Mil doscientos cuarenta metros tiene la vuelta del parque Las Heras. En tres de sus cuatro caras el transito es amigable, con algún que otro obstáculo, pero nada que haga peligrar la velocidad de un trote liviano. Sobre la avenida homónima las cosas se complican; primero porque el pack de transeúntes se torna mas denso, pero sobre todo porque hay muchas paradas de colectivos, con gente que baja sin mirar y otros que llegan al pedestal del colectivo en el ultimo impulso de un pique.

Mientras acumulaba kilómetros de entrenamiento y luego de quedar en varias oportunidades al borde del choque, se me ocurrió pensar que el Banco Central tiene un desafío similar con la política monetaria, algo que más formalmente planteo Robert Lucas hace mas de 40 años.

Sería fácil imaginar que se trata solo de calcular la trayectoria de cada uno de los peatones, para luego elegir el camino mas recto posible. El problema no es con los que caminan de espalda, que solo pueden sorprendernos de manera esporádica y completamente azarosa, sino con los que, por venir de frente, tratan de adivinarnos el sentido del zigzag. La moraleja es que la política económica no se hace en el vacío sino en un mundo lleno de gente que trata de verla venir y anticiparse.

Un ejemplo de ello es la política monetaria expansiva, que primero sorprende a los actores de una economía que con mas liquidez torna mas barato el crédito y luego con mayor inflación licua los salarios. Pero una vez que la gente se da cuenta que los Reyes son los padres, los trabajadores empiezan a pedir una cobertura por inflación en las paritarias y los ahorristas reclaman una tasa mas alta por su dinero o huyen directamente al dólar.

Peor aun; cuando la inflación se acelera, la gente ya no extrapola de manera lineal, sino que aumenta la sensibilidad de las expectativas ante los cambios en las variables que se usan como “testigos” o “señales” de lo que está pasando. La sociedad puede digerir el salto del dólar de $20 a $30, pero entra en pánico si aumenta de $40 a $50

 

¿Como funciona el plan monetario?

El nuevo plan monetario es bastante simple; se mantiene (casi) sin cambios la cantidad de dinero, para que el promedio de los precios de los bienes y servicios expresados en esa unidad de cuenta, no se muevan. Si continúan los aumentos, en la practica no alcanzará todo el dinero del sistema para hacer las operaciones habituales, como consecuencia de lo cual subirá el costo de la liquidez; o sea la tasa de interés.

Con una tasa de interés mas alta, hay un incentivo para poner la riqueza en inversiones financieras denominadas en moneda local, vendiendo dólares a tal efecto. Ese movimiento de pinzas hace bajar el dólar (o lo hace subir menos que la inflación), lo cual refuerza el posicionamiento en pesos, porque nadie quiere comprar un dólar a $40 si sospecha que mañana puede conseguirlo a $38. El dólar planchado y las tasas altas, a su turno, pinchan la inflación.

Al mismo tiempo el Banco Central puso en práctica un sistema de bandas de monitoreo, definiendo una amplia zona de no intervención, donde el dólar flota entre dos vecindarios en los que la autoridad puede intervenir. Estas fronteras, y esto es clave, van aumentando todos los días al ritmo de la inflación esperada por el gobierno.

Cuando se puso en practica el sistema, el primero de octubre del año pasado, esas bandas estaban equidistantes del valor del dólar, en $34 y $44 respectivamente; puesto en castellano: el billete norteamericano podía subir o bajar $5 desde los $39 que cotizaba la divisa. Pero ese precio (que equivale a unos $45 de hoy) era un valor de pánico, que reflejaba la enorme incertidumbre que había en un país que había licuado el 50% del valor de su moneda en unos pocos meses.

Ni bien se estabilizaron las expectativas, el dólar inició un camino descendente, apuntando directo al límite inferior de la zona de no intervención.

Hoy el sistema quedó desdibujado; no dejan que baje el dólar y el límite superior, que habilita la intervención en el caso de una corrida, quedó demasiado lejos.

 

El dilema del gobierno

El problema es que en la parte baja de la banda, habrá intervenciones para que el dólar no baje, de modo que la autoridad monetaria nos invita a apostar a que el billete verde seguirá subiendo, al menos al ritmo de la inflación. Ese piso del dólar opera a la vez como piso de la inflación haciendo que sea muy difícil bajarla y recuperar el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, clave para reactivar la economía y tener chances electorales, en este contexto. Al mismo tiempo el gobierno juega con fuego, porque, aunque es muy probable que sobren dólares hasta junio, presionando su precio a la baja, también es factible que mucha gente busque dolarizarse más cerca de las elecciones, sobre todo si Cristina tiene chances en las encuestas y gana verosimilitud la posibilidad de un nuevo cepo a partir de diciembre. No lo dejan bajar cuando tiene que bajar y carecen de armas para frenarlo, si quiere subir.

Entonces la pregunta es ¿Por qué no vuelven a poner la banda de fluctuación del dólar equidistante, en $35-$45, permitiendo que baje el billete, afloje la inflación, se recuperen los salarios reales, aumenten las chances electorales y baje concomitantemente la chance de una corrida en el segundo semestre?

Una fuente del Ministerio de Hacienda me explica que eso no es posible porque si la inflación se frena, puede haber problemas fiscales que nos alejen del déficit cero. Concretamente, dado que buena parte del gasto social (jubilaciones y AUHs) se indexan de manera automática, de acuerdo a la inflación pasada, sería ruinoso para el fisco que la recaudación nominal crezca mas lento (digamos al 25%) y los pagos a la seguridad social lo hagan a la velocidad de la inflación pasada (digamos al 50%).

Es cierto que, si la economía no crece, la recaudación se resiente. Pero la caída en la actividad del 2018 ya es un costo hundido y de acá en adelante, por cada 4% que aumente el PBI, sube aproximadamente 1% la recaudación, lo cual no resulta suficiente para compensar una caída nominal de los ingresos del orden del 10%, si la inflación acaba siendo 23% en vez de 33%.

Nótese, además, que de las cuatro locomotoras que pueden permitir una reactivación de la economía en el corto plazo, ni el gasto público (por el ajuste) ni las inversiones (por la incertidumbre electoral), van a empujar. Esperamos sí una recuperación de las exportaciones, concentrada fundamentalmente en el agro, que compara además contra una sequía histórica. Con una inflación a la baja y un dólar más barato en términos reales, el consumo puede traccionar.

Esta vez el trade off no es, como en la curva de Phillips tradicional, entre inflación y actividad, sino entre cumplir con el FMI y perder las elecciones o negociar un waiver y llegar al fin del mandato con inflación bajando y la economía creciendo.

Artículo publicado en CLARÍN.com del 03/03/2019