidad de bajar las tasas) depende también de la demanda de dinero, que son los pesos que la gente necesita para hacer transacciones. Por razones obvias, cuando la actividad económica se contrae cae la demanda de dinero, porque no se hacen tantas operaciones y no se necesitan tantos medios de pago.

La novedad es que en el primer semestre el gasto público solo subió un 26%, lo cual, en un contexto de una inflación mucho más alta, quiere decir que en términos reales las erogaciones del estado se contrajeron. En el segundo semestre se espera una expansión del gasto por la reactivación de la obra pública, el pago a los jubilados y el impacto de las paritarias, de modo que es plausible pensar que la demanda de dinero crezca, empujando aún más la inflación a la baja y dándole margen al Banco Central para bajar más las tasas.

Si el escenario que estamos conjeturando ocurre, la inflación del último trimestre será mucho más baja de lo que todos esperan y conjuntamente con un dólar más barato y tasas más bajas, el consumo podría rebotar fuerte, empujando la demanda agregada.

La baja de las tasas permitiría que toda la economía gane competitividad y en el caso particular de las PYMES, junto con el efecto de un consumo recuperándose, puede consolidar la reactivación de la economía.